Género y políticas de recuperación de la covid-19
Sin datos no hay visibilidad y sin visibilidad no hay prioridad. Es necesario un observatorio de hombres y mujeres en la reactivación económica, que cuente con cifras y análisis cualitativos, para que las agendas incorporen la igualdad
La pandemia covid-19 es un buen ejemplo de la importancia de los análisis de sexo y género para elaborar buena ciencia y buenas políticas, y también de las resistencias a aplicar estos análisis. En los países desarrollados la disponibilidad de datos es abrumadora respecto a personas infectadas por el virus, muertes, vacunaciones, etcétera. En su recopilación se incluye, sin duda, el sexo de cada persona, pero muy raramente se publican esos mismos datos desagregados por sexo, y en general se elude el análisis de género
El sexo y el género —además de la edad— son, sin embargo, variables esenciales para conocer la dimensión real de la pandemia y orientar las políticas. Por una parte, las diferencias por sexo en inmunología están relacionadas, entre otros factores, con la dotación cromosómica, siendo ventajosa la femenina (XX) que protege de la inflamación más que la masculina (XY). Por otra, hay factores de transmisión de la enfermedad relacionados con el género. Las mujeres son predominantes entre las personas mayores por su esperanza de vida más alta, y por ello son más vulnerables al contagio, mientras que los hombres son más vulnerables a morir por enfermedades crónicas previas (tabaquismo, dolencias cardiovasculares, etcétera). Las mujeres han tomado más medidas protectoras frente al virus que los hombres, con diferencias importantes (entre 13 y 16 puntos más) en desinfección de manos, uso de mascarillas, guardar las distancias sociales, limitar contactos, no dar la mano ni besos, buena ventilación en los interiores, según datos de la encuesta Covid Impact Survey de la Fundación ELLIS. Se ven perjudicadas, en cambio, porque asumen la mayor parte de las tareas de cuidados remuneradas y no remuneradas y la sobrecarga física y mental que las acompaña. El 28% de las mujeres entre 30 y 59 años no podrían realizar una cuarentena por tener que cuidar a otras personas, lo que solo ocurre en el 12% de los hombres.
Es necesario contar con datos y análisis cualitativos para que la sociedad interiorice que las mujeres y los hombres, aunque compartan hogar, hijos, familia, viven, en mundos diferentes en cuanto al estado de salud, la participación en la educación, el empleo, la empresa, la política, la tecnología, los niveles de seguridad personal o el tiempo de ocio. Los datos promedio no reflejan la realidad de los hombres ni la de las mujeres.
Ya la Primera Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer (1975, México DF) demandó a todos los países la recopilación sistemática de datos desagregados por sexo para evaluar la situación de la desigualdad de género en sus ámbitos respectivos. Veinte años más tarde, el Informe sobre Desarrollo Humano 1995 constató que no se había avanzado prácticamente nada y concluía que, al no disponer de datos, “las políticas se habían diseñado mal, las estrategias carecían de fundamento y las prácticas aplicadas eran cuestionables”.
Si queremos diseñar políticas eficaces, es necesario disponer de estadísticas e indicadores desagregados que nos ayuden a entender los rasgos y características estructurales de la desigualdad de género. Cuando los datos se presentan de forma agregada, sin diferenciar los valores para mujeres y hombres, enmascaran las diferencias y desigualdades entre uno y otro sexo. El problema más frecuente es que se identifiquen las necesidades y hábitos normales con los predominantes entre los hombres, y se consideren atípicos los de las mujeres. Esto ocurre claramente con los horarios y jornadas laborales, que responden a usos del tiempo masculinos y ajenos a las tareas de cuidados asumidas por las mujeres. Otro buen ejemplo son las estimaciones de los parámetros del transporte urbano para las ciudades inteligentes, que priorizan los desplazamientos en vehículos privados —hombres que se desplazan al trabajo— frente a los movimientos más cortos —llevar a los hijos al colegio o a los padres al médico— que las mujeres realizan en transporte público.
El Instituto Europeo para la Igualdad de Género (EIGE) elabora el Índice de Igualdad de Género, un indicador sintético construido a partir de mediciones por países en seis ámbitos: empleo y trabajo; tiempo (reparto de tareas del hogar y cuidados); participación en el poder económico y político; dinero (brecha salarial); conocimiento (acceso a los estudios universitarios, particularmente en áreas de ciencia y tecnología); y salud (acceso a servicios sanitarios). En su reciente edición, sitúa a las mujeres en una posición bastante rezagada (68/100) respecto a la igualdad total con los hombres. A este ritmo, serán necesarios más de 60 años para alcanzar la igualdad de género. Los avances son especialmente lentos en el ámbito del empleo y el acceso al poder político y económico. España —con una puntuación de 73,7—se sitúa casi 6 puntos por encima de la media europea (68). El informe advierte de que el impacto económico de la covid-19 pone en riesgo los escasos avances en igualdad de género alcanzados en la década pasada, porque las medidas de distanciamiento social, entre otras razones, han tenido un notable impacto en los sectores que emplean a más mujeres. Además, el cierre de los colegios y otros servicios sociales ha incrementado las necesidades de cuidado infantil y de personas dependientes, con un efecto desproporcionado sobre las mujeres trabajadoras.
Aunque la covid-19 sigue activa, en el imaginario social parece que se ha pasado página, y las políticas están poniendo el acento en la reactivación económica, la reducción de las brechas sociales, la adaptación a la revolución tecnológica, la lucha contra el cambio climático, la transición demográfica, etc. donde los puntos de partida y las posiciones de hombres y mujeres son diferentes.
La transición digital no será eficiente si no alienta a las mujeres a desarrollar carreras y ejercer su liderazgo en los ámbitos tecnológicos y de la inteligencia artificial, donde su presencia es muy escasa. Con respecto a la transición verde, los datos muestran que las mujeres de todo el mundo se ven afectadas de manera desproporcionada por el cambio climático, la creciente escasez de agua y el saneamiento inadecuado, y es necesario un marco de políticas que integre la perspectiva de las mujeres como protagonistas. La transición demográfica hace inexcusable el desarrollo de políticas redistributivas y sociales orientadas a la sostenibilidad de los sectores más vulnerables de la población y consolidar los cuidados como espacio de innovación social.
Hay que apostar por una nueva era de creación y gestión del conocimiento en todas estas materias que incorpore de verdad a las mujeres, junto a los hombres, como protagonistas del cambio y para que toda la nueva oleada de políticas que se están poniendo en marcha en el marco de Next Generation sean realmente pertinentes, eficaces y ambiciosas, poniendo a hombres y mujeres —es decir, a las personas— en el centro. Para que las agendas políticas incorporen la igualdad de género, es necesario un observatorio de hombres y mujeres en la reactivación económica, con indicadores de seguimiento sistemático, porque la experiencia pasada nos dice que sin datos no hay visibilidad y sin visibilidad no hay prioridad.
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