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Combat rock
Columna
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El Grito

Este septiembre, en México, es un mes como para echar un grito más parecido al del cuadro de Edvard Munch que al que dio el cura Hidalgo en 1810

Antonio Ortuño
Una mujer en el metro de Ciudad de México.
Una mujer en el metro de Ciudad de México.José Pazos (EFE)

Nadie, en enero, hubiera podido imaginarse que llegaríamos al llamado “mes patrio” de septiembre así, con prácticamente setenta mil fallecidos por la covid-19, una epidemia que al principio del año sonaba exótica y remota y de la que, entre nosotros, solo sabían los expertos o los que no se pierden noticia. No: nadie pensaba que sumaríamos siete meses hundidos en esta paradójica condición de no estar ni libres ni encerrados… Porque la gente en nuestras ciudades está guardada hasta que deja de estarlo, es decir, hasta que tiene que salir a trabajar o hasta que se le antoja un mango con chile o visitar a su tía o festejar un cumpleaños.

Y nadie suponía, tampoco, que la economía recibiría el impacto meteórico que causó la cuarentena, y sus cierres industriales y comerciales, y que nos ha convertido en los dinosaurios de este desastre planetario que resentimos y que aún ha de ponerse peor: ya hoy nos asaltan por doquier las imágenes del cierre de negocios y las malas nuevas del tambaleo de empresas, del despido de parientes, amigos o conocidos... Y, en el horizonte, 2021 luce aún más siniestro: con un presupuesto recortado, con la inversión acotada, con la falta de recursos y oportunidades alcanzando cada vez a más y más personas (y al buen señor que siempre me escribe para confundir mi azoro ante estos datos con un deseo irrefrenable y vesánico de que nos cargue el demonio, lo remito a las perspectivas divulgadas por el secretario de Hacienda y por Banxico y a la encuesta realizada por Citibanamex entre bancos e instituciones financieras, que son todas apocalípticas). El panorama no podría ser más negro. Pemex, que por años fue el sostén del presupuesto, es hoy un agujero sin fondo de pérdidas. De no ser por las remesas, millones de personas en el país pasarían hambres… sumados a los millones que ya las pasan.

Y resulta además, por cierto, que la ultraviolencia, el que parecía el más grave problema nacional al arranque del sexenio, sigue allí, tan campante. En los primeros ocho meses de 2020 se cometieron, según cifras oficiales, poco más de 23 mil homicidios en México. Esta, huelga decir, es la cifra más alta desde que se llevan estadísticas. Las desapariciones, las masacres, los feminicidios, no paran. Aunque los políticos se hayan cansado de llevar las cuentas y prefieran mentir y declaren que nada de eso sucede ya.

Llegó septiembre, pues, y nos encontró en la lona. Tendremos ceremonia del Grito de Independencia y desfile, sí, pero ambos actos se realizarán sin público. Veremos contingentes de soldados embozados y a un presidente sin cubrebocas ante un Zócalo vacío, pero iluminado con luces LED y fuegos de artificio. Nunca, desde 1847, en que comenzó a festejarse la Independencia, se habían suspendido las verbenas populares hasta este septiembre de 2020: nadie quiere un nuevo balonazo de contagios por culpa de salir a gritar “Viva, viva”. Pero es inocultable que las cosas van mal. Una economía hundida, una violencia fuera de control y una pandemia desastrosa en términos humanos y sociales. Esa es la realidad.

Y, claro, también están en la mesa esos temas que el poder institucional y la oposición y ciertos medios se obstinan en convertir en centrales: el forcejeo con la autoridad electoral por el registro o no de micropartidos conducidos por aventureros o por rencorosos profesionales, como el expresidente Calderón; y está la rifa del avioncito. Y están las embestidas del presidente contra la prensa. Y las de la oposición contra el color del pelo del hijo menor del presidente. Esos temas pintorescos y banales, en los que tantos están empantanados, no pueden quitar del centro del escenario a la pólvora y la sangre, a los enfermos y fallecidos por covid-19, y a los negocios con la puerta cerrada y el candado echado. No. Este septiembre, en México, es un mes como para echar un grito más parecido al del cuadro de Edvard Munch que al que dio el cura Hidalgo en 1810.

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