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Los agricultores franceses se proponen “sitiar París” para arrancar más concesiones de Macron

Centenares de tractores bloquean las principales autopistas mientras se despliegan 15.000 policías y gendarmes

Decenas de tractores bloquean la autopista A1 cerca de  Chennevieres-les-Louvres, al norte de París, este lunes.
Decenas de tractores bloquean la autopista A1 cerca de Chennevieres-les-Louvres, al norte de París, este lunes.BENOIT TESSIER (REUTERS)
Marc Bassets

El “sitio de París”, como lo llaman los sindicatos agrícolas, se ha activado, con puntualidad, a las 14.00 de este lunes. Nadie sabe cuánto durará ni hasta dónde llegará. En la A13, una de las ocho vías de acceso a la capital francesa bloqueadas desde la misma hora, medio centenar de tractores, a paso lento pero decidido, han empezado a ocupar la calzada, mientras algunos agentes de la policía observaban desde lejos y los automóviles se desviaban por la primera salida hacia Mantes-la-Jolie, la ciudad vecina.

La FNSEA, primer sindicato agrícola de Francia, prevé mantener la protesta hasta que el presidente Emmanuel Macron atienda sus reclamaciones, que van desde un alivio de las normas medioambientales hasta medidas contra lo que consideran una “competencia desleal” de países como España, Italia o Ucrania. También se quejan del exceso de burocracia y de la caída ingresos, y de la obligación de dejar un 4% de sus tierras en barbecho.

El Ministerio del Interior ha desplegado por todo el país a 15.000 policías y gendarmes y protege, con vehículos policiales blindados, la población de Rungis, el principal mercado europeo al por mayor, y los aeropuertos de Orly y Charles de Gaulle. El objetivo del despliegue de las fuerzas de seguridad es evitar los cortes en estos puntos neurálgicos para la vida económica e impedir que los tractores se instalen en el bulevar periférico de la capital —la autopista de circunvalación— o incluso entren en la ciudad. La FNSEA y el otro sindicato convocante del “sitio”, Jóvenes Agricultores, han declarado no tener la intención, por ahora, ni de cerrar el acceso a Rungis ni de entrar en París.

“Nos quedaremos aquí hasta que arriba se tomen decisiones”, promete, tras aparcar el tractor en la A13, Adrien Lemarié. “El tiempo que haga falta”, remacha este hijo de una familia de cultivadores de cereales, como la mayoría en esta zona a orillas del Sena a unos 40 kilómetros al oeste de París. Él ha previsto dormir en el vehículo, y el martes le relevarán su padre y su hermana.

Cuenta Lemarié que, mientras conducía su vehículo en dirección a la autopista para bloquearla, algunos automóviles con los que se cruzaba tocaban el claxon en señal de apoyo. El movimiento del campo, que empezó hace dos semanas en el sur de Francia y desde entonces se ha extendido por todo el territorio, goza de un amplio apoyo popular. El simbolismo del cerco a París es considerable. Esta ya no es una protesta de provincias ni del campo, sino que se aproxima al centro del poder político y mediático, y la hace más visible. E intimidante.

El bloqueo en la A13 —conocida como Autopista de Normandía— consiste en tractores, algunos con una bandera francesa, aparcados en fila sobre la calzada, en ambas direcciones. Imposible circular sin permiso de los organizadores, que han instalado un tráiler con comida y mesas para los periodistas bajo un entoldado. En una pancarta se lee: “Francia, ¿quieres todavía a tus campesinos?”. En otra: “No hay país sin campesino”. Y otra, pegada a remolque con un tractor, dice: “¡Macron! No importemos alimentos que no queremos”.

El propietario de este último tractor se llama Thomas Brebion y explica que el problema es que Francia impone normas, además de las europeas, que complican la vida a los agricultores. Cita la prohibición de insecticidas para la remolacha que, asegura, ha provocado una caída de la producción y el cierre de productores de azúcar.

“Ahora el azúcar se compra en Ucrania”, afirma. “Nosotros”, precisa, “trabajamos para el medio ambiente. Mi abuelo era agricultor, y mi padre. Pero hay normas ecológicas que no siempre tienen sentido”.

Protestas en Bélgica

El bloqueo del acceso a París y otras ciudades y autopistas de Francia coincide con protestas en Bélgica que amenazan con confluir en Bruselas, donde este lunes ya llegaron varios tractores casi hasta las puertas del Parlamento Europeo, informa Silvia Ayuso. Los manifestantes reclaman una mejora de ingresos por la producción. Y denuncian las políticas ecológicas del Pacto Verde de la UE, así como acuerdos comerciales internacionales como el que todavía está pendiente con los países latinoamericanos de Mercosur.

Es una reclamación común con los agricultores franceses, y Macron la apoya. “Francia se opone de manera clara a la forma del tratado Mercosur”, dijo el viernes el primer ministro, Gabriel Attal, durante una visita a una granja. “El presidente de la República siempre se ha opuesto y seguimos y seguiremos oponiéndonos.”

En París no se nota el bloqueo y para los automovilistas hay maneras de esquivarlo, pero si se alargase, las cosas podrían cambiar. Las miradas están centradas en el joven Attal quien, recién nombrado en el cargo, afronta una crisis potencialmente explosiva.

Corte de una carretera cerca de Namur (Bélgica), este lunes.
Corte de una carretera cerca de Namur (Bélgica), este lunes. OLIVIER HOSLET (EFE)

El viernes, en la granja, Attal dijo que el Gobierno suprimirá el aumento de la tasa para el carburante de tractores, una de las principales reivindicaciones del sector. Para Arnaud Lepoil, presidente del sindicato en Mantes-la-Jolie y al frente de la movilización en la A13, las medidas sobre el carburante “son un aperitivo”. “Nos gustaría que hiciese más”. El martes, el primer ministro pronunciará ante la Asamblea Nacional su primer discurso de política general, y podría aprovechar para anunciar nuevas concesiones. En la Autopista de Normandía, un agricultor instalaba el lunes por la tarde un televisor bajo el entoldado: “Lo seguiremos desde aquí.”

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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