China consolida su dominio sobre los recursos mineros estratégicos
La posición de fuerza de Pekín y los significativos recursos de Rusia someten a Occidente a una dependencia de difícil gestión en sectores clave
El pulso de Rusia a Occidente ha alcanzado niveles inauditos desde la Guerra Fría y está forzando el diseño de planes de contingencia de amplio espectro, tanto en la Unión Europea como en Estados Unidos. Al margen de la cuestión militar, el aspecto más conocido son las febriles iniciativas para asegurar a la UE suministro de gas alternativo en caso de que la crisis culmine su escalada y se produzca un corte abrupto. Pero este no es, ni mucho menos, el único ámbito de dependencia. En el sector aeroespacial, por ejemplo, las empresas europeas y estadounidenses ya se preparan para afrontar posibles problemas en la cadena de suministro del titanio, un material vital para esa industria y del que Rusia es un productor significativo. Un escenario de conflicto y sanciones podría alterar ese mercado.
Por descontado, una eventual escasez de titanio no tendría consecuencias adversas tan graves como la falta de gas, ya que no afectaría a la población en general sino solo a un sector productivo, por importante que este sea. Sin embargo, el caso de este material sirve para llamar la atención sobre un terreno de competencia entre potencias menos visible que otros: los recursos mineros estratégicos, elementos esenciales para el desarrollo de cuestiones tan sensibles como la transición energética, la revolución digital o la medicina.
Cada tres años, la Comisión Europea publica una lista de los materiales que considera más relevantes. La última, de septiembre de 2020, selecciona 30, entre los que destacan el cobalto, el litio y las tierras raras —fundamentales en los procesos de electrificación—; el silicio —para microchips— o el proprio titanio. En el informe, Bruselas pone en evidencia la posición de preeminencia de China y la importancia de Rusia como agentes productores o procesadores de estos minerales, un terreno de competencia cada vez más exacerbada entre potencias y un potencial canal de presiones y reacciones políticas. Como en el terreno energético, aquí también la UE sufre una marcada dependencia del exterior.
“En los últimos 20 años, buena parte del control de la cadena de suministro se ha desplazado de Occidente a China, tanto en términos de extracción como de procesamiento”, constata Nicholas Crawford, investigador del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres para asuntos geoeconómicos.
En las actividades extractivas, las compañías chinas han expandido paulatinamente su radio de acción obteniendo, a menudo, contratos en países en vías de desarrollo gracias a complejos esquemas que incluían la financiación de proyectos de infraestructuras. Su avance ha sido notable. Y el pulso con las compañías occidentales, desigual.
“Es cierto que muchas de las grandes mineras siguen siendo occidentales”, señala por teléfono Gavin Montgomery, analista de la consultora Wood Mackenzie. “Pero las chinas cuentan con la ventaja de que no tienen frenos de otro tipo a la hora de invertir en algunos países: si una empresa estadounidense o europea quiere entrar en el Congo, por ejemplo, va a tener el rechazo de los bancos que las financian. Una china, no”. Aun así, en una mirada de conjunto al panorama extractivo, “no puede considerarse que las empresas chinas son dominantes; las occidentales tradicionales retienen un papel muy significativo”, apostilla Crawford.
Al avance en la pata extractiva debe sumarse la fuerza de China en el procesamiento de muchos de estos elementos claves, una posición de dominio que tiene desde hace años y que se debe a varios motivos. Primero, las inquietudes medioambientales que estas actividades generan, que han inducido a compañías occidentales a desplazar allí sus actividades. Segundo, los menores costes laborales, a pesar de que el diferencial se ha ido achicando con el paso de los años. Y tercero, una lógica de cercanía con la industria manufacturera, que sigue teniendo en el gigante asiático su principal centro de operaciones a escala global. “China ha sabido capitalizar ese movimiento y desarrollar industrias propias en ese sector”, apunta Crawford.
La suma de la potencia extractiva —tanto dentro como, sobre todo, fuera de sus fronteras— y de procesamiento y refinado de estos metales sitúa a Pekín como productor de referencia de una veintena de los 30 materiales estratégicos en los que la Comisión pone el foco. Sin embargo, en cierto modo, su fuerza va incluso más allá de lo que esa tabla sugiere.
El cobalto es, quizá, el caso más paradigmático de la dependencia indirecta de Occidente. Aunque la gran mayoría de reservas y el 70% de la producción global de este mineral, fundamental para la producción de baterías y teléfonos móviles, están en la República Democrática del Congo —Rusia es el segundo en discordia—, la manija real la tiene el coloso asiático. Una de sus mayores mineras, China Molybdenum, es hoy el segundo máximo vendedor del mundo de este material, solo por detrás del conglomerado suizo-británico Glencore. Su plan pasa por convertirse en el número uno a medio plazo, con inversiones multimillonarias en el país africano. Los datos hablan por sí solos: 15 de las 19 minas activas allí son propiedad de compañías chinas o cuentan con su apoyo financiero, según una reciente investigación de The New York Times. Y, lo que es más importante, Pekín suma ya las dos terceras partes de la oferta total de cobalto ya refinado. La dependencia occidental de China, en síntesis, es enorme.
La tierras raras como síntoma
Con todo, si en un ámbito el dominio chino es especialmente intenso ese es el de las llamadas tierras raras: una amalgama de 17 elementos químicos de nombre impronunciable para el común de los mortales pero fundamentales para la fabricación de computadoras o coches eléctricos. Aquí, el gigante asiático no solo domina casi el 60% de la producción mundial, según los últimos datos del Servicio Geológico estadounidense, sino también —atención— el 80% del procesamiento. Esto sitúa a los demás —la UE y EE UU, pero no solo— en una posición de peligrosa dependencia, y concede al Gobierno de Xi Jinping una importante palanca de presión.
“En 2010, China decidió restringir las exportaciones de tierras raras como medida de presión política. Golpeó particularmente a Japón, con quién mantiene una disputa sobre las islas Senkaku / Diaoyu que en ese entonces estaba especialmente candente”, relata Crawford. “Sin embargo, acciones de ese tipo causan disrupción en el corto plazo, pero también una reacción en el medio-largo: hace 11 años, la cuota de producción de China era del 100%”, dice. EE UU, Australia, India y —precisamente— Japón impulsan una iniciativa para reducir la dependencia en este ámbito. Un plan en el que, por ahora, no está la UE.
Naturalmente, no solo Pekín dispone de posiciones dominantes o prácticamente monopolísticas. “Prefiero mirar la cantidad de oferta que controla un único actor. No me importa tanto si es China, EE UU o cualquier otro país o incluso empresa. Dondequiera que haya concentración en una sola fuente, existe la posibilidad de una ruptura de oferta”, desliza por correo electrónico David Dixon, analista sénior de Rystad Energy. En esos casos, la reacción no es imposible. Pero sí difícil y lenta: por las inquietudes medioambientales en Occidente y también por las propias dificultades técnicas de poner en marcha operaciones productivas de cierta envergadura, explica Montgomery.
En este panorama, Rusia reviste un papel relevante, aunque inferior a China, según coinciden Crawford y Montgomery. Es un actor importante en el titanio, el níquel o el aluminio. Tiene experiencia industrial. Y su creciente presencia en el continente africano, con buenas relaciones con regímenes a los que proporciona seguridad, abre algunas perspectivas de proyección internacional. Sin embargo, hay límites: “De momento, en África tiene algunas operaciones, pero a escala pequeña. En perspectiva, hay que tener en cuenta que tendrán que seguir compitiendo tanto contra China como contra Occidente”, asevera Crawford. El músculo financiero o la experiencia y tamaño empresarial que estas tienen son un factor insoslayable, y en ambos frentes su poderío es incomparablemente menor.
Occidente mantiene la hegemonía empresarial en el sector
En el flanco empresarial, el peso occidental —y, muy especialmente, del Reino Unido— se mantiene en cotas elevadísimas. La, de largo, mayor minera del mundo, la anglo-suiza Glencore, mantiene un amplio dominio en la extracción de cobre, cobalto y zinc, entre otros. La segunda, BHP Billiton (anglo-australiana), no solo es un actor esencial en la producción de hierro, sino también en la de otros minerales clave para el salto a las renovables, como el níquel o el cobre, y tiene entre ceja y ceja las tierras raras.
Rio Tinto, también anglo-australiana, mantiene un dominio sustancial del mercado de dióxido de titanio y cobre. Y a la zaga van el gigante férrico brasileño Vale y la británica Anglo American, que domina una fracción no menor del mercado de platino. Aunque las firmas chinas ya están despuntando, aún siguen varios cuerpos por debajo de sus pares occidentales. Está por ver hasta qué punto —con qué velocidad— el respaldo estatal y la financiación sin problemas de conciencia las ayudarán a recortar distancias.
Ante esta situación, tanto EE UU como la UE estudian iniciativas para reducir su grado de dependencia de suministradores inseguros. El Congreso estadounidense, por ejemplo, estudia conceder exenciones fiscales para fomentar producción nacional de elementos estratégicos y un proyecto de ley apoyado por demócratas y republicanos para evitar que su poderosa industria de Defensa siga comprando tierras raras a China.
La UE, por su parte, también intenta desempeñar un papel. El estudio trienal de la Comisión es precisamente parte de ese esfuerzo. El concepto de autonomía estratégica es un mantra que estos días resuena fuerte en Bruselas, que acaba de concretar sus planes en materia de microchips. De momento, eso sí, sin resultados trascendentes.
Por valores y prerrogativas, la UE no puede desempeñar un papel como el del Estado chino. Pero eso no significa que no haya terrenos interesantes donde puede ser relevante. Crawford señala dos: financiar la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías que reduzcan la dependencia de materiales clave de acceso complicado; y apoyar la investigación para mejorar el reciclaje de estos materiales. La economía circular, aún poco desarrollada en el sector, puede convertirse en el futuro en un factor significativo para disminuir dependencias. Eventuales sacudidas de precios en algunos mercados por tensiones geopolíticas podrían hacer más competitivos este tipo de emprendimientos.
Desde las profundidades de la tierra, con sus recursos mineros estratégicos, hasta el espacio, con la relevancia creciente de los satélites, pasando por las imprescindibles capacidades en el ciberespacio, el pulso entre potencias del siglo XXI está desbocado y se juega en múltiples planos. El abanico, en fin, es infinitamente más amplio que en el siglo anterior.
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