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Productividad
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El vacío fértil

Cada momento en la actualidad está sometido a la productividad o la distracción y hemos olvidado el poder del estado de quietud para generar nuevas ideas

Una mujer revisa su teléfono móvil en la playa de Cartagena, Colombia, en una fotografía de archivo.
Una mujer revisa su teléfono móvil en la playa de Cartagena, Colombia, en una fotografía de archivo.Ariana Cubillos (AP)

¿Cómo cultivamos la imaginación, el asombro y la experimentación en un mundo saturado de información y urgencia? ¿Es posible aprender sin dejar espacio para la pausa y el vacío?

Estas preguntas surgieron en una charla que tuve hace algunos días con un grupo de emprendedores sobre El superpoder de aprender. Hablamos de cuatro habilitadores esenciales del aprendizaje: el asombro, las emociones, la imaginación y la experimentación. Al final, un participante preguntó cuál era el mejor ambiente para que estas condiciones florecieran. No se me ocurrió mejor respuesta que esta: en el vacío, en el momento para aburrirse, en los espacios en blanco. Nadie llena una taza que ya está llena, primero debe vaciarla.

Esa respuesta siguió resonando en mí. Estamos obsesionados con estar ocupados, con hacer algo siempre. El aburrimiento se ha vuelto casi imposible. ¿Cuántas veces, de niños —en otras generaciones—, nos quedábamos horas sentados, “aburridos”, mientras nuestros padres conversaban en una visita o estaban en una fiesta? No había artefactos ni pantallas que nos distrajeran; el vacío nos empujaba a la ensoñación, a la fantasía, a inventarnos mundos de la nada para entretenernos. Hoy ni siquiera tenemos espacio para eso. Cada momento está sometido a la productividad o la distracción, cada instante es una suma incesante de tareas, de estímulos, de ruido. Hemos olvidado el poder del vacío.

Tal vez sea momento de meditar sobre la importancia de este estado de quietud. Vivimos en una era donde cada minuto parece necesitar estar ocupado con una tarea, una notificación, una idea “útil”. Sin embargo, todo acto creativo, todo aprendizaje profundo y toda transformación nacen de un espacio vacío. La verdadera comprensión surge cuando nos permitimos perder el rumbo, cuando dejamos de lado la urgencia de llenar cada instante y abrazamos la pausa como una condición esencial para pensar, para imaginar y para descubrir.

El vacío no es ausencia, sino posibilidad. En la filosofía oriental, el Tao Te Ching de Lao-Tsé nos recuerda que es el vacío lo que hace útil una vasija: no es la arcilla que la forma, sino el espacio que deja libre. En occidente, María Zambrano hablaba de la espera y la contemplación como condiciones esenciales del pensamiento. En Claros del bosque, nos recuerda que la filosofía y la poesía nacen del espacio vacío, de la pausa que permite que algo emerja en su propia luz.

El vacío activa lo que Ortega y Gasset llamaba los “ojos interiores”, esa mirada capaz de dirigirse hacia adentro, de ensimismarse. Pero… ¡qué mal reputada está la palabra ensimismamiento! Siempre tenemos la invitación a estar afuera, a responder de inmediato, a no perder el tiempo. Y, sin embargo, ¿qué sería de la creación sin ese recogimiento?

La gran paradoja es que, en nuestra época, hemos olvidado esta sabiduría y, con ello, la posibilidad de pensar con profundidad. Estamos en la era de la sobrecarga de información y de la inmediatez, donde parecería que perder el tiempo es un error. Y, sin embargo, todo gran aprendizaje, toda chispa creativa, requiere primero de ese tiempo “perdido”.

Tal vez la clave esté en recuperar ciertas prácticas que nos permitan vaciarnos para poder llenarnos de nuevo. Dejar que el aburrimiento haga su trabajo, porque solo cuando la mente se desconecta del estímulo constante puede comenzar a divagar y conectar ideas nuevas. Permitir el silencio, porque cuando el ruido se apaga, aparecen las preguntas más profundas. Caminar sin rumbo, como el flâneur de Walter Benjamin, ese paseante sin destino que encuentra inspiración en lo inesperado. Preguntar sin esperar respuestas inmediatas, porque el pensamiento filosófico se cultiva en la capacidad de sostener la incertidumbre.

Volviendo a las preguntas iniciales: ¿cómo cultivamos la imaginación, el asombro y la experimentación? Aprendiendo a dejar espacio. ¿Es posible aprender sin pausa? No, porque el aprendizaje requiere del vacío, tanto como del conocimiento.

Perderse es una oportunidad para encontrarse. El vacío no es una falta, sino una tierra fértil donde germinan las mejores ideas. Tal vez la mejor invitación que podemos hacernos es la de cerrar los ojos por un instante y recordar que en la oscuridad de la pausa, en el silencio del vacío, es donde realmente empieza el aprendizaje.

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