El antifeminismo como bandera política: la extrema derecha exprime el filón del machismo de siempre
Es la primera vez en España que un partido, Vox, aglutina el ideario de ese movimiento, nacido a finales del siglo XIX, y lo convierte en uno de los ejes centrales de su argumentario y su estrategia
El 23 de noviembre de 2022, el Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados recogió esto en su página 102:
El señor vicepresidente (Rodríguez Gómez de Celis): Por el Grupo Parlamentario VOX, tiene la palabra la señora Toscano de Balbín. (Aplausos).
La señora Toscano de Balbín: Con la venia. Señora Montero, es usted lo peor que le ha pasado a España en los últimos años: 592 millones de euros para acabar con la igualdad y con la libertad, imponiendo en España la infame ideología de género. Esta ideología, como todos los totalitarismos, se disfraza de igualdad, libertad y felicidad, pero la realidad es muy distinta. Este credo acientífico, que utiliza colectivos ficticios para victimizarles a golpe de ley y de chiringuitos, predica que el género es un constructo social distinto al sexo biológico [...] y todo esto acompañado de un feminismo desquiciado y acomplejado. ¿Cuál es el fin? Destruir la naturaleza humana bajo las banderas de la igualdad y la libertad.
Esta intervención de la diputada Carla Toscano contra Irene Montero, la ministra de Igualdad, provocó una de las mayores broncas de esta legislatura en la Cámara baja. El revuelo ocurrió poco después de ese comienzo, cuando dijo: “El único mérito que tiene usted es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”. Aquello fue puesto como ejemplo de la violencia política que ejerce la ultraderecha dentro y también fuera del Congreso en sus reiterados ataques a las figuras que representan el feminismo. Pero ni acabó ahí, ni había empezado ahí.
Entre los 100 puntos incluidos en el programa electoral de Vox de 2018 en Andalucía —con el que entró por primera vez a un parlamento español en diciembre de aquel año—, estaban la “derogación de la ley de violencia de género”, o la “supresión de organismos feministas radicales”.
Con esa base, Vox ha apostado por convertirse en la cara más visible del rechazo al feminismo, con un discurso que niega la violencia de género y el patriarcado como estructura que sustenta la desigualdad. Son explícitamente antifeministas. Y esas posiciones hacen del partido el primero que en España aglutina el ideario contra ese movimiento, nacido a finales del siglo XIX, y lo convierte en uno de los ejes centrales de su discurso, lo lleva a la tribuna parlamentaria y lo alza y lo expande como una bandera.
“Con orgullo y sin pudor”, puntualiza Fran Jiménez, doctor en historia e investigador de la Universidad de Granada y ahora en País Vasco. Un día después de aquel tumulto que provocó Toscano, y a pesar de que el escándalo y el repudio del resto de grupos parlamentarios fue unánime, Vox no solo no rectificó sino que presumió del ataque. “Somos superiores moralmente”, lanzó desde la tribuna de la Cámara Onofre Miralles. “Vox recogió cuestiones latentes en la sociedad civil, abrió una vía partidista y lo llevó a la política. Ya en su origen, el antifeminismo es un elemento muy importante que estructura su ideología y estrategia”, resume el historiador.
Ultranacionalismo y antifeminismo
Antonio Álvarez, investigador en la City University de Nueva York y miembro del Grupo de Estudios Socio-culturales Contemporáneos de la Universidad Complutense de Madrid, apunta que aunque “evidentemente” no se puede entender Vox sin pensar en el ultranacionalismo, “está tan imbricado con su antifeminismo que no existen el uno sin el otro”. “El feminismo ataca toda la estructura histórica patriarcal que defienden: social, política, religiosa y económica”, explica. “Son conscientes de que plantea un cambio radical de la sociedad y no solo de las relaciones de género”.
Jiménez, que ha escrito varios artículos de investigación con Álvarez sobre esta cuestión, añade: “Esta es una ultraderecha que se está tomando muy en serio el feminismo. Es paradójico, pero la causa de que cada vez sean más virulentos y más explícitos, organicen estrategias mucho más complejas y dirigidas a distintos frentes, es desde el reconocimiento de la capacidad de los feminismos para cambiar los equilibrios actuales”.
Ambos coinciden en que se ha “subestimado siempre, política y mediáticamente”, la capacidad de la ultraderecha para “extender su discurso y llegar a huecos de poder”; ha habido una idea “paternalista” de la formación política y de lo que se cree que es “el perfil de sus votantes”. Mientras, la ultraderecha “jamás ha subestimado al feminismo”, y ha avanzado en paralelo: cuantos más pasos da el movimiento en España, más contrarreacción se produce, y “más pulen su estrategia y más agresiva la hacen”.
Esa forma de comunicación ofensiva y al ataque con las cuestiones de igualdad ha permeado también en la derecha, aunque no de forma tan explícita. El mejor ejemplo, dice Álvarez, es “Isabel Díaz Ayuso”, a la que es “muy difícil distinguir de Vox, sobre todo en la estrategia”. Por ejemplo, la de “no mirar al adversario y no contestar” en un debate parlamentario: “Para qué voy a contraargumentar si probablemente lo que me digas es cierto y probablemente no me pueda mover en ese nivel intelectual. ¿Qué hago? Anularte. Anularte con un bulo, con un grito o con el chalet de Pablo Iglesias, da igual”.
“Luchar contra el feminismo es luchar contra cualquiera de sus otros enemigos”
Los expertos ven, sin embargo, algunas diferencias. Mientras Ayuso usa el feminismo como insulto en sí mismo, el ataque al feminismo por parte de la ultraderecha tiene otra profundidad, les permite arremeter a la vez contra cualquiera de sus otros objetivos. “Y sustituirlo por el concepto de izquierda o progresismo, porque lo asocian al antirracismo, al ecologismo, al antimilitarismo, a las políticas públicas... El feminismo es el único movimiento global que intersecciona y combate todo aquello que provoca desigualdad o empobrecimiento de la población”, expone Jiménez. “Luchar contra el feminismo”, añade Álvarez, “es luchar contra cualquiera de sus otros enemigos”.
Hay cientos de ejemplos. Uno de ellos, que condensa el espíritu de la ultraderecha, está en la propuesta de veto a la reforma de la ley del aborto que registraron en las cortes el pasado 28 de diciembre. Argüían que “con su pretendida defensa de la libertad de decisión de la mujer, ignoran absolutamente la figura del padre, a quien no le reconocen ninguna intervención en la decisión” y que “refleja perfectamente el ánimo destructivo de los principios morales básicos que estructuran la civilización occidental”.
Es decir, “la familia patriarcal tradicional en la que la mujer es un elemento de crianza y cuidado supeditado al hombre, que es la fuerza productiva, la tradición es la mujer en la base de la familia”, ahonda María Eugenia R. Palop, jurista, profesora de Filosofía del derecho en la Universidad Carlos III y ahora eurodiputada integrada en el grupo de la Izquierda Unitaria Europea.
Ese, dice Palop —coautora del análisis La extrema derecha y el antifeminismo en Europa: ideas clave—, es el “eje central” porque de él “salen otras políticas importantes para ellos”. ¿Cuáles?: “El racismo, por ejemplo: la madre es esencial para el mantenimiento de la raza. De ahí deriva en la xenofobia, evitar que la población inmigrante nos desplace. También la oposición al aborto, la idea de que son las madres, la familia, quien tiene que hacerse cargo de los hijos, la familia como sustituta del Estado social”.
Alba Alonso, doctora en Ciencias Políticas, ahonda en la cuestión de la raza. Asegura que “una parte clave de la acción política es dotar de contenido a ideas o conceptos que son positivamente valorados por la mayor parte de las personas”, como la libertad, la igualdad o la familia; y que, “claramente, los actores antifeministas están dando la batalla por promover su propio concepto de igualdad y de cuál es la mejor forma de promover los intereses de las mujeres”.
Dice que esto “lo ilustra muy bien” el femonacionalismo o feminacionalismo; un término acuñado por Sara. R Farris, profesora de Ciencias Políticas y Sociología en la Goldsmiths University de Londres, para denominar una ideología nacionalista que usa algunas bases del feminismo para desarrollar argumentos racistas.
“Tenemos partidos como Vox que sostienen que en España la igualdad de género ya está garantizada. No es necesario ningún tipo de política feminista por parte de las instituciones. La desigualdad existe en otros países y es precisamente la presencia de personas provenientes de otras culturas lo que representa una amenaza para las mujeres españolas, según su discurso. El discurso xenófobo, que dibuja al ‘otro’ como un peligro, intersecciona con el antifeminismo cuando pone el acento en que la desigualdad es un fenómeno que estamos importando de otros lugares debido a la presencia de personas migrantes”, ahonda.
Entre los objetivos políticos de Vox está “acabar con el efecto llamada” en la inmigración, la “deportación de los inmigrantes ilegales”, la eliminación de las cuotas por sexo, que la sanidad pública deje de cubrir los abortos o la promoción de ventajas fiscales para las familias, sobre todo las numerosas. Todo ello, según los especialistas, está relacionado. Y va más allá, porque desde otra cara de la misma moneda, “la familia sigue estando en el ideario como un lugar seguro”.
Palop describe cómo este, que puede parecer un razonamiento “simplista”, es “potente” en un contexto con incertidumbre, sobre todo después de la pandemia, con la guerra y la invasión de Ucrania por parte de Rusia, la subida de precios o la crisis climática y energética. Un “lugar seguro” frente a un feminismo que ellos perciben como “un movimiento que saca a las mujeres de sus casas, en las que pueden desempeñar un rol empoderante, para colocarla en un espacio que no le es propio, donde ella no puede desarrollarse y donde va a estar frustrada e infeliz y a entrar a competir con varones que de forma histórica están en situación de ventaja”.
La tríada nación, Iglesia y familia
Por eso, la tríada nación-iglesia-familia “puede percibirse como un sitio calentito frente a la competitividad, los contratos precarios, las triples jornadas, la sensación de culpabilidad por el abandono de los hijos... Enfrentarse a eso requiere una actitud de militancia y lucha a la que a mucha gente hoy no le compensa. Y también se sirven de eso”, dice Palop.
Cree además que Vox lo “ha sabido ver” como ha sabido aprovechar la pérdida de pulso del movimiento feminista, que se daba sobre todo en la calle, a raíz de la pandemia. Algo a lo que hace también alusión la doctora en Sociología y profesora de la UCM Beatriz Ranea, que suma la fragmentación del movimiento por la ley trans.
”Estamos tan metidas hacia dentro, en nuestros debates internos, que no estamos haciendo realmente frente, o no con suficiente contundencia, a los movimientos de la extrema derecha respecto al feminismo”, indica. Una grieta a la que suma otra: el equilibrio de la balanza de una conciencia feminista entre ellos y ellas.
La revolución feminista de los últimos años ha hecho que “parte de lo que daba sentido a la masculinidad se tornara en incierto. Existe una incertidumbre y un malestar para muchos hombres jóvenes y no jóvenes que encuentran la contrapartida en los discursos antifeministas, donde sí tienen certezas, respuestas, las de la masculinidad de siempre”.
De ahí el repetido argumento de Vox de que el feminismo va “contra los hombres” y de que “no representa a las mujeres”. Argumentarios además liderados por mujeres del partido ultra. Ese exactamente es el núcleo de la nueva fundación de Macarena Olona, que dejó su escaño como número dos de Vox en el Congreso el año pasado. Ha puesto en marcha lo que ella llama una “batalla cultural e ideológica contra la ideología criminal de género” y está con una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que derogue la ley integral contra la violencia machista y la ley trans.
Olona y su ya expartido cubren y han ido arrastrando a sectores de la población, tanto femenina como masculina, que no solo no entienden o no comparten las propuestas feministas, sino que se ven de alguna forma “amenazadas por ellas”, apostilla Ranea. Mientras que el movimiento “ha puesto el énfasis desde el principio en problematizar la situación de las mujeres y en empoderarlas para que vayamos saliendo de la desventaja histórica, ha dejado un gran vacío en las propuestas para trabajar con hombres”.
Entiende Ranea la idea de que “el feminismo no tiene que hacerse cargo [de ellos]”, pero está segura de que es “necesario y urgente acompañar e incluso empujar a los movimientos e iniciativas de hombres por la igualdad”. “Es uno de los grandes retos, si no invertimos esfuerzos sociales y políticos en transformar la masculinidad, por mucho que avancemos las mujeres, no alcanzaremos lo que el feminismo quiere alcanzar”.
Elementos de otros países
“A base de prueba y error y de ir incorporando elementos que ya funcionaban en otros países como Estados Unidos, Vox ha ido depurando tanto su discurso como su estrategia”, explica Antonio Álvarez, investigador en la City University de Nueva York. Así, en los últimos años, su táctica tiene algunas características de la ultraderecha, como acusar al Gobierno de ser “ilegítimo” —lo hizo también Donald Trump en Estados Unidos, y Jair Bolsonaro en Brasil—, una violencia verbal elevada que incluye insultos, y un discurso altamente polarizador. Además de otros que han analizado tanto Álvarez como el historiador Fran Jiménez. Aquí desgranan algunos.
Uno, judicializar el feminismo, como ocurrió en la primavera de 2020 cuando Vox llevó a los tribunales el 8-M de aquel año culpando a las mujeres de expandir el coronavirus; “puede no quedar en nada, pero ya han unido en titulares y en el imaginario social el feminismo y causas judiciales, como hacen continuamente contra la ministra de Igualdad, la vía judicial es una forma constante de atemorizar, retrasar los avances del movimiento y crear una imagen negativa de una persona o del movimiento”, desarrolla Jiménez.
Un segundo, que también apunta el historiador, económico: “Plantear las políticas de igualdad como una forma de despilfarro de los fondos públicos, basándose en a situación económica sobrevenida por la crisis de la pandemia y la crisis energética por la guerra de Ucrania. Desprestigian las organizaciones [lo que llaman “chiringuitos”], y ojo, tienen fuerza a nivel local y autonómico”. En 2020, para desbloquear los presupuestos del Parlamento andaluz, Vox firmó un acuerdo con el PP y Ciudadanos con más de 60 medidas entre las que estaba “auditar los inútiles informes de impacto de género que se incorporan a cualquier proyecto y constituyen un gasto político ineficiente”.
Un tercero, comunicativo. Aprovechar “con mucha eficacia” las redes sociales como canal de difusión y de enganche con la población “a través de mensajes emotivos que van intercalando problemas sociales como la inseguridad o la pobreza energética con elementos o personas del feminismo manipulando el discurso de tal forma que sea el feminismo quien parezca culpable de los problemas”, sigue Jiménez. Y añade Álvarez “el uso continuo de las redes por parte de sus dirigentes” y su “simbiosis” con “la cantidad de contenidos afines a ellos que se producen y comparten desde la manosfera”, los espacios online donde se reúnen los antifeministas.
Y un cuarto, sociocultural, que engloba el uso de memes en redes o intentar vaciar de significado fechas significativas —el 22 de febrero de 2021 propusieron que el 8-M fuese el Día Nacional de las víctimas de la covid y el 25-N hablan de violencia intrafamiliar—. También llevar ropa antifeminista en la calle y en el Congreso —son conocidas las camisetas de Carla Toscano con mensajes como “keep calm and ignore feminazis [mantén la calma e ignora a las feminazis]”, “this is what a antifeminist look like [así es como se ve una antifeminista]”, “feminism is not pro-woman, it is anti-man [el feminismo no es pro-mujer sino anti-hombre]” o “los niños tienen pene, las niñas tienen vulva”—; y su uso para resignificar lemas como el del #MeToo, que Toscano convirtió en otra de sus camisetas en un #NOTMETOO.
“Es activismo cotidiano contra el feminismo. Están generando una cultura antifeminista, también a través de la estética, como si ese antifeminismo fuera estético”, señala Jiménez. Y macarra, añade Álvarez: “Su actitud chulesca, a cierto público, le va a dar una sensación de gallardía, de estar contra el establishment, de ‘soy el que ve la realidad y me atrevo a decirlo’, y eso, en un momento de desconexión de la población con la clase política, tiene mucho tirón. Si yo de pronto veo un político que habla como yo, que a quien le molesta lo insulta, quizás me sienta reconocido porque ese estilo puede tener que ver conmigo, con cómo hablo yo en casa. Sobre todo entre la población más joven. Eso también lo han sabido ver”.
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