Trastorno por atracón: el desorden alimenticio más desconocido y maltratado
Se estima que afecta a entre un 2% y 3% de la población española, siendo el más común en la población adulta y de mayor prevalencia en mujeres
El trastorno por atracón (TPA) es, bajo mi punto de vista, de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) peor tratados. No es hasta el 2013 que se reconoce y se recoge en el DSM-V (Manual Estadístico de Enfermedades Mentales), aunque ya en 1959 se había descrito, pero dentro del marco de la obesidad y no como un TCA en sí mismo.
El TPA se estima que afecta a un 2-3% de la población española, siendo el TCA más común en la población adulta y, como no, de mayor prevalencia en mujeres. No quiero dejar de recordar que ser mujer es un factor de riesgo para desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria. Y que la presión estética, la cultura de dieta, hace que seamos más proclives a sufrir un TCA.
El TPA se caracteriza por episodios de atracones, en los que se consume una gran cantidad de comida, en un tiempo corto, con la sensación de falta de control y de voluntad, hasta sentirse incómodamente lleno. Durante estos episodios no se come por hambre, pero se consumen una gran cantidad de alimentos altos en calorías. No es casual que se elijan esos alimentos, los que la persona se prohíbe, porque cree que no debe comerlos. Las prohibiciones no se autoimponen, las dietas han hecho que la comida tenga carga moral y se divida en alimentos buenos y malos, y esto impacta en cómo nos sentimos, según elijamos unos u otros.
A diferencia de otro trastorno de la conducta alimentaria muy similar en las ingestas como es la bulimia nerviosa (BN), no hay purgas de ningún tipo, aunque si tendencia a la restricción, con la idea de compensar las ingestas de los atracones, como saltarse comidas, evitar alimentos o intentar hacer más ejercicio.
Los episodios de atracón se diferencian entre objetivos y subjetivos. Los últimos son aquellos en los que la cantidad de comida no es tan grande, pero la persona lo percibe así, por su falta de control. Por ejemplo: comerse una bolsa de patatas no es un atracón, pero si se come de una forma más impulsiva, se puede percibir como tal. No es tanto la cantidad de comida, sino la manera de comerla.
Estos episodios se ocultan y puede que ni los miembros de la propia familia con la que conviven sepan de ellos. Además, generan sentimientos de vergüenza y culpa, y un gran malestar con su cuerpo.
Se provoca una cantidad enorme de pensamientos en torno a la comida y el deporte, a lo largo del día, empleando mucha energía y tiempo en estos temas. Ese ruido mental les resulta tremendamente agotador. Es como vivir con la campana extractora de la cocina encendida, solo te das cuenta de lo molesta que es cuando la apagas.
Como consecuencia de los atracones, las personas con TPA suelen tener sobrepeso u obesidad, según lo que estima el Índice de Masa Corporal (IMC), muy estigmatizante para su tratamiento. El abordaje sanitario ha sido, y es, en muchas ocasiones, pesocentrista. Si se pone el foco en el peso, y no en el origen del malestar, y se sugiere la famosa fórmula de dieta y ejercicio, la consecuencia serán más atracones, culpa y frustración.
El estigma de peso y los estereotipos sobre él juegan un papel importante en su abordaje: ¿cómo va a tener alguien un trastorno de la conducta alimentaria si está en sobrepeso u obesidad? La realidad es que los TCA se dan en todas las corporalidades. De hecho, se tuvo que tipificar en el DSM-V la anorexia atípica como TCA, a aquella anorexia que no cursaba con un bajo peso, ni infrapeso.
Necesitamos que haya más formación y actualización en los entornos sanitarios y, por supuesto, trabajar con un enfoque de peso inclusivo y salud en todas las tallas (HAES).
En un TPA, se requieren unas pautas nutricionales que no sean restrictivas. La finalidad del tratamiento no es la pérdida de peso, sino que la persona que sufre este trastorno tenga una alimentación sana y flexible, con unas pautas de ingestas ordenadas. Por ejemplo, no pasar mucho tiempo sin comer, trabajar sobre mitos alimentarios, darle la confianza para que pierda el miedo a los comestibles, trabajar habitación alimentaria con aquellos productos que no se maneja, por las propias restricciones y mucha, mucha escucha y empatía. Detrás de cada trastorno de la conducta alimentaria, hay una persona sufriendo muchísimo.
Los atracones no son el problema, sino el síntoma que expresa que algo no va bien, y aunque son muy dolorosos, hay que verlos en la medida que se pueda como una manera que tiene el cuerpo de pedir auxilio. Esta visión, más funcional, ayuda a entender que no es ni un fracaso ni un retroceso si vuelven a aparecer. Es solo un viejo mecanismo que el cuerpo conoce, le resulta útil, y en ocasiones vuelve a él.
Los procesos de recuperación nunca son lineales, porque el aprendizaje nunca lo es. Para mí, como nutricionista, trabajar con pacientes que sufren trastornos de la conducta alimentaria, tiene que ver más con enseñarles a conocerse y respetarse que con una educación nutricional pura.
Marya Hornbacher, autora y periodista, dice en su libro Wasted: una memoria de anorexia y bulimia (1998), que esos dos trastornos que padeció le sirvieron de salvavidas. La comida no es ni será problema; la comida es solo un vehículo para gestionar cosas difíciles de tragar y, a veces, llevar el dolor al cuerpo hace que el alma duela menos.
NUTRIR CON CIENCIA es una sección sobre alimentación basada en evidencias científicas y en el conocimiento contrastado por especialistas. Comer es mucho más que un placer y una necesidad: la dieta y los hábitos alimenticios son ahora mismo el factor de salud pública que más puede ayudarnos a prevenir numerosas enfermedades, desde muchos tipos de cáncer hasta la diabetes. Un equipo de dietistas-nutricionistas nos ayudará a conocer mejor la importancia de la alimentación y a derribar, gracias a la ciencia, los mitos que nos llevan a comer mal.
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