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Columna
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La soledad del empollón

Cuando hay un maestro capaz de gestionar la diversidad con la que se encuentra, también la de los que están por encima de la media, todo el grupo sale ganando porque aprendemos a desenvolvernos como en la vida misma

Un profesor imparte clase en un instituto de Valencia.
Un profesor imparte clase en un instituto de Valencia.MONICA TORRES
Najat El Hachmi

No creo que en España haya menos personas naturalmente inteligentes que en otros lados. Sin embargo, uno de los datos que arrojaba el informe PISA y que ha quedado en segundo plano por el bochornoso nivel general, es que aquí hay menos alumnos excelentes, según contaba en detalle Ignacio Zafra. Y no es de extrañar. Por un lado, destacar en el ámbito educativo es comprar números para la lotería de ser la diana del acoso, así que no son pocos los estudiantes con altas capacidades que disimulan su condición como si de un defecto congénito se tratara. El uso de “empollón” como insulto demuestra esa inercia grupal que aplica el dicho castellano: “clavo que sobresale, merece martillo”. María Moliner me cuenta que a veces es más despectivo el “empollón” por esforzado que por talentoso pero da igual, si te va bien en los estudios es más que probable que tengas que trabajarte mucho la relación tanto con tus compañeros como con los maestros y profesores. Con los primeros para empezar entendiendo que sus ritmos y sus capacidades son distintas a las tuyas, algo en lo que hay que educar a los superdotados para que no acaben teniendo fama de engreídos que desprecian a quienes no aprenden tan rápido como ellos. Cuando en el aula hay un maestro capaz de gestionar la diversidad con la que se encuentra, también la de los que están por encima de la media, todo el grupo sale ganando porque aprendemos a desenvolvernos como en la vida misma.

Pero el otro problema es que ni el sistema ni muchos docentes están preparados para el reto que supone atender a unos alumnos con neuronas de alto rendimiento. A los profesores les pedimos que atiendan a todo pero llegan a donde llegan y si tienen que escoger entre prestar atención al que tiene dificultades o al que tira millas casi solo, pues se centra en el primero que lo va a tener todo peor. Así es como los empollones van siendo abandonados a su suerte, algo que también ocurre en las familias cuando hay hermanos no tan sobresalientes. Por otro lado, aunque existe una ley específica para dar respuesta a las necesidades de los más talentosos, en la práctica no se aplica por lo de siempre: la falta de recursos. Por eso hay chavales languideciendo en las aulas, aburriéndose en una vida más lenta que una tarde de domingo, chavales a los que les estamos matando el deseo de aprender y el enorme placer de desarrollar sus capacidades.

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