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‘Caso Munro’, ejemplo de ‘omertà’ cultural

Tenemos que atribuir al movimiento #MeToo haber conseguido que la víctima tenga el derecho de palabra

Andrea Robin Skinner hija menor de Alice Munro
Andrea Robin Skinner, la hija menor de Alice Munro.Steve Russell (Toronto Star / Getty Images)

En La auténtica Lolita (Kailas, 2019), Sarah Weinman comenta lo siguiente a propósito de los personajes de la conocida novela de Nabokov: “Son muchos los lectores que aún no saben ver las perversiones de Humbert Humbert y que todavía echan las culpas al comportamiento de Dolores Haze [Lolita]”. Weinman señala cómo la construcción literaria de una adolescente ha impregnado nuestro imaginario hasta el extremo de no reconocer en él la historia de un abuso.

En 1963, el periodista Peter Welding publicó un artículo en Nugget donde demostraba la influencia del caso del secuestro de Sally Horner en la construcción de la novela de Nabokov. Sally, de 11 años, fue violada repetidamente durante 20 meses por Frank La Salle. Las similitudes entre Horner y el personaje ficticio fueron de nuevo planteadas en 2005 por Alexander Dolinin, experto en la obra de Nabokov.

Conociendo la historia de Sally Horner, la de la ficticia Dolores Haze adquiere un matiz diferente al de la “nínfula” perversa bajo el cual ha cristalizado. Estos comentarios vienen al caso a raíz de haberse hecho público el silencio de Alice Munro en relación con los abusos sexuales de los que fue objeto su hija Andrea Skinner por parte de Gerald Fremlin, marido de la autora y padrastro de Andrea.

El escándalo en este caso tendría que venir más bien por el silencio impuesto en el medio cultural favorable a Munro y no por tenernos que confrontar a unas idealizaciones que nos convierten en lectores infantilizados. En el texto de Skinner publicado el 15 de julio en el Toronto Star se deja entrever una complicidad de la cual todavía no se sabe la extensión: “Era mucha la gente influyente conocedora de mi caso, pero continuaron apoyando y manteniendo una historia que sabían que era falsa.”

Hay al menos tres factores para tener en cuenta en la configuración de este tipo de silencio. El primero pertenece a la esfera privada en la cual, tal y como confirman los expertos en traumas producidos por abusos sexuales intrafamiliares, se guardan secretamente los delitos. Los otros factores son culturales y están relacionados con valores morales de época y con complicidades a la hora de proteger a figuras públicas.

En ciertos medios progresistas de los años setenta, la permisividad sexual no encontró límites a la hora de considerar a los menores, muy especialmente a las niñas, como objeto sexual. Ha quedado de manifiesto en Francia, con el caso Matzneff, entre otros, denunciado por Vanessa Springora. Fremlin, según el testimonio de Skinner, era perfectamente permeable a esta moralidad, y llegó a acusar a Munro y a su hijastra de mojigatas aduciendo que en muchas culturas la iniciación sexual de los niños se hace a través del incesto.

En ciertos medios progresistas de los años setenta, la permisividad sexual no encontró límites a la hora de considerar a los menores, muy especialmente a las niñas, como objeto sexual

El movimiento #MeToo está sirviendo para denunciar los abusos de menores, especialmente en la industria cinematográfica. Extrañamente, hay quien considera que esto ha puesto en peligro la libertad de expresión como si el dedo fuera el problema y no llaga y su causa. Por aquel entonces, Fremlin halló también una excusa para su comportamiento en el estereotipo de la menor seductora. Así lo dejó escrito en una carta destinada al padre de Skinner: “Creo que Andrea se reconoce como una Lolita, pero no lo admite”. Munro calló ante estas afirmaciones aun sabiendo que Fremlin mantenía además relaciones “amistosas” con otros menores.

A finales de 2004, Andrea Skinner se atrevió a denunciar el caso. Unos meses después, Fremlin fue condenado a dos años de libertad condicional. Hace tan sólo unos días, Robert Morris, fiscal en el juicio contra Fremlin, admitía su perplejidad ante la rapidez y la inadvertencia pública con la que se resolvió el caso.

Asimismo, Douglas Gibson, editor de Munro para la editorial canadiense McClelland & Stewart, ha contado recientemente que en 2005 llegó a su conocimiento la razón por la cual la autora y su hija rompieron relaciones. No obstante, en la biografía escrita por Robert Thacker y publicada en la misma editorial ese mismo año, nada se cuenta sobre el caso. En 2008, a propósito de la actualización de la biografía, Munro le pidió a Thacker que parara la grabación mientras le contaba los detalles de la historia.

Las instituciones culturales de Ontario, provincia en la que nació Munro, han reaccionado en solidaridad con Andrea Skinner. El alcalde de Clinton, donde residió la autora, confirma que mantendrá el monumento en su honor si la población así lo desea. Las universidades, por su parte, se dan un tiempo para pensar cómo abordar la obra de Munro. En algunos departamentos de literatura se plantea introducir en paralelo el artículo de Skinner. Se debe tener en cuenta que las universidades canadienses hace décadas que están atentas a los posibles traumas experimentados por los estudiantes. Lo que en un principio parecía complejo, es ahora lo que contribuye a crear un ambiente democrático en las aulas. Tenemos que atribuir al movimiento #MeToo haber conseguido que la víctima tenga el derecho de palabra, contrariamente a lo que a veces se ha hecho en nombre de la literatura.

Marta Marín-Dòmine es escritora y directora de documentales e instalaciones, especializada en exilio y memoria. Dirigió el Born Centre de Cultura i Memòria de Barcelona hasta 2023.

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