Laura Vazquez: “Internet es una fuerza omnipresente, infinita y misteriosa”
La poeta francesa, nieta de refugiados españoles, se estrena en la novela con un relato coral sobre los significados más atroces de nuestras cicatrices familiares

Entre las muchas maneras de enfrentarse a la escritura de eso que llaman una “novela total”, la ganadora del Premio Goncourt de Poesía en 2023, Laura Vazquez (Perpiñán, 1986), escogió para La semana perpetua una vía singular: no la totalización, sino la atomización; no una novela que lo abarque todo, sino una en la que lo fragmentario —las múltiples voces, los destellos y digresiones, los enlaces, la superposición de capas, las metáforas más descabelladas, las aliteraciones— configura un universo narrativo inabarcable, casi joyceano. La duda que late en el pecho de esta primera aproximación al género narrativo por parte de la poeta es, en verdad, múltiple: ¿se puede contar una historia a través de la suma de las preguntas más inconfesables de la humanidad? ¿Se puede narrar el mundo a través de nuestras búsquedas más íntimas y dolorosas en los navegadores de la web?
“Internet fue una herramienta narrativa que me permitió abrir puertas, crear estratos y hacer despegar la narrativa dentro de una trama que en el fondo era bastante simple: la del impulso de una búsqueda”, me explica Vazquez, cuando le pregunto si acaso La semana perpetua supone algún tipo de oda irónica a ese Dios en el que nuestra generación parece haber convertido a Internet; o a sus ángeles, los algoritmos. “Claro que podemos establecer similitudes entre la red y una divinidad, o, en cualquier caso, entre la red y una gran conciencia que nos une a todos, como una fuerza omnipresente, infinita y misteriosa. Sin embargo, no creo que la realidad sea así, si bien los personajes de mi libro, tan solos y aislados, sí que lo experimentan de ese modo”.
¿Y quiénes son esos personajes? Aunque La semana perpetua esté plagada de voces, sus verdaderos protagonistas pueden contarse con los dedos de una mano. La novela sigue la historia de una familia desestructurada, marcada por la ausencia de una madre que huyó, por la enfermedad de una abuela, por el desapego de un padre deprimido, y por la imposibilidad de comunicación entre dos hermanos: Sara, que pasa el día viendo vídeos en su pantalla, y buscando en ellos el cariño que no encuentra en la piel de sus familiares, y sobre todo Salim, héroe aventurero, acaso quijotesco, de La semana perpetua, que con su escudero y mejor amigo Jonathan se ve obligado a buscar a su madre desaparecida para poder así salvar la vida a su moribunda abuela.
Salim, además, es un niño tierno y rebelde, cuya afición por la búsqueda de aventuras fuera de casa se entrelaza con su pasión por la poesía. El libro está trufado de los versos que él va creando y con los que accedemos a una intimidad turbulenta, cruel. Salim publica esos breves poemas en Internet, convencido de que su contenido es una suerte de evocación. ¿La poesía salvará a los enfermos? ¿Hay alguna enfermedad bella? Si la abuela muere, ¿merece la pena que viva yo? “Es mejor podrido que muerto”, sueña el Salim de Vazquez en una de sus intervenciones más angustiantes, “es mejor mohoso, es mejor sucio que muerto. Y si tuviera que lamer barro, lamería 20 toneladas de barro durante 1.000 años pero que no muriera la abuela. Tragarse 50 kg de piedras pero que no muriera. Podría tragarse destornilladores y martillos pero que no muriera. Arrancarse trozos de cráneo pero que no muriera la abuela”.
“Don Quijote es una de las obras más importantes, la que me ha marcado más, y la que más releo”
No cité la resonancia de Cervantes en vano, por cierto: “Don Quijote para mí es una de las obras más importantes, la que me ha marcado más, y la que más releo”, me dice Laura Vazquez, que en La semana perpetua sigue esa cualidad que ella destaca de dicha novela canónica. “Cuando hablamos de novelas de aventuras, lo que encontramos es primero una aventura, luego otra, luego otra y luego otra… Y en el seno de esa concatenación de aventuras, hay cambios y variaciones, hay rupturas. Están compuestas por movimientos narrativos rápidos y concretos. Esa forma de escritura me interesaba mucho debido a su vitalidad. En ella, hay vigor. Y ese vigor, ¿qué es? Pues la poesía. La poesía es eso: una vitalidad extrema, un vigor extremo”.
La primera novela de esta aclamada poeta es, por lo tanto, una novela vigorosa, una novela de intuiciones, una novela de soledades. Aunque sus personajes, tanto los cinco principales como la infinitud de los secundarios, parezcan estar hablando y tecleando sobre sus angustias todo el rato, en verdad hay una soledad que los consume. Si tuviera que inventarme un género literario que La semana perpetua inaugurase, este sería el de “La Soledad Coral”, porque quizá eso que algunos llaman “novela total” no sea otra cosa que la conciencia de que la historia que tenemos delante de nuestros ojos es prácticamente inédita, un exitoso experimento que baila entre géneros: he dicho la poesía, he sugerido la epopeya, pero también aquí hay algo de tratado filosófico, de pregunta original sobre la fe y sobre los designios de la sangre. ¿Será que habitamos un tiempo de ruido tan extremo, de exposición tan extrema, que hemos extremado nuestra soledad?
“Fui criada por mi abuela; para mí es importante esta suerte de regreso a España, y esta vez con un libro”
Tal vez el hecho de que La semana perpetua —una novela coral, al fin y al cabo, sobre los significados más atroces de nuestras cicatrices familiares— esté viendo hoy la luz en España, tenga un sentido reparador o casi de una tierna venganza. “Soy 100% española de origen”, reconoce Vazquez, “tanto del lado de mi padre, como del de mi madre. Mis abuelos huyeron de la guerra, durante La retirada, y se refugiaron en Perpiñán. Fui criada por mi abuela, así que para mí es importante esta suerte de regreso, hacer este movimiento inverso, de volver a España, y esta vez con un libro, con un texto entre las manos, teniendo en cuenta que mi abuela no sabía ni leer ni escribir”. De este modo, la novela de Laura Vazquez es, en su aparente dispersión, la única totalidad posible: la de una soledad que resuena en todas sus lenguas, que se expande como una red, como una evocación perpetua.

La semana perpetua
Traducción de María Matta
Demipage, 2025
318 páginas. 21 euros
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