De detener migrantes a abrirles las puertas: el cambio de vida del agente fronterizo DeBruhl
El texano ha dedicado su vida a la frontera, ahora como director de un centro de acogida en El Paso: “Tenemos que abrir más vías para los migrantes”
La vida de Michael DeBruhl (67 años) está en la frontera. Nacido y criado en El Paso (Texas), DeBruhl ha pasado de ser agente fronterizo a director de un centro de acogida de migrantes. Una trayectoria inusual que él integra con naturalidad —“crecí a dos manzanas de la frontera”— pero que supone un viaje poco habitual: de detener migrantes y controlar la entrada a Estados Unidos a recibir a los recién llegados y acogerles en sus primeros días en el país.
A mediados de los 80, DeBruhl era profesor cuando su padre lo acompañó a una feria de empleo. Allí se topó con el puesto de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) y decidió unirse a ellos. Los agentes del CBP tienen buenas condiciones laborales y una jubilación generosa, lo que se puede considerarse “un lujo” en un país como Estados Unidos. Son los encargados, entre otras tareas, de controlar la frontera y arrestar a las personas que intentan entrar el país de forma ilegal. Ser agente de la patrulla fronteriza “es como ser policía, solo piensas en la aplicación de la ley”, explica el exagente.
El padre había trabajado durante 40 años en los puertos de entrada. Estos son los lugares para acceder al país de forma legal, como aeropuertos, carreteras o puertos marítimo. DeBruhl cuenta que cuando se graduó de la academia del CBP, su padre le dio un consejo que marcaría su carrera. “La patrulla fronteriza no es como las aduanas; tratas con personas, con seres humanos. Trata siempre a la gente con respeto, concédeles la dignidad que merecen. Nunca comas delante de nadie a menos que vayas a compartir tu almuerzo con ellos; trata a la gente cómo te gustaría que te trataran a ti”. DeBruhl nunca olvidó aquellas palabras.
Después de 26 años como agente, llegó la hora de la jubilación —los guardias deben hacerlo al cumplir los 55 años—. A partir de entonces, el tiempo se abría ante sus ojos y tomó la decisión de ser voluntario en la iglesia de la Casa del Sagrado Corazón, en El Paso, que atiende a migrantes que acababan de cruzar la frontera, ayudándoles con necesidades básicas antes de seguir su camino.
Desde finales del 2022, DeBruhl ha asumido el cargo de director del albergue para migrantes vinculado a la iglesia. El refugio fue habilitado hace un par de años en una situación crítica. Su capacidad real es de 120 personas, pero en ese momento acogieron entre 200 y 250 personas a las que pudieron dar refugio, y unas 800 más estaban en la calle. Todo esto pasó a solo dos días de navidad. “Fue un momento muy delicado”, explica.
Para los recién llegados, la Casa del Sagrado Corazón es solo una “breve parada en su travesía hacia el norte”. El albergue acoge a los migrantes de dos a cinco días, para que puedan “tomar un respiro”. “Lo principal es hacer que se sientan seguros, que tengan tres comidas al día, ropa, que estén en contacto con sus patrocinadores (familiares o amigos que se comprometen ante inmigración a apoyar económicamente al recién llegado), y que puedan averiguar cómo van a moverse hacia el norte”. Respecto a qué es lo que los migrantes más aprecian cuando llegan al albergue, DeBruhl dice que son las pequeñas cosas, como “el simple hecho de elegir su propia ropa”.
El exagente conoce las caras de una misma moneda. Y por eso hace hincapié en la brecha que hay entre las órdenes que se dan desde Washington y lo que en realidad pasa en la frontera. La nueva orden ejecutiva del presidente Joe Biden, que lleva tres semanas en vigor, dificulta aún más a los migrantes las peticiones de asilo. “Lo que pase sobre el terreno aún está por ver”, afirma DeBruhl.
Las mentiras y las ideas falsas que la gente tiene sobre los migrantes, la “demonización” que se hace de ellos empujaron al agente a entregarse a los recién llegados. “Oía cosas como que todos son criminales. Yo entrevisté a cientos de migrantes, tal vez mil, sé que no es cierto”. Por eso, quería traer algo de “verdad” a la discusión: “la historia de los migrantes en los Estados Unidos es positiva, los migrantes construyeron este país”.
Su pasado también le sirvió para trasladar muchos conocimientos a su nuevo rol. “Sabía cómo funcionaba el sistema, el papeleo, los problemas de los migrantes cuando llegan, y cómo ponerles en camino con información”. Como voluntario y ahora director del albergue, ha tenido que “sentarse al otro lado de la mesa con la patrulla fronteriza” en múltiples ocasiones.
Después de 26 años de servicio, durante los cuales casi no estuvo en su ciudad natal, DeBruhl volvió a El Paso. “Nunca esperé volver, pero las montañas me llamaron, no hay ningún lugar como casa”. El texano, que se considera mexicano-estadounidense, explica que se mudó cerca de las montañas, lo que supuso un “círculo completo” porque le recordaba a sus rutas como agente del CBP y al lugar donde creció.
El albergue que dirige está en el Segundo Barrio, un distrito de El Paso conocido por ser uno de los barrios más humildes de la ciudad. También es un lugar históricamente migrante, hispano, concretamente de personas de ascendencia mexicana, aunque ahora también hay otros latinos. Actualmente “el 80 u 90% de la gente que viene al albergue son venezolanos”, afirma su director. Para él, el Segundo Barrio también es casa. “A los ocho años solía jugar aquí, los padres de mis padres vivieron aquí una época”.
DeBruhl tiene una visión crítica y valiente del sistema migratorio, que es seguramente la razón por la cual su trayectoria es tan poco habitual. “Tenemos que abrir más vías para los migrantes”, dice, y exige más recursos. Se necesita “financiación para apoyar las vías (de legalización) que ya existen”, como por ejemplo las citas para aplicar al asilo. “Asegurar la frontera es importante, pero también es necesario ampliar las vías para la migración legal”, y asegura: “Se pueden tener ambas cosas al mismo tiempo, no tiene que ser una u otra”.
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