Mario Abdo Benítez jura como nuevo presidente de Paraguay
Líder de un sector renovador del centenario Partido Colorado, prometea acabar con la corrupción
Mario Abdo Benítez es el nuevo presidente de Paraguay. Con sólo 46 años, este joven empresario, heredero de una enorme fortuna amasada por su padre, Mario Abdo, mano derecha del dictador Alfredo Stroessner (1954-1989) durante más de tres décadas, ha llegado al poder con la promesa de sacar a su país de la pobreza endémica que padece el país y combatir la corrupción. Abdo está al frente del Partido Colorado, la agrupación que domina los destinos de Paraguay desde hace un siglo, pero ha llegado al Palacio de López enarbolando la bandera de la renovación. Su antecesor en el cargo, Horacio Cartes, también colorado, puede ser su principal obstáculo. El expresidente no participó de la ceremonia oficial en los jardines de la casa de Gobierno frente al río Paraguay. Garantizar la convivencia colorada en el Parlamento será el principal desafío político del flamante Presidente.
La ceremonia inició bien temprano por la mañana, cuando Cartes entregó el bastón de mando al presidente del Senado, Silvio Ovelar. Media hora después, la sesión se trasladó a los parques de la casa de Gobierno, ubicada a dos calles. Abdo dio allí su primer discurso como presidente, acompañado por siete jefes de Estado sudamericanos, entre ellos el argentino Mauricio Macri, el brasileño Michel Temer y el uruguayo Tabaré Vázquez, al frente de países que son socios de Paraguay en el Mercosur. Participó también el colombiano Iván Duque, apenas asumido en el cargo.
Abdo ha sido consciente de la demanda social por una mayor transparencia judicial, condición para disminuir los índices de corrupción en el país. Y prometió que buscará consensos para “construir una justicia verdaderamente independiente”. “Yo no quiero un juez amigo del poder. Vamos a construir una justicia independiente y valiente para que se acabe la impunidad. ¿Por cuánto tiempo más nuestro pueblo va a aguantar a una justicia implacable como el acero para los más humildes y complaciente con los más poderosos de nuestro país? La impunidad es el cáncer a vencer”, dijo Abdo en su primer discurso. Tras el juramento, Abdo participó en la Catedral de un tedeum con motivo de la festividad de la virgen de Asunción, patrona de Paraguay.
La llegada de Abdo al poder, tras vencer por una diferencia de menos de tres puntos al liberal Efraín Alegre, supone la presencia en el Palacio de López de los jóvenes herederos del stronismo que al final de la dictadura eran apenas adolescentes. Abdo tiene sangre de la más alta estirpe stronista porque su padre fue un hombre poderoso del régimen, pero al mismo tiempo puede mostrarse como un hombre de la democracia. Marito, como le dicen sus seguidores, ha reivindicado al gobierno de Stroessner, pero no su política de terror. En declaraciones a EL PAÍS durante la campaña electoral, pidió que se lo juzgue por el presente y no por el pasado. "Yo tenía 15, 16 años en el final de Stroessner, no hacía política ni militancia en ese tiempo. Yo rescato las políticas que generaron un impacto positivo, y eso no significa reivindicar a la persona", dijo.
La dictadura stronista asesinó a más de 400 personas y se estima que otras 20.000 sufrieron detenciones y torturas, según el informe de la Comisión de Verdad y Justicia publicado en 2008. La Mesa de Memoria Histórica estableció que de 448 represores investigados, sólo ocho fueron procesados por la Justicia. Abdo debe cargar con ese lastre, pero también concentrarse en el futuro. Además de la corrupción, deberá luchar contra la pobreza. El último informe de la Dirección General de Estadísticas (DGEEC) determinó que el 26,4% de los paraguayos son pobres, un porcentaje que equivale a 1,8 millones de personas. Más de la mitad de esa cifra se encuentra en zonas rurales.
El gran desafío del nuevo Presidente será recolectar apoyos dentro de su propio partido, divido históricamente en múltiples líneas internas. De ello dependerá que logre apoyos en el Congreso, que en Paraguay tiene un enorme poder, al punto que puede destituir al presidente en cuestión de horas, como ya hizo con el exbispo Fernando Lugo en 2102. Tendrá, en el fondo, que lograr que la gente vuelva a confiar en la política.
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