Pequeños esfuerzos y grandes resultados
‘El arte de la guerra’ está más de moda que nunca, y no solo en las escuelas de negocios
Por mucha poesía y canción que se le haya dedicado y mucho atardecer que se haya contemplado, el mar es un elemento hostil. Sencillamente, y por mucho que nos pueda doler, no estamos hechos para él. Es un límite. Quienes aman el mar le tienen un respeto semejante al que se debe observar con un tigre. Ovidio decía que quien ha naufragado alguna vez se estremece incluso ante el mar en calma y para la escritora británica Anne Stevenson el mar es lo más cerca que hemos estado de otro mundo. Pero la humanidad —tal vez precisamente porque lo es— ha hecho de ese territorio hostil no solo una frontera que hay cruzar sino un escenario casi fundamental para dominar el elemento propio: la tierra firme. Y en tiempos de realidad virtual, ciberseguridad y tráfico aéreo —si es que va a quedar algo de este último— puede sorprender que hechos, en teoría poco relevantes, relacionados con el dominio del mar tengan gran importancia geoestratégica.
Esto ha sucedido desde muy antiguo. Se recuerda fácilmente —quien lo haga— que la Atenas clásica era una democracia, pero menos que también era una “talasocracia”. Es decir, en vez de extender su poder e influencia por el tradicional método de conquistar tierra, los atenienses montaron una red de colonias y socios comunicados entre sí a través del mar y no de la tierra que —pequeño detalle— podía ser de otros. Los romanos le dieron una vuelta de tuerca al concepto: conquistaron toda la tierra alrededor del Mediterráneo y así controlaban el mar. ¿Y qué pasó cuando se toparon con un mar más grande cuyo límite era desconocido? Solución a la romana. Se pone un cartel diciendo que aquello es el fin del mundo, se construye un faro y además se le da una idea a un tal Julio Verne para que titule así un libro 19 siglos después. Aquel mar, sí, era otro mundo pero no el fin. Portugueses —“El mar con fin será griego o romano. El mar sin fin es portugués”, proclamaba Camões en siglo XVI — españoles, ingleses, holandeses, franceses se enzarzaron en los siglos posteriores en el intento de conquistar el mundo dominando el mar. El anuncio de Alemania en torno a 1900 de que se disponía a construir una poderosísima armada, como explica Christopher Clark, fue probablemente la caída de un guijarro que termina provocando una avalancha desastrosa como fue la Primera Guerra Mundial, a la que siguió la Segunda, la Guerra Fría y el mundo en que vivimos.
Por lo tanto, si un país quiere presentar su candidatura al puesto de líder global debe poseer una gran armada de ultramar, mostrarla y, de vez en cuando, emplearla. Estadounidenses y soviéticos/rusos así lo han hecho durante más de medio siglo. Y los chinos están en ello. Primero fue reclamando su primacía en el ¿mar de China?, ¿mar de Filipinas?, ¿mar de Taiwán? Llamémosle “mar de enfrente”. Unas veces, reivindicando unas islas y otras veces construyendo islas de la nada y proclamándolas como territorio propio. Luego vino la construcción de portaaviones. Con el primero, en 2012, los estadounidenses pensaban que los chinos tardarían bastante tiempo en controlar la mecánica operacional de esas fortalezas. Ya van por el segundo. Ahora viene la base naval china en Djibuti, un pequeño país en el cuerno de África que debe tener la mayor proporción mundial de bases militares extranjeras por habitante y que se ha revelado como fundamental en la lucha contra la piratería en el Índico aparte de controlar el paso al Canal de Suez y tener a completamente a mano tanto el Este de África como Oriente Próximo. Imágenes de satélite han mostrado hace pocos días cómo China ha ampliado notablemente su base naval en Djibuti y construido un muelle capaz de dar atraque a navíos de importante tamaño. Puede parecer una nimiedad, pero como escribía Sun Tzu —hay que citar a algún chino— los grandes resultados pueden ser conseguidos con pequeños esfuerzos. La lógica apunta a que queda poco para que una flota china visite sus nuevos alojamientos y que esa armada comience a surcar/vigilar regularmente ese el Índico con todo lo que ella representa. Ya hacen maniobras de vez en cuando, pero no es lo mismo viajar a la playa que tener una casa allí. No es la primera vez en la historia que los chinos visitan a lo grande esas costas. Relata Roger Crowley que una gran flota china navegaba regularmente por el Índico hasta poco antes de que llegaran los portugueses. Eran otros tiempos. A ver quién le llevaba la contraria a Camões.
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