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La batalla por la gran presa del Nilo amenaza con desatar una crisis regional

Etiopía ultima una de las infraestructuras más ambiciosas de África, una obra mastodóntica que Egipto rechaza por los posibles perjuicios económicos

Obras de construcción de la Gran Presa del Renacimiento Etíope, en Guba, en noviembre de 2017.
Obras de construcción de la Gran Presa del Renacimiento Etíope, en Guba, en noviembre de 2017.Gioia Forster (Getty)
José Naranjo

Es uno de los proyectos más ambiciosos que se desarrollan en África, pero su camino está sembrado de peligros. Etiopía comenzó a construir en 2011 la Gran Presa del Renacimiento Etíope, la mayor del continente, en el curso del Nilo Azul, uno de los brazos de agua que forman el río Nilo. Sin embargo, Egipto considera que esta iniciativa, tal como la prevé Adis Abeba, le puede provocar devastadores perjuicios económicos, por lo que se opone de plano. Representantes de ambos países y de Sudán reactivan estos días las negociaciones para intentar llegar a un acuerdo.

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La iniciativa es faraónica. El coste se eleva a unos 4.000 millones de euros que aportan la propia Etiopía, con gran esfuerzo, y China, que sufraga el 30% a través de sus entidades bancarias. Cuando esté terminada, la presa podrá almacenar unos 70.000 millones de metros cúbicos. La idea es generar algo más de 6.000 megawatios de electricidad gracias a una planta hidroeléctrica, lo que contribuiría de manera decisiva a cubrir el gasto energético de un país de más de 100 millones de habitantes y en pleno crecimiento demográfico. Para Adis Abeba se ha convertido en una cuestión de orgullo nacional y hasta los funcionarios han aceptado una reducción de su salario para financiarla.

Egipto lo ve de una manera muy diferente. El presidente Al Sisi ha llegado a asegurar que es “una cuestión de vida o muerte” para su país. Según sus cálculos, la reducción de tan solo un 2% del agua del Nilo provocaría una catástrofe en su economía, que depende en buena medida de la agricultura en torno al río, y la pérdida de su medio de vida para unas 200.000 familias. El Nilo Azul aporta el 60% del agua que llega a Egipto. Pese a la oposición egipcia, la obra, adjudicada a una empresa italiana, Salini Costruttori, ha seguido adelante y se espera que comience a funcionar en 2020. Sudán, el tercer país implicado, la ve con buenos ojos porque podría beneficiarse de la energía producida.

A mediados de septiembre, representantes de los tres Estados se sentaron a negociar tras más de un año de bloqueo debido a la inestabilidad política sudanesa. Este parón ha generado una enorme inquietud en El Cairo, que ve cómo el proyecto avanza sin que se haya alcanzado un acuerdo. Etiopía y Egipto han puesto sendas propuestas sobre la mesa, pero cada uno ha rechazado la del otro. La principal diferencia estriba en el flujo anual de agua que Etiopía debería permitir que siga río abajo para abastecer a Egipto. La reunión acabó como empezó.

Obras de construcción de la Gran Presa del Renacimiento Etíope, en Guba, en noviembre de 2017.
Obras de construcción de la Gran Presa del Renacimiento Etíope, en Guba, en noviembre de 2017.Gioia Forster (Getty)

Este fin de semana hay una nueva oportunidad para rebajar la tensión con el encuentro entre los ministros de Aguas de los tres países. A principios de este año, el International Crisis Group alertaba en un informe sobre el riesgo de crisis regional si la presa comenzaba a operar sin que todas las partes alcanzaran un acuerdo. En 2013 se filtraron unas declaraciones de políticos egipcios en las que planteaban la posibilidad de un sabotaje o incluso de bombardear la presa, en palabras del entonces presidente Morsi, pero dos años más tarde, ya con Al Sisi en el poder, no tuvieron más remedio que participar en las negociaciones.

Con sus 145 metros de altura y 1.800 de longitud, este dique va a crear un lago de 247 kilómetros con capacidad para almacenar 67.000 millones de metros cúbicos. Egipto, que también tiene 100 millones de habitantes pero prevé doblar esta cifra en 2060, exige que el ritmo de llenado de la presa se ralentice para que el impacto sea menor y que el río mantenga su “flujo natural”. Etiopía, sin embargo, pretende amortizar el gasto lo más rápido posible.

“No existe flujo natural en la cuenca del Nilo”, aseguraba recientemente Gedion Asfaw, asesor del Ministerio de Aguas de Etiopía, “este río ha sufrido cambios y sufrirá más aún. Egipto ha planteado que no debería haber obstrucción aguas arriba, lo que impediría a Etiopía usar de manera equitativa el Nilo Azul. Como ha dicho el ministro, aportamos el 86% del agua que llega a Egipto, decirnos que usemos cero metros cúbicos no es un trato justo”.

La pugna por las aguas del Nilo se ha acentuado con el impresionante crecimiento demográfico de ambos países y las necesidades básicas que traen aparejadas. Históricamente, las poblaciones negras fueron excluidas de los beneficios del paso del río por su territorio. El tratado de 1902 firmado entre Gran Bretaña, que controlaba Egipto y Sudán, y Etiopía impedía a este país soberano llevar a cabo ninguna obra que afectara al curso de agua. Estos acuerdos, que los egipcios reivindican como “derechos históricos”, son ahora calificados de “coloniales” por los actuales dirigentes etíopes, que no los reconocen.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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