El discurso del colapso divide a los ambientalistas
La corriente más radical considera inviable una transición con renovables y defiende que la única forma de evitar el desastre es reducir el consumo de forma drástica. Voces del mundo ecologista advierten de los peligros de esta visión
Las malas previsiones ante la crisis energética agravada por la guerra de Ucrania, los actuales apuros en diferentes países del planeta o la desesperante falta de avances frente al cambio climático no dan para mucho optimismo. Pero para la corriente de los colapsistas muchos de estos problemas de hoy no son coyunturales, sino evidencias del agrietamiento de un sistema que realmente se derrumba. Si bien esta visión no es nueva y lleva años asentada en una parte del ecologismo, algunos de sus planteamientos están produciendo ahora un choque entre ambientalistas en España por su discurso catastrofista y por avivar el rechazo al actual despliegue de las energías renovables.
“Mi diagnóstico es que nos vamos al carajo”, afirma Antonio Turiel, investigador del CSIC y la cara más visible de los colapsistas en España. Según el autor de Petrocalipsis, “si colapsamos es porque queremos, no es obligatorio”, pero para evitarlo hay que transformar por completo el sistema: “Si no abandonamos el capitalismo entonces sí que colapsaremos, es simple”, lleva años alertando.
Una de las tesis principales de esta corriente es que resulta inviable sustituir todos los combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón) utilizados en la actualidad por renovables, debido a la escasez de materiales y la propia dependencia de estas tecnologías verdes de las energías convencionales. “Nadie ha conseguido montar un aerogenerador o un panel fotovoltaico sin que en el proceso de extracción de materiales, fabricación de componentes, transporte, instalación o mantenimiento haya acabado interviniendo energía fósil”, enfatiza Turiel.
Así pues, como defiende este divulgador, para evitar el desastre, hay que dejar de empeñarse en la transformación energética (con renovables o el coche eléctrico) y ponerse a decrecer, para reducir la necesidad de energía y otros materiales de forma drástica. “No es verdad que haya que volver a las cavernas o a la Edad Media, hay estudios que aseguran que se puede reducir el consumo energético en España un 90% sin cambiar de nivel de vida”, asegura este físico de formación que investiga en el Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona. “No se trata de hacer las cosas más eficientes, sino de hacer mucho menos. A lo mejor hay que plantearse que se tiene que eliminar la automoción privada”, sostiene Turiel.
Aunque el mundo ambiental comparte la defensa de los límites planetarios, algunos de los planteamientos más extremos de los colapsistas han empezado a ser criticados en público por activistas ambientales y expertos en energía. Según el ambientalista y político Héctor Tejero, de Más Madrid, “el problema es que, involuntariamente, están alimentando la percepción de que no hay nada que hacer, cuando en realidad sí es posible hacer una transición ecológica hacia un mundo mejor”. El divulgador climático Andreu Escrivá no pone en duda que haya que reducir el consumo o prestar mucha atención a la escasez de minerales, pero también considera que este discurso del colapso “desincentiva y desmotiva”. “Declaraciones tan tajantes nos llevan a flirtear con una especie de ecofascismo que puede llevarnos por derroteros muy peligrosos, porque cuando damos mensajes tan bestias lo que vamos a hacer es que la gente sea refractaria, al pensar que les queremos quitar libertad, que les queremos quitar su estilo de vida”, comenta este ambientólogo. “Si la alternativa es reducir un 90% el consumo energético o el colapso, a lo mejor elijo el colapso, lo que quiera que sea eso”, ironiza Eloy Sanz, profesor de ingeniería energética en la Universidad Rey Juan Carlos, que asegura que los colapsistas utilizan de forma sesgada los datos científicos.
El periodista Juan Bordera, que firma junto a Turiel el libro El otoño de la civilización, no se considera colapsista, pero cree que el colapso “es bastante probable, teniendo en cuenta la inercia y que no seríamos tampoco la primera civilización en colapsar: hay 26 civilizaciones que han colapsado antes que la nuestra”, afirma. “Si no reconocemos el problema no vamos a poder enfrentarnos a él y no se está reconociendo porque hacerlo obligaría a cambiar muchas cosas, no solo de la manera de vivir a nivel individual. Como sistema deberíamos estar haciendo una transformación muy seria, muy rápida, que no se quiere o no se sabe hacer”.
No está de acuerdo con esto el ambientólogo Escrivá, que defiende que “la vía más exitosa de transformación no pasa por dibujar horizontes apocalípticos y culpabilizar a los ciudadanos, sino por establecer estrategias colectivas, políticas de transformación y, sobre todo, con una cuestión clave que es la redistribución”. Según recalca, “hay una cita de Raymond Williams que dice que ser verdaderamente radical es hacer que la esperanza sea posible, más que la desesperación sea convincente”.
En lo que respecta a la cuestión de los minerales y las energías renovables, una de las especialistas más cercanas a los círculos colapsistas es Alicia Valero, investigadora del Instituto Circe de la Universidad de Zaragoza, que asegura que “con las reservas actuales, es decir, con los yacimientos en marcha hoy, no se pueden sustituir los combustibles fósiles por renovables a escala planetaria”. “Hemos hecho estudios y no dan los números para más de una docena de materias primas que son esenciales para transición ecológica”, incide la investigadora. Esto se limita a las reservas conocidas hoy en día, no tiene en cuenta los recursos minerales que puedan encontrarse en el futuro. Sin embargo, según Valero, “abrir un yacimiento implica una media de 15 años, con lo cual aquí hay un problema, porque lo necesitamos urgentemente”.
Entre las voces más críticas con algunos de los planteamientos colapsistas está Pedro Fresco, experto en energías renovables y director general de Transición Ecológica de la Generalitat Valenciana, que subraya que la cantidad de reservas de litio en 10 años se ha multiplicado por dos, según ha aumentado su búsqueda. “¿Cuánto hay? No lo sabemos”, señala. “Tú te puedes quedar sin litio, vale, pero no hay ningún predeterminismo tecnológico que diga que el almacenamiento de energía tenga que hacerse con baterías de litio”. En su opinión, “cada vez que algo nuevo ha aparecido, los seres humanos han pensado que no era posible que lo nuevo sustituyese lo viejo”. “Uno de sus argumentos típicos contra las renovables es que estas se hacen con energías fósiles. Pues claro, y las vías del tren en el siglo XVIII se hacían con caballos”. Según Fresco, “el problema es que los movimientos antirrenovables han encontrado en las ideas colapsistas una excusa para sostener su posición, sin caer en el negacionismo climático o en el NIMBY [Not In My Backyard (no en mi patio trasero)]. Como estos señores me dicen que no vale para nada y que es una mentira de la industria, pues yo rechazo las renovables en mi territorio y no me siento inmoral, por decirlo así”.
Alternativas limitadas
Otra referente de la visión colapsista es Margarita Mediavilla, investigadora del Grupo de Energía, Economía y Dinámica del Sistema (GEEDS) de la Universidad de Valladolid, que lleva casi 10 años trabajando en estas cuestiones. Según dice, “las alternativas de transición, tanto energéticas como ecológicas, en un sentido amplio, son mucho más limitadas de lo que se piensa. El problema básico es que tenemos una sociedad y una economía diseñados para el crecimiento, la economía capitalista es muy buena cuando tiene recursos abundantes, porque tiene esa capacidad de explotarlos al máximo, pero cuando se encuentra con límites materiales es incapaz de adaptarse”. “Yo coincido con Turiel en que si no somos capaces de cambiar esta dinámica socioeconómica, pues sencillamente vamos a colapsar, incluso en un colapso que puede ser duro”, señala Mediavilla, que aboga por organizar un “buen decrecimiento”, porque “el mal decrecimiento ya lo tenemos asegurado: que vamos para abajo está claro”.
“Es verdad que vamos a enfrentar un periodo histórico muy turbulento en el que el riesgo de fracaso social es alto. Yo creo que el colapso es una posibilidad, pero en ningún caso es un destino ni podemos dar por hecho que estamos colapsando, si definimos colapso de un modo riguroso”, replica a su vez Emilio Santiago Muiño, que se dedica a la investigación en transformaciones antropológicas de la crisis climática del CSIC. “Donde yo debato con los compañeros colapsistas con más fuerza es en la hipótesis política de pensar que necesariamente las turbulencias que vienen van a desembocar en algo así como una especie de Estado fallido. De hecho, suele ser muy común en las posiciones colapsistas un cierto desentendimiento del Estado y una apuesta por lo que llaman las soluciones de la resiliencia comunitaria, de la autogestión. Como dando por hecho que nuestro orden político se va a descomponer porque energéticamente no va a ser funcional y que las soluciones políticas van a tener que venir a través de un retorno a las comunidades, al mundo rural, a la autogestión desde lo local. Ahí es donde yo creo que falla el diagnóstico, pues pensar así nos hacen incomparecer en la batalla política que se va a dar y por lo tanto los resultados van a ser mucho peores”.
Este antropólogo estuvo ligado en el pasado al colapsismo, pero hoy en día rechaza esta corriente. “A veces el discurso colapsista tiene unos ciertos tics deterministas que son muy comunes cuando gente que tiene formación de ciencias naturales se pone a especular sobre lo social, pues lo social es mucho más complejo”, señala Santiago Muiño. “Es verdad que estamos enfrentando una crisis sistémica fuerte, con una componente energética central, y que tenemos limitaciones geológicas. Todo eso es verdad. Pero con algo más de margen de maniobra de lo que yo pensaba”. “Y luego además me di cuenta que tú no puedes hacer política de mayorías desde un discurso así. La mezcla de estas dos cuestiones me llevaron a alejarme un poco de los círculos colapsistas”, señala.
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