El placer clandestino de la música en Afganistán: “A veces, voy a la casa de mi vecino. Cerramos bien puertas y ventanas y tocamos la dambora”
Considerada inmoral por los talibanes, la música ha desaparecido del espacio público afgano, especialmente la de las mujeres artistas. La creación musical es solo una de las libertades perdidas por las afganas, excluidas de la vida pública y la educación
Cuando los talibanes regresaron al poder en Afganistán en agosto de 2021 y comenzaron a hacer registros puerta por puerta, Zeba, que no quiere que su verdadero nombre sea publicado, tuvo miedo e hizo pedazos ella misma su dambora, un instrumento folclórico parecido al laúd, que es muy popular en el país. Hace ya tres años que esta artista de 54 años no toca en público y estar alejada de la música le produce una inimaginable tristeza. “A veces, voy a la casa de mi vecino. Cerramos bien puertas y ventanas, cantamos y tocamos la dambora de su hijo”, explica, sentada en las colinas donde estaban los Budas Gigantes de Bamiyán, que los talibanes dinamitaron en marzo de 2001.
Las canas de esta mujer de 54 años asoman por debajo de su pañuelo. Sus ojos oscuros están cargados de tristeza. “La dambora era mi único consuelo en esta vida complicada, pero con la llegada de los talibanes, perdí también esa fuente de esperanza”, lamenta, mientras observa la puesta de sol y la gente que camina por la zona.
Su caso no es el único. Muchos artistas, centros culturales y conservatorios musicales han visto cómo las normas de los talibanes les cortaban las alas y acababan con su oficio y su sustento. El Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio prohibió la reproducción de música en las celebraciones públicas. Por considerarla inmoral, a quienes se descubre tocando, en solitario, o en grupo, se les castiga con severidad y en muchos casos los instrumentos son destruidos y quemados.
Los fundamentalistas son especialmente intransigentes con las mujeres artistas, vetadas en cualquier tipo de educación musical. Por ello, Zeba mide sus palabras y evita criticar directamente a los fundamentalistas. “De todas formas, ahora que soy vieja y ya no puedo cantar”, asegura a la periodista del medio afgano Rukhshana Media.
“Cuando se elimina de un plumazo a las mujeres cantantes se envía un mensaje a los jóvenes y a las generaciones futuras de que las mujeres no tienen los mismos derechos y oportunidades.Esmatullah Alizada, músico afgano
Zeba era una reconocida cantante local. Lugareños y visitantes la buscaban y se reunían en torno a ella para escuchar su cálida voz mientras tocaba la dambora. Bamiyán era uno de los pocos lugares del país donde se fomentaba el talento musical de jóvenes artistas femeninas, iniciativa apoyada por diversos artistas, Zeba entre ellos. Su presente, claramente, podría ser otro. Ella misma dice que Farhad Darya, un conocido artista afgano, le regaló una dambora en agradecimiento a su talento musical durante el segundo mandato de Hamid Karzai (2009-2014).
“Cuando se elimina de un plumazo a las mujeres cantantes se envía un mensaje a los jóvenes y a las generaciones futuras de que las mujeres no tienen los mismos derechos y oportunidades”, explica el antiguo compositor y cantante afgano, Esmatullah Alizada, muy activo en la defensa de los derechos de los músicos. Durante casi 13 años este hombre actuó en Afganistán, pero hoy vive refugiado en Francia. Para él, la supresión de las cantantes y músicas implica una grave pérdida de talento y diversidad artística y ayuda a afianzar aún más la desigualdad de género y el daño psicológico a las mujeres.
Una viuda pecadora
Este fin de semana se celebra en Doha una nueva ronda de las reuniones internacionales sobre el futuro de Afganistán auspiciadas por la ONU, a la que asistirán por primera vez representantes del Gobierno talibán, que no ha sido reconocido oficialmente como tal. ONG han criticado que no se incluya en este encuentro a mujeres afganas ni a defensores de los derechos humanos y han subrayado que sentarse a la mesa con los fundamentalistas implica reconocer de forma tácita su poder.
La música es solo un ejemplo de las libertades perdidas. En los últimos tres años, los fundamentalistas han borrado prácticamente la presencia de las mujeres de la mayoría de los sectores profesionales de Afganistán, exceptuando la salud y la educación, donde, por necesidad, hay una mayor aceptación de las profesionales del sexo femenino. En general, las restricciones severas han hecho que las afganas desaparezcan de la mayoría de puestos de trabajo. Además, cerraron a las jóvenes las puertas de los institutos de secundaria y, en diciembre de 2022, les prohibieron el acceso a la universidad. Por todo ello, la ONU cree que las afganas podrían ser víctimas de un “apartheid de género”, un duro término que define el acoso sin tregua y la progresiva reducción de los derechos más elementales por el simple hecho de ser mujer.
“Incluso antes de que llegaran de nuevo los talibanes, cantar como mujer no era fácil para mí”, matiza Zeba. Esta mujer es una autodidacta. Comenzó a tocar la dambora en casa de los padres de su esposo, con el que se casó a los 13 años, en un pacto entre las familias. Cantaba melodías folclóricas que hablaban de sueños, amor, familia o ganas de reunirse con sus seres queridos.
Y, como ocurre en cualquier lugar del mundo, la música le ayudó a sobrellevar las vicisitudes de la vida. Su marido fue asesinado a principios de los 90 y fue obligada a casarse con uno de sus cuñados. Fue maltratada, sobre todo por su suegra, que la golpeaba y le prohibía hacer cualquier cosa que le daba alegría, como pasar tiempo con la dambora. Pero a su suegro le encantaba escucharla, así que siguió tocando.
Cuando tenía 25 años y tras cuatro de matrimonio, su segundo marido se marchó un buen día sin decir nada y ella se quedó sola con sus cuatro hijos. Eran finales de los noventa y Bamiyán estaba sumida en la pobreza y en la violencia, ya que los talibanes habían tomado las riendas en algunas partes del país. En el Afganistán de aquellos años ya no era muy popular que una mujer cantara y tocara un instrumento. “Mis vecinos me veían como una viuda pecadora y aconsejaban a sus hijas y mujeres que se mantuvieran alejadas de mí y de mis hijas”, afirma. “Pero al menos el Gobierno no se metió con mi trabajo”, agrega.
Para llegar a fin de mes, Zeba horneaba pan y sus hijas bordaban. Ahora vive con sus dos hijas menores, ya que los dos mayores dejaron Bamiyán. Su vecino Alí (nombre ficticio), el que le abre la puerta para que pueda seguir tocando la dambora de su hiijo, explica que últimamente Zeba no va mucho por ahí. “Cuando llegaron los talibanes, escondí el instrumento de mi hijo en un pozo. Zeba solía venir a nuestra casa una vez al mes para cantar y tocar dambora, pero desde principios de 2024 no la hemos visto”.
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