Sylvia Plath, liberada de su propio mito
Este sábado se cumplen 60 años del suicidio de la escritora. La gran biografía de Paul Alexander la rescata de la imagen tópica de talento torturado e ignorado en vida y recupera también sus muchos momentos luminosos
¿Cómo adentrarse en una vida marcada por la muerte? ¿Cómo acercarse a la existencia de una persona eclipsada por su mito? ¿Cómo, en definitiva, contar a Sylvia Plath? Podría empezarse por su cabeza metida en el horno de gas mientras los niños duermen arriba; la tragedia que aviva la leyenda de la poeta suicida, el talento torturado, el icono feminista. Podría servir de arranque el brutal electrochoque, sin relajantes previos ni anestesia, con los vatios percutiendo aquel cerebro genial, ignorado en vida y venerado a su muerte, de la que este sábado se cumplen 60 años.
Pero ese no es el estilo de Paul Alexander. Él elige comenzar la vida de Plath con una serena estampa en esa hora azul, casi eterna, donde la quietud abraza la oscuridad declinante que preludia al amanecer. “El paisaje que rodea la casa de campo de Devon permanece en silencio, como si estuviera muerto”. Con esa luna baja, fría e intimista empiezan las 400 páginas de Magia cruda, una apabullante y adictiva reconstrucción de la vida de Sylvia Plath que trasciende su vía crucis. Un relato construido a partir del testimonio de 300 personas que complejiza un personaje turbador. Una vida simplificada por la mirada pop que ha ido colonizando su figura.
De entrada —como subraya Luna Miguel en su prólogo—, sorprenden los momentos luminosos de Sylvia. Los campamentos de girl scouts, el sol acariciando su blanquecina piel, las clases de piano con el Claro de luna bajo sus yemas, las fiestas de baile en el colegio, aquel San Valentín jugando a la botella, el profesor de su vida —Wilbury Crockett— y los 45 clásicos que les mandó leer el primer curso de secundaria. Deslumbra la vitalidad de los partidos de fútbol del sábado noche, sus colaboraciones en el periódico del instituto, más bailes vestida de terciopelo, el despertar sexual en una sociedad pacata y machista y la represión de ese impulso libidinoso para no ser chica fácil. Alegra ese primer trago de bourbon bajo un cielo estrellado, el abrazo con John en el autocine, las citas con 20 chicos en su último año de instituto o la experiencia veraniega como peón de granja en un mundo que, a los 17, parecía libre, infinito, por escribir.
Destaca en ella la ambición desbocada, la idealización de la gloria, la obsesión por destacar, un miedo patológico a la mediocridad
Por escribir. Eso hizo Plath toda su vida: escribir y mandar sus escritos a una revista y a otra y luego a otra, y así sin fin ni desánimo. Con el sueño de verse impresa en The New Yorker como estrella polar. “No hay nada como ser ambiciosa”, le dijo una vez a su madre. En otra carta le escribió: “Lo más duro en la vida es aceptar que nunca podré ser perfecta”. Ella lo intentaba. En esta biografía originalmente escrita en 1991 y que Barlin Libros publica hoy en nueva traducción, tan exhaustiva que hará las delicias de la plathmanía, pero que a veces abusa en detalles (demasiados nombres de revistas, demasiadas cartas de aceptación o rechazo de sus textos), late una constante. La idealización de la gloria literaria, la obsesión por destacar, un miedo patológico a la mediocridad. La ambición desbocada. Eso la acercó a una infelicidad que mutaría en depresiones cíclicas y a ese primer intento de suicidio a los 20 que tan bien narra Paul Alexander: una angustiada Sylvia, con blusa y peto, 48 somníferos engullidos uno a uno, la nota manuscrita —”Me he ido a dar un largo paseo. Volveré mañana”—, la búsqueda policial, la reanimación, las 11 semanas en el hospital.
El libro es un apasionante viaje por la América de posguerra. Por su moral y sus vanidades y su individualismo. También por las fascinaciones del mundo inglés de Cambridge, por sus calles adoquinadas y paseadas por Sylvia gracias a una beca prometedora. Y de repente ese chico alto, pelo oscuro, guapísimo, labios finos y mirada sensual, verbo magnético, fuerza arrolladora: Ted Hughes, poeta. El mayor seductor de Cambridge. Una atracción brutal. Un sexo violento de magulladuras y moratones. De humillaciones consentidas. A los tres meses y medio se casaron. O mejor dicho: afuera llovía con fuerza, Sylvia vestía un traje rosa de punto, llevaba un ramo de flores rosas y una cinta del mismo color le adornaba el cabello cuando, en el altar, Ted la besó en una mejilla empapada en lágrimas. Esa es la calidez que imprime a la narración Paul Alexander, antiguo reportero de la revista Time y biógrafo de otros mitos como J. D. Salinger o James Dean.
En aquel viaje de novios que los llevó hasta un Benidorm preturístico, con las claras mañanas disfrutando de la escritura, sucedió aquel intento de asfixia cuando Ted la cogió por el cuello. Fue el primer aviso. Llegarían más heraldos negros. Abortos, güijas, hipnosis y espiritismo, las peleas con Ted. Del Londres de los cócteles pasaron a la soledad rural de Court Green y sus frías horas azules. A Sylvia la torturaba la indiferencia de los editores, los celos por el éxito literario de Hughes, la destrucción sentimental por la infidelidad de Ted, una escena reconstruida aquí con una tensión admirable. Y luego, la ira posterior. La hoguera de papeles, incluido el manuscrito de su nueva novela, trozo a trozo ardiendo en su patio. La separación. El espectro del fracaso. La depresión. La cabeza en el horno. “No me preocupa que los poemas alcancen a poca gente”, escribió Plath. “Si son afortunados, van incluso más allá de lo que dura una vida”. Más allá, incluso, de lo que dura una muerte.
Magia cruda
Autor: Paul Alexander.
Traducción: Alberto Haller y Sonia Bolinches.
Editorial: Barlin, 2023.
Formato: tapa blanda (416 páginas. 23 euros).
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