Eterno seductor
Qué puede mover a un caballero de 92 años, maestro de la 'chanson', a seguir pisando el escenario
¿Qué puede mover a un caballero de 92 años, sin apuros económicos ni necesidades acuciantes conocidas, a seguir pisando el escenario, someterse al veredicto del respetable y el escrutinio de las musas, lidiar con vértigos y mariposas, imponderables u olvidos? En el caso de Charles Aznavour, seguramente, sus admirables ganas de vivir y la necesidad imperiosa de sentirse vivo.
El maestro indiscutible de la chanson y la música ligera volvió a recibir anoche en el WiZink Center el abrazo de un público que le sabe venerable. Y que volvió a agotar las casi 6.000 localidades entre muestras de enorme respeto, menos de dos años después de la anterior visita capitalina.
Es divertido pensar ahora que en mayo de 2015, cuando puso fin a una ausencia de casi tres décadas, el pabellón infirió que asistía a un episodio único, irrepetible. Pero todo puede suceder aún con el imperecedero Shahnourh Varinag Aznavourian, un hombre menudo pero firme aliado del coraje. Porque el armenio se ha propuesto desafiar cada día el implacable veredicto del calendario, ese “tiempo cruel” del que habla, ya con sus sempiternos tirantes rojos a la vista, en una Sa jeunesse que le brotó frágil, musitada, conmovedora.
El recital distó de ser idílico. A algunos arreglos les sobran toneladas de teclados y nuestro hombre se enfrenta a problemas de afinación evidentes, a veces dolorosos. Esas dificultades afean la misma inauguración, un Les emigrants que hoy podría sonar a manifiesto, a postulado de amor al prójimo frente a la insensatez de este mundo cruel.
La angustia reaparece en Mourir d’aimer’ o ’She, pero merece la pena minimizar estas imperfecciones evidentes para no perder el asombro ante este eterno seductor. Los biógrafos certifican que nos acompaña un nonagenario, pero Aznavour entrega casi dos docenas de clasicos, toma asiento solo a veces, formula en Dime que me amas proclamas explícitas de amor libre. Ni siquiera le importa que le apunten las cámaras y le inmortalicen en las pantallas gigantes, a diferencia de otros veteranos que apelan a una mal entendida coquetería. El intérprete de Que c’est triste Venise se sabe aliado de la historia, de la canción, de la vida. Quizá esa sea su mejor enseñanza. Hay que amar. Hay que vivir.
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