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Tribuna
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Salvador Illa y su ‘pujolismo 2.0’

El tablero catalán no puede leerse hoy en clave independentista, sino en clave de catarsis social

El presidente de la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa, en el Congreso de los Diputados durante la celebración del Día de la Constitución.
El presidente de la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa, en el Congreso de los Diputados durante la celebración del Día de la Constitución. Borja Sanchez-Trillo (EFE)
Estefanía Molina

“Salvador Illa gobernará mucho tiempo en Cataluña, si no la lía demasiado”; ese es el clima de opinión que se ha empezado a extender en una parte del independentismo. Y es que Illa ha pillado a la derecha española, a Junts y a ERC con el pie cambiado. Los días pares, acude al Congreso por el Día de la Constitución, mientas que los impares, rehabilita el legado del máximo exponente del catalanismo, que fue Jordi Pujol. Y, sin embargo, el pujolismo 2.0 del PSC pinchará a largo plazo en su afán reformista si Pedro Sánchez no logra darle salida.

A fin de cuentas, la idea de “modernizar España” que presenta Illa se basa en que siga este Gobierno al otro lado: promover una financiación autonómica singular para Cataluña, actuando como motor para otras transformaciones en el resto del país. El nuevo president se dispone incluso a recorrer distintas autonomías gobernadas por el PSOE y el Partido Popular para tratar de explicar su proyecto. Y hasta la fecha, Illa no despierta demasiados recelos en los foros políticos o empresariales de Madrid, donde le observan con una mezcla de sorpresa e interés: exige mejoras para sus ciudadanos, pero no suena a independentista, porque pone la bandera rojigualda en el Palau de la Generalitat. Quizás por eso, tampoco tiembla el suelo bajo sus pies cuando dice que defenderá el catalán. Parece que una vez enterrado el procés, una parte de la sociedad española acepta el regreso de una suerte de pujolismo al estilo de los años noventa: lengua, financiación y autogobierno, si el precio es que haya calma territorial. Y otra parte, que es mayoritaria, se ve obligada a rebajar la tensión por el momento: resulta difícil acusar a Illa de “querer romper España”, pese a oponerse a ese programa político, si en su haber lleva haber echado a ERC del poder.

La pregunta es si Sánchez puede satisfacer las demandas del PSC. Cataluña es el bastión que le mantiene en la Moncloa —como se vio en 2023— pero empujar la agenda catalana en esta legislatura dejaría al resto de sus barones noqueados en las elecciones autonómicas de 2027. Y no es casual ahí que Carles Puigdemont haya empezado a acercarse al PP. Junts juega con la hipótesis de que el reformismo de Illa y los republicanos fracasará a largo plazo: de un lado, porque otros socios se opongan a la singularidad catalana en el Congreso, del otro, porque el PSC y ERC no tengan forma de obligar al PSOE a cumplir. Por eso, Puigdemont ha empezado a articular un nuevo eje: ellos no están por reformar o convencer, sino por sacar tajada del mejor postor, el que les ofrezca mayor cuota de competencias, ya sea Sánchez quien gobierne por ahora, o quizás en una próxima legislatura, el PP de Alberto Núñez Feijóo. Es decir, que los exconvergentes han comenzado a introducir sutilmente la retórica de que ellos obtendrían más del Estado central, en caso de regresar al poder.

En consecuencia, el tablero catalán no puede leerse hoy en clave independentista, sino en clave de catarsis social: de qué forma volver a un autonomismo efectivo para los intereses de la comunidad autónoma de Cataluña, es decir, al pasado previo al procés. Las diferencias son de método, como demuestra Puigdemont: este intenta ahora subir su precio negociador frente a Sánchez, aparentando que se pone duro o vota junto al PP, pese a que la amnistía sigue siendo el motivo que le mantiene atado al PSOE. Y todo ello, quizás sea en vistas a negociar los Presupuestos del Estado, o tal vez para lograr más cesiones en tema migratorio.

Con todo, la mayor aportación de Illa es haber detectado la nostalgia del pujolismo en la sociedad catalana, incluso, entre muchos independentistas. La promoción de la lengua, la financiación o el autogobierno son elementos que los partidos de la ruptura fueron dejando de lado durante 10 años, o que supeditaron a la única obsesión por el referéndum y el Estado propio. Tanto es así, que recogiendo ese legado catalanista, el PSC ha logrado no resultar incómodo para muchos votantes de ERC y Junts. Es más, los republicanos han encontrado un nuevo papel en el Parlament, tras aparcar la independencia, vendiéndose como los garantes de que los socialistas catalanes no se pongan “españolistas”, por ejemplo, exigiendo a Illa que la Policía y la Guardia Civil no se integren en el 112.

A la postre, que el PSC no lograra dar salida a sus demandas autonomistas en España no implica que estuviera más cerca de perder el Govern. Y es que la llegada de Illa al poder fue por una voluntad de pasar página, y eso se alargará todo el tiempo que el pujolismo necesite para arraigar definitivamente entre los votantes de Junts y ERC. La base independentista sigue hoy demasiado desmovilizada o en shock, como para reilusionarse de inmediato con el marco autonómico que sus partidos practican. Pero en definitiva, si Sánchez le está haciendo el favor a Feijóo con la ley de amnistía porque rehabilita a Carles Puigdemont para pactar con el PP, Illa le está haciendo el favor a los partidos independentistas para regresar a un pujolismo 2.0. Es decir, ese que todos abrazan ya, pero que los republicanos o Puigdemont todavía no se atreven a confesar ante su base social.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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