Garzón y el mequetrefe
Twitter es una máquina muy eficaz para atacar al contrario, y casi perfecta para arruinar la propia imagen
Nada más abrir Twitter, a eso del mediodía, aparece un tuit de un tal Sergio Ramos que dice: “Dejo esto aquí y me voy”. Y lo que deja aquí —o sea, a la vista de sus 7.200 seguidores— es el pantallazo de un titular de un periódico digital: “El menú de la boda de Garzón: bogavante, solomillo, foie y cava”. Debajo del tuit sobresale una respuesta: “No conozco a un solo Sergio Ramos listo”.
Esto es Twitter.
En cuestión de segundos, un usuario cualquiera puede leer en su móvil un tuit de alguien a quien no sigue, que a su vez ha dejado una noticia sin datar y sin confirmar para arremeter contra el ministro de Consumo a cuenta de sus polémicas declaraciones a The Guardian. Y, de propina, la reacción de un tuitero anónimo que aprovecha el nombre del tal Sergio Ramos Acosta —que así se llama el autor del primer tuit— para meterse con él y con el exjugador del Real Madrid, y obtener con el chiste 60 retuits y más de 600 “me gusta”, que a fin de cuentas de eso trata este invento extraño donde el ego y la bilis importan más que la verdad o la mentira.
Pero hay más. Twitter no trae un manual de uso, aunque tal vez debiera. Uno de esos prospectos que acompañan a los medicamentos y que previenen de los posibles efectos adversos. De manera que cada uno se las apaña como puede en este mar de los sargazos. Al que suscribe, que nada como un pato en un medio tan hostil, le gusta seguir el hilo de los tuits en sentido inverso. Será por deformación profesional, o simplemente por curiosidad, no se termina de fiar de la fotografía del tuitero en cuestión o de la leyenda que la acompaña —a los anónimos no les hace ni caso, nunca le gustaron las capuchas—, y prefiere hacerse una idea del carácter o del talante de este o aquel repasando sus tuits anteriores, contra quién arremetió, en qué tono... Por ejemplo, ¿quién es Sergio Ramos Acosta?
Encima va y lo empeora.
— Sergio Ramos Acosta (@Sergio_Ramos_A) January 4, 2022
Tienes que irte a tu casa, no sirves para nada. Deja a los ganaderos en paz, mequetrefe. https://t.co/G5hH1OykCu
La sorpresa es que se trata de un senador. Pero no solo. Según su perfil, es senador del Partido Popular por Gran Canaria y vicepresidente de la Comisión de Transición Ecológica, secretario de la de RTVE y vocal en las de Educación, Adicciones, Seguridad Social y Migraciones. Casi nada. Alguien así se supone que debe ser de carácter tranquilo y mesurado, un padre de la patria a la antigua usanza, casi un devoto del manual de Carreño, aquel célebre compendio de normas de urbanidad y buenas maneras escrito en el siglo XIX. La primera pista viene del tuit fijado en su perfil. Se trata de un vídeo en el que aparece dirigiéndose durante seis minutos al ministro Fernando Grande-Marlaska. Lo pone de vuelta y media: “Se lo voy a decir claro. Usted no tiene ni puñetera idea de lo que está pasando en Canarias. ¡Míreme a la cara...!”.
Llama la atención el tono, el braceo, esa forma de buscarle la cara... Tal vez solo fue un mal día. Veamos algo más reciente, a cuenta por ejemplo de las declaraciones de Alberto Garzón. La sorpresa es aún mayor. Sergio Ramos parece no haber hecho otra cosa en los dos últimos días que arremeter contra el ministro de Consumo por esa habilidad tan suya de meterse en charcos. Sigue llamando la atención la beligerancia del senador —”tienes que irte a tu casa, no sirves para nada. Deja a los ganaderos en paz, mequetrefe”—, pero sobre todo la imagen que proyecta de sí mismo. Un senador del Reino de España buceando en la cuenta de un ministro para ver qué comió en su boda en 2017 o rescatando un tuit de 2015 en el que Garzón celebra algo con sus amigos frente a un plato de croquetas y otro de jamón.
Twitter es una máquina muy eficaz para atacar al contrario, y casi perfecta para arruinar la imagen de uno mismo.
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