¿Quién es Herbert Kickl?
El radicalismo que hizo ganar las elecciones a la extrema derecha en Austria es también la razón por la que es improbable que se convierta en primer ministro
Considero que Países Bajos y Austria son los barómetros de la política europea. Fue en Austria donde un partido de extrema derecha entró por primera vez en un Gobierno de un Estado miembro de la UE. Y Países Bajos es el pionero de la fragmentación política. El Parlamento holandés tiene 15 partidos políticos, con solo 150 diputados. Cuatro de esos partidos forman parte de la actual coalición de Gobierno. Actualmente, vemos partidos fuertes de ultraderecha y coaliciones multipartidistas en toda Europa.
El Partido de la Libertad, de extrema derecha, ganó las últimas elecciones en Austria tras una campaña más extrema que cualquier campaña anterior. Su líder es Herbert Kickl, que tiene un estilo y un carácter diferentes a los de sus predecesores: es atlético y ascético y, al menos hasta ahora, no ha protagonizado ningún escándalo. Su antecesor al frente del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ, por sus siglas en alemán), Heinz-Christian Strache, se vio obligado a dimitir tras difundirse unas imágenes de él en Ibiza intentando hacer un negocio sucio con una mujer que se hacía pasar por sobrina de un oligarca ruso.
Puede que Kickl sea más suave por fuera, pero sus opiniones son mucho más extremistas que las del típico partido de extrema derecha. Su programa electoral se titulaba Fortaleza Austria. Recuerdo las bromas sobre la “Fortaleza Europa” en el Reino Unido, que intentaban describir a la UE como proteccionista. Para el FPÖ, la idea de una fortaleza no es una broma, sino una aspiración. Este partido apela a un electorado que no busca oportunidades, sino protección frente al mundo en que vivimos.
El programa del FPÖ pretende modificar el artículo 1 de la Constitución austriaca, que actualmente define a Austria como una república democrática, en la que el poder reside en el pueblo. El FPÖ quiere añadir una cláusula según la cual Austria debe protegerse de la UE, de la Organización Mundial de la Salud y del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, una ecléctica selección de organizaciones, todas las cuales han ofendido al FPÖ en diversas ocasiones. El FPÖ también quiere retirar la ciudadanía a los refugiados que no consigan integrarse e introducir leyes de emergencia para abolir el derecho de asilo, lo que constituiría una violación de la Convención de Ginebra. El FPÖ quiere abolir las leyes que penalizan la incitación al odio por parte de la derecha, ejercer control sobre lo que los profesores pueden decir en clase y cambiar la estructura de financiación de los medios de comunicación. Los revolucionarios saben desde tiempos inmemoriales que hay que empezar por los medios de comunicación. Decir que el programa del FPÖ no es compatible con la pertenencia a la UE sería quedarse corto.
El radicalismo es lo que le hizo ganar las elecciones a Kickl, pero también es la razón por la que es improbable que se convierta en primer ministro, a pesar de haber quedado primero con un 28,8% de los votos. El año pasado, en Países Bajos, el Partido por la Libertad de Geert Wilders también quedó primero, y Wilders tampoco llegó a ser primer ministro por la misma razón. Este es el precio que pagan los partidos de derechas por el poder. Al menos en Países Bajos, el hacerse a un lado no ha dañado la popularidad del propio Wilders ni la de su partido. No me sorprendería que Kickl hiciera lo mismo. Le permitiría seguir impulsando su programa sin estar atado por la responsabilidad de gobernar.
También es posible que los demás partidos austriacos formen una coalición de perdedores. Lo que cuenta en el mundo de la representación proporcional no es quedar primero, sino ser capaz de organizar una coalición que tenga más del 50% de los escaños. El Partido Popular de centroderecha, liderado por el actual canciller austriaco, Karl Nehammer, podría formar una coalición con su rival tradicional, los socialdemócratas. Sería como si los laboristas y los conservadores, o los demócratas y los republicanos, formaran una coalición. En Austria y Alemania, este tipo de constelaciones solían conocerse como grandes coaliciones. Pero ya no lo son tanto. Una coalición de los dos principales partidos centristas solo tendría en el Parlamento austriaco 93 de 183 escaños, solo uno más que el umbral para obtener una mayoría. Ambos podrían incorporar al partido liberal Neos. Pero sería una coalición incómoda de partidos con ideas diferentes sobre inmigración, la UE y la política social. Mantener a toda costa a la extrema derecha fuera del poder ha salido caro a muchos partidos centristas en Europa.
Al mirar a Austria, pienso mucho en Alemania el año que viene. La ultraderechista Alternativa para Alemania no es ni de lejos tan antigua y audaz como el FPÖ en Austria. Solo obtiene un 20% de los votos en los sondeos. También prospera porque los demás partidos han erigido cortafuegos políticos contra ella. Definitivamente, no formará parte de una coalición de gobierno tras las elecciones de 2025. Pero veo la misma dinámica que en Austria. Cuando los votantes están descontentos con la inmigración y con el estado de la economía, culpan a los partidos que siempre acaban en el gobierno. Así es como Giorgia Meloni llegó al poder en Italia. Y por eso el partido de Marine Le Pen es tan fuerte en Francia.
Un fenómeno interesante en la política alemana, ausente en Austria y en Países Bajos, es el resurgimiento de la izquierda. Aquí es donde veo a Alemania como un barómetro para los demás. Hace poco escribí sobre el fenómeno del partido de Wagenknecht. En los últimos días, el grupo de los Verdes ha sido testigo de un gran número de dimisiones en la izquierda, después de que la derecha ganara una batalla interna por el poder. El centroizquierda también se fragmenta.
La fragmentación de los partidos refleja la de los votantes que luchan por identificarse con los temas clásicos del centroizquierda y el centroderecha. Considero que el declive económico a largo plazo y la inseguridad son las causas profundas de gran parte de la inestabilidad política en Europa.
Mi consejo a los partidos centristas es que acepten la derrota cuando sean derrotados, reinicien sus programas y empiecen a pensar en profundidad en la reforma económica y en la inversión, y en cómo coordinarlas a través de las fronteras.
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