Disonancias en la izquierda
El ruido en el Gobierno acaba promoviendo un abstencionismo pasivo en capas afines. Los debates ideológicos y culturales dominan el discurso, cuando la población necesita respuestas creíbles ante la inseguridad en la que vive inmersa
Las caras largas y el estado de shock en la izquierda socialista y alternativa estuvieron justificados tras la derrota en Andalucía: fue tan rotunda como eficaz la operación que Juan Manuel Moreno Bonilla supo pilotar en beneficio del PP para obtener una holgada mayoría absoluta. El cuerpo político central en Andalucía ha dejado de ser el PSOE porque el PP ha sabido encarnar un papel análogo sin estridencias, con un continuismo discreto y la convicción de que el domingo 19 de junio culminaba el fin de un ciclo político socialista que había durado más de 37 años de Gobierno. El electorado ha identificado en el perfil de moderación amigable y desideologizada de Moreno Bonilla un refugio de seguridad en tiempos de crisis aguda y futuro muy incierto.
Pero cualquier extrapolación de los resultados en Andalucía —tres diputados menos para el PSOE y 10 menos para las izquierdas— al escenario nacional ha de ser muy cauta porque las condiciones políticas de la comunidad han sido excepcionales. El Gobierno de coalición está lejos hoy de emitir un discurso coherente y compactado que transmita la seguridad de tener un Gobierno en España capaz de combatir contra la inclemencia de la inflación, el empobrecimiento y el horizonte inestable que reserva, durante un tiempo impredecible, la guerra en Ucrania. El impacto que generan las disonancias internas protagoniza el debate sin que el Gobierno logre optimizar el valor efectivo y social de las numerosas e importantes medidas que ha adoptado, tanto las que tienen valor reactivo para paliar la crisis como las que aspiran a cambios estructurales. Entre ellas, una fundamental reforma laboral o leyes que buscan paliar lo peor de la vida, como la ley de eutanasia o la de violencia de género, o hacerla mejor, como la ley de Ciencia o la ley de Universidades.
Las actuaciones unilaterales, las declaraciones intempestivas, la voluntad de singularizar el perfil de cada cual y hasta la contraprogramación de partido difunden la impresión de un Gobierno insuficientemente cohesionado en el objetivo común que lo justifica: la oferta programática y pactada de una batería de propuestas útiles y eficaces sobre el precio de la luz, el control de la inflación, el funcionamiento de una sanidad sobrepasada, el precio de la vivienda, las medidas para aumentar el parque del alquiler, la reducción mayor de la temporalidad y la precariedad y las medidas para no abandonar a las potenciales víctimas de la transición energética. La reducción de una desigualdad social que ha agrandado la crisis de la pandemia es el debate central de la izquierda en la calle y el eje de su justificación política para mejorar la vida de la mayoría. El lenguaje de la calle no es el del poder, pero el lenguaje del poder no puede excluir el lenguaje de la calle, allí donde la gente siente que se juega su vida. Los debates ideológicos y culturales dominan el discurso de la izquierda cuando la población necesita respuestas creíbles a la catarata de inseguridades en que vive inmersa: la sombra de la prescripción normativa y la ortodoxia vigilante generan más antipatía que sintonía social. La amenaza de la llegada de una ultraderecha vociferante está amortizada hace mucho tiempo y el mejor beneficiario de ese discurso ha sido en Andalucía un PP devuelto a una centralidad dicursiva y sosegada: Moreno Bonilla ha recogido el voto útil contra la extrema derecha.
Dentro de la izquierda a la izquierda del PSOE la desunión es algo más alarmante. La falta de voluntad política de Podemos para culminar una plataforma unitaria en Andalucía pudo ser solo un error táctico, pero tuvo efectos corrosivos y hundió el resultado de la izquierda. Repetir algo semejante a escala nacional conduciría a la izquierda a la insignificancia de debates endogámicos desconectados de la población, ajena a las rivalidades o antipatías entre ministras, líderes emergentes o líderes en la reserva. Pueden entretenerles, pero no movilizan al electorado ni decantan el voto, sino que posiblemente engrosan la abstención. El ascendiente de Pablo Iglesias en Podemos y su actividad de publicista acentúan a menudo las divergencias con Yolanda Díaz y generan un debate en el seno de la izquierda con un efecto disgregador del que algunos sospechan solo una lucha por cuotas de poder y puestos de salida en las listas electorales de las municipales y autonómicas de mayo de 2023. Todo ello muy poco útil para que cuaje la plataforma en marcha en que confía un amplio sector de la izquierda en múltiples lugares de España. El objetivo de movilizar a la población a la izquierda del PSOE se aleja un poco más con cada nueva disonancia: la pluralidad legítima de la izquierda rima mal con disonancia crónica o competitiva.
La comunicación deficiente es el mantra habitual de todo Gobierno en dificultades pero casi todos los tópicos contienen un pedazo de verdad. Quizá confiado en la bondad de sus políticas, este Gobierno no está sabiendo optimizar las medidas que han hecho más soportable la crisis de la pandemia y ahora deben ayudar a afrontar las durísimas consecuencias tras la invasión de Ucrania. La conducta a menudo desleal de los socios de legislatura es la otra cara de una falta de cuidado o una abierta desatención que han reprochado ellos mismos de forma muy insistente —ERC, PNV, Bildu—. Remediar esa otra disonancia puede ser crucial para que las leyes en marcha, desde la de vivienda a la ley mordaza, pasando por la ley de memoria democrática o la ejecución eficiente de los fondos anticrisis, cuajen una política social que ha estado demasiadas veces sujeta al azar de un error informático o una negociación de infarto. La rivalidad explosiva en Andalucía, y hasta los enfrentamientos soterrados, pueden corroer las posibilidades del proyecto de Yolanda Díaz incluso antes de nacer: la virtud de Sumar lo es sobre todo en torno a un proyecto con prioridades, planes y miembros fiables y comprometidos en el objetivo común de atraer a una izquierda social hoy desencantada y un tanto desconcertada ante un Ejecutivo que no corta el ruido interno, la dispersión de los mensajes, las contraindicaciones y hasta las contradicciones dentro del Gobierno. Ese ruido que ha sido efectivamente muy bajo, por fortuna, durante la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid desmoviliza a un electorado que busca claridad de respuesta y efectividad en las medidas; acaba promoviendo un abstencionismo pasivo en capas afines contra tanto guirigay. Puede acabar conduciendo al fatalismo ante una derecha consolidada en su nuevo liderazgo presuntamente moderado pero dispuesta a contar con el auxilio de Vox en caso necesario o, peor aún, puede conducir a la profecía autocumplida del fracaso de la izquierda antes incluso de dar la batalla. Los aires inquietantes que soplan en múltiples lugares de Europa y Estados Unidos animan una ola reaccionaria. Francia ha sido el ejemplo más reciente, con un parlamento con 89 diputados de extrema derecha. Intimida el dato, como intimida que Vox resista y hasta crezca en Andalucía con una mayoría absoluta clara del PP. Combatir con contraofertas, unidad plural y movilización a esa ola es cosa de la misma izquierda, no de un electorado que equivoque el voto despistado por los mensajes retroreaccionarios del nacional-populismo españolista. Si los votos se van con ellos no será muy buena idea culpar a la presunta ola reaccionaria que nos invade. La responsabilidad mayor estará en la impotencia o la incapacidad de la izquierda para seducir a su gente y volver a gobernar en coalición como hace hoy.
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