_
_
_
_
PARADA DE POSTAS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El secuestro de un estudiante

Desde hace tiempo, la inseguridad volvió a meterse en la conversación de quienes vivimos en la Ciudad de México

Gabriela Warkentin de la Mora
Leonardo Avendaño (izquierda) y Norberto Ronquillo (derecha).
Leonardo Avendaño (izquierda) y Norberto Ronquillo (derecha). FACEBOOK

Hay sucesos que quiebran la paz o alborotan demonios.

Hace unas semanas, la conversación pública en la Ciudad de México se cimbró con la noticia del secuestro y asesinato de un estudiante universitario. Norberto Ronquillo, 22 años, casi graduado. En las imágenes de las cámaras de seguridad se le ve salir de la universidad en su automóvil, un joven como tantos más. Días después apareció el cuerpo. Medios y redes sociales dieron cuenta del rescate que se pidió, de manifestaciones de compañeros y familiares, de la (in)acción de autoridades, del reclamo público de la universidad. Luego la voz de la madre, Norelia Hernández: yo venía a la Ciudad de México por el diploma de mi hijo y me llevo su acta de defunción.

El asesinato de Norberto sacudió conciencias, despertó miedos y activó protestas desde las más diversas intenciones. Y es que no se trata de un caso aislado. Desde hace tiempo, la inseguridad volvió a meterse en la conversación de quienes vivimos en la Ciudad de México. Ya la gestión del jefe de Gobierno anterior, Miguel Ángel Mancera, había dejado el ánimo social de la capital del país en mínimos: una ciudad descolocada, creciente inseguridad en calles y a domicilio, una reconstrucción post sísmica que nunca terminó y la indecente frivolidad de no querer reconocer la operación del crimen organizado, llevaron a la derrota electoral a quien, seis años antes, había arrasado en las urnas. La llegada de la nueva jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, cercana al presidente López Obrador, traía consigo la narrativa de reconstrucción de paz y seguridad capitalinas. Pero estos primeros meses del nuevo Gobierno han sumido a la Ciudad de México en una crisis de seguridad. El secuestro y asesinato de Norberto Ronquillo y, pocos días después, el asesinato de otro estudiante —Leonardo Avendaño— fueron, en este contexto, la puntilla que derrumbó la poca paciencia que quedaba.

¿Es injusto culpar de la inseguridad al Gobierno de Sheinbaum después de haber heredado la Ciudad de México en condiciones lamentables? ¿Es injusto cebarse en críticas a la jefa de Gobierno capitalino cuando el país todo está azotado por nuevas olas de inseguridad?

Tal vez lo sea, pero el acto de gobernar implica asumir la responsabilidad de lo que sucede. Si, como ha dicho Sheinbaum, la entrada del nuevo Gobierno significó la ruptura del pacto criminal que mantenían las autoridades anteriores, está obligada a denunciarlo. Si el desmantelamiento de las estructuras policiacas existentes descolocó cualquier control temporal de la criminalidad en la ciudad, debe comunicarlo con claridad y actuar con resultados. Si desde diversos frentes se está articulando una nueva política de seguridad, debe activar a los mejores voceros para no permitir vacíos informativos. Y si la ciudadanía se duele y asusta por asaltos, secuestros y asesinatos, no debe arroparse en las porras interesadas de López Obrador ni pretextar el “maltrato de unos grandulones y abusivos”, sino desde la empatía tenderle la mano comunicativa a la gente que quiere saberse acompañada en el dolor, no confrontada.

“Cuando vi el video de unas personas que eran asesinadas en un puesto de comida mientras su bebé, herido, se retorcía de dolor antes de morir, no pude más”, dice Vampipe, célebre tuitero por ácido y ocurrente. Y decidió escribir en sus redes sociales que más que criticar, se ofrecía a decir “en qué puedo ayudar”. Lo tundieron por vendido, por entregado. Pero él se sostiene: hay cosas de las que ya no me puedo reír.

En su discurso de despedida como alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena habló de cuidar la democracia: “así como cuidamos los afectos, las amistades, los amores, tenemos que cuidar las instituciones, porque las instituciones son la estructura de paz que permiten la vida social”. Cuidar significa cultivar e implica al colectivo. La jefa de Gobierno de la Ciudad de México tiene la gran oportunidad de convocar a cuidar, enderezar y crecer esa estructura de paz. Pero para ello necesita mirar a los que gobierna, no evadirlos con recelo.

Ojalá el secuestro de un estudiante, por doloroso que sea, se convierta en oportunidad de vislumbrar la paz.

@warkentin

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_