¿Hacia qué mundo vamos? Trump precipita la multipolaridad salvaje
La Administración estadounidense propicia la conformación de Europa como polo autónomo, y da oxígeno a Rusia mientras resquebraja normas e instituciones internacionales

Tras una larga etapa bipolar en el periodo de la Guerra Fría y una sustancialmente unipolar tras la caída del Muro de Berlín, el mundo avanza ahora hacia un orden multipolar. La tendencia no es nueva, pero la Administración de Donald Trump la está acelerando de forma brutal y caótica, propiciando a la vez la conformación de distintos polos de poder en competición y la erosión de las normas e instituciones que puedan mantener las relaciones en una senda ordenada.
Josep Borrell describió de forma cristalina las principales dinámicas que genera la multipolaridad en un escrito de 2023: “En primer lugar, una más amplia distribución de la riqueza en el mundo, en segundo lugar, la voluntad de los Estados de afirmarse estratégica e ideológicamente y en tercero, la emergencia de un sistema internacional crecientemente transaccional, basado en tratos bilaterales en vez de en normas globales”. Hay una cuestión de cambio de capacidades (como el ascenso de China o la India), otra de voluntades (asertividad nacionalista), y un cambio de marco global (debilitamiento de instituciones como la OMC, la OMS y otras).
En poco más de dos meses, la Administración de Trump ha galvanizado esa tendencia con distintos impulsos.
En primer lugar, su actitud hacia Europa precipita la conformación de esta como un polo independiente, quebrando en dos el que antes era el bloque geopolítico occidental, aglutinado alrededor de la OTAN. Un síntoma del nacimiento de este nuevo polo europeo es la reunión celebrada esta semana en París, última en una serie de citas que han congregado a líderes europeos para hablar de seguridad sin que estuvieran presentes representantes estadounidenses.
Después, su voluntad de reactivar la relación con Rusia, reconociéndole estatus de potencia y un cierto derecho a una esfera de influencia, da vuelo a Moscú. De esa manera, reduce su arrinconamiento, y la consiguiente dependencia de China, muy acentuada en los últimos años. Esto, sin llegar a romper su relación con Pekín, permitirá a Moscú tener más perfil de polo autónomo.
En tercer lugar, el trumpismo precipita la voladura del orden internacional basado en reglas, destrozando el multilateralismo y dando paso a una multipolaridad regida más bien sobre la fuerza, con el aparente cálculo de que podrá beneficiarse más de relaciones bilaterales asimétricas ventajosas para él que de un sistema más ordenado.
Esto se produce en un contexto en el que ni EE UU tiene la fuerza para seguir siendo hegemónico -―aunque siga siendo poderoso e influyente― ni los países del llamado Sur Global parecen dispuestos a dejarse encasillar en una lógica binaria como durante la Guerra Fría, apostando más bien por sacar partido de la competición entre polos.
“Las políticas de la Administración de Trump son una de las razones principales por las que vemos un proceso de multipolarización”, considera Tobias Bunde, profesor de Seguridad Internacional en la Escuela Hertie de Berlín, y director de investigación y Políticas de la Conferencia de Seguridad de Múnich. El informe que acompañó la cita anual en la capital bávara el pasado febrero precisamente se titulaba Multipolarización. Los hechos posteriores han venido a confirmar la tendencia.
“Creo que muchas personas piensan que el mundo multipolar es una visión que suena bien, una en la cual hay más personas, más actores que de alguna manera trabajan juntos. Desafortunadamente, creo que no es el caso. El mundo multipolar será más caótico, más peligroso, más conflictivo, porque habrá más actores involucrados, pero será más difícil hallar soluciones globales”, dice Bunde.
Muchos países emergentes ven favorablemente la erosión del orden anterior, que sin duda tiene sesgos favorables a Occidente que no representan adecuadamente el mundo actual. El problema es que la disgregación del orden anterior no necesariamente alumbrará uno nuevo más representativo, e incluso pueden perderse activos que aquel proveía.
Una de las cuestiones que inquieta a muchos expertos de relaciones internacionales es precisamente quién se encargará de proveer ciertos bienes públicos globales. Un ejemplo clásico es la libre circulación marítima. Durante décadas, ha sido sustancialmente la fuerza naval de EE UU quien la ha garantizado. Ahora es dudoso que quiera seguir haciéndolo. De hecho, el chat de líderes estadounidenses que comentaba el reciente ataque a Yemen dejó aflorar el deseo de cobrar a los europeos la operación, bajo el concepto de que el comercio que pasa por la zona se dirige sustancialmente a mercados de Europa.
“El mundo se acostumbró a una situación en la que EE UU desempeñaba el papel de principal proveedor de bienes públicos globales, sea la libertad de navegación o la organización de respuestas a las crisis globales. Ahora está claro que la Administración de Trump no quiere seguir desempeñando ese papel. Otros actores no están acostumbrados a asumirlo. A menudo no tienen las capacidades, sean militares, económicas o políticas para compensar la ausencia de EE UU, al menos en el corto plazo”, dice Bunde.
“Yo creo que estamos claramente en un mundo multipolar sin unas reglas claras”, coincide Carlota García Encina, investigadora principal de Estados Unidos y Relaciones Transatlánticas del Real Instituto Elcano. Los EE UU de Trump ejercen de forma muscular su poderío, causan agitación y provocan ajustes. Pero esto no es sinónimo de hegemonía, como demuestran sus dificultades en conseguir objetivos, las marchas atrás abruptas en algunas embestidas, y en general las tendencias de fondo, que apuntan a una duradera fortaleza de China y a un inexorable crecimiento del peso de la India.
“Todo apunta a que estamos ante un cambio sustancial, ante un replanteamiento fundamental de la política exterior de EE UU posterior a 1945. En el caso de Europa, lo que parece buscar Trump es explotar las vulnerabilidades económicas, tecnológicas, políticas y de seguridad europeas con fines coercitivos”, dice García Encina.
Ese alejamiento del concepto de la construcción de alianzas sólidas como elementos de proyección de poder y hegemonía hacia otro en el que los aliados débiles son objeto de acciones extractivistas es un paso decisivo en la multipolarización del mundo. Es un proceso que dinamita el esquema bipolar que en cierto sentido buscaba la Administración de Joe Biden: un cierre de filas de los aliados europeos y asiáticos frente a China. Por un lado, un amplio frente de democracias liberales y por el otro el gigante autoritario asiático acompañados de algunos otros regímenes. Ese esquema queda quebrado, la unipolaridad es inconcebible ya, el multilateralismo basado en reglas es inviable. Durante tiempo, EE UU creyó que ese sistema le beneficiaba. Por supuesto, a menudo se saltó las reglas que contribuyó de forma decisiva a escribir, pero al menos había reglas, se forjaron instituciones, y Washington desempeñó un liderazgo que, aunque fuera como derivada incidental del objetivo de preservar o fortalecer su hegemonía, produjo consecuencias positivas globales.
Ahora todo apunta a que se avanza hacia una multipolaridad salvaje. Un esquema complejo en el que, según señala García Encina, probablemente proliferarán los “minilateralismos”. Coaliciones reducidas, a menudo para objetivos limitados. Un mundo de geometrías variables, en el que según los emprendimientos ―comercio, lucha contra el cambio climático, diseño de instituciones económicas, estándares tecnológicos, salud global, etc.― pueden conformarse distintas alineaciones de países. Un mundo complejo, probablemente inestable.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
