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Un premio con vocación de jaleo

El artista Paul Noble es el gran favorito para la 28ª edición del Turner, que se falla esta noche

'Odd man out 2011', acción de Spartacus Chetwynd (derecha), finalista del Turner.
'Odd man out 2011', acción de Spartacus Chetwynd (derecha), finalista del Turner. Toby Melville (REUTERS)

La Tate Britain londinense, gran galería nacional del arte británico, suele fascinar e irritar por partes iguales al exhibir cada temporada los candidatos al Premio Turner. Pero esta edición, que anuncia hoy su ganador, es un desafío a la concepción misma de lo que es (o solía ser) un museo.

La polémica y la capacidad de fijar tendencias han definido los 28 años de este galardón, que se concede a la producción anual de un artista menor de 50, nacido o que trabaje en Reino Unido. El Turner abrazó en su día el arte conceptual hasta afianzarlo en un mercado que procura cotizaciones millonarias a Damien Hirst o el escultor Kapoor. Hoy se decanta por el videoarte y muestra renovado interés por la performance, una apuesta que cobra sentido cuando la Tate Modern de Londres (el museo de arte contemporáneo más visitado del mundo) está habilitando un imponente espacio dedicado a las instalaciones audiovisuales y actuaciones, bautizado como Los Tanques. ¿Por qué la película del director Luke Fowler, uno de los cuatro finalistas del Turner, se exhibe en un museo y no en un cine? Un sector de la crítica ha planteado la cuestión, incluso valorando el filme sobre la figura del psiquiatra y escritor R. D. Laing (1927-1989). El jurado considera que no se trata de un documental porque su autor expresa la fascinación que en él ejerce su personaje y arrastra la narración hacia lo personal, conduciendo a la audiencia hacia las cuestiones que a él le interesan.

La división de opiniones se replica en otra sala que exhibe una instalación de vídeo en alta definición firmada por Elizabeth Price. The Woolworth’s Choir of 1979 es el heterodoxo relato sobre una tragedia acaecida ese año en unos grandes almacenes de Manchester, donde hubo un incendio con víctimas. La artista explora nuestra compleja relación con los objetos y la cultura del consumo sirviéndose de material de archivo en el que inserta imágenes de arquitectura eclesial gótica y un sonido machacón como banda sonora. Los jueces destacan el cuidadoso montaje, que además opera un indiscutible efecto dramático.

El recorrido depara una cierta confusión a los visitantes, pero también grandes dosis de entretenimiento. La originalidad de Spartacus Chetwynd comienza por su nombre de pila, que cambió hace seis años (en realidad se llama Lali) coincidiendo con la meteórica propulsión de su carrera como artista de performance. Ella misma concibe sus actuaciones en vivo, entre ellas una disfrazada de payasa, y recreando con unos muñecos “la historia de Jesucristo y Barrabás”. Es un retorno a los orígenes de la performance en los sesenta, tan en auge entre los jóvenes artistas británicos.

Aunque muy complejos en su concepción, solo los dibujos al carboncillo de Paul Noble responden a un formato tradicional entre los finalistas. Bajo el trazo preciso, minucioso y técnico que delinea ciudades de ficción, el artista retrata un universo apocalíptico, como ilustra ese idílico invernadero que flota en el mar pero que, mirado de cerca, aparece como el escenario de un desastre ecológico. El autor es el favorito de las quinielas para el premio, porque su obra complace a conservadores y rupturistas, pero el galardón depara casi siempre sorpresas. Quienes lo defienden esgrimen su osadía a la hora de abrir nuevos territorios. Los escépticos consideran que supone, en palabras de un crítico, “el triunfo del mercado frente al sentido común”.

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