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PURO TEATRO

Dos piezas de artesanía

El drama 'La pols' y la comedia 'Losers', estrenos de fuste en Barcelona

Marcos Ordóñez
Alba Florejachs y Jordi Diaz, en 'Losers'.
Alba Florejachs y Jordi Diaz, en 'Losers'. David Ruano

1. La cartelera barcelonesa ha ligado póquer de ases esta primavera: tras L’orfe del clan dels Zhao, en el Romea, y Llibert, que se repescó en La Perla 29, y de las que ya les hablé, llegó La pols, de Llàtzer Garcia y la Companyia Arcàdia a la sala Flyhard, donde ha prorrogado, y acaba de estrenarse Losers, la esperada nueva obra de Marta Buchaca en La Villarroel. La polses un texto profundo y sin afectaciones, muy bien armado, con corazón y talento, sobre un tema cada vez más acuciante y nada abstracto: la eterna dificultad de sentir y comunicar los sentimientos.

Una ciudad de provincias, un piso pequeño, tres jóvenes, un presente vacío. Ha muerto el padre de Jacob (Guillem Motos) y Ruth (Laura López), pero al muchacho se le ha olvidado decírselo a su hermana. Se le ha borrado, más bien. El asunto es averiguar por qué. A Mersault le pasó algo parecido en El extranjero, y ya se sabe cómo suelen acabar esas cosas. Ruth está en paro y tiene amantes pasajeros, a los que oímos pero no vemos, y que parecen uno solo, reiterado. Y cuando no puede más echa a correr hasta agotarse. El tercer personaje se llama Alba (Marta Aran) y es la novia de Abel, el hermano mayor, ausente. El padre era una sombra humillada, y la madre es una voz lejana en el teléfono, sobre la que Jacob escupe su rabia. Jacob, narcisista y ególatra, torturado, sensible hasta el despellejamiento, obsesionado por la sinceridad y mentiroso compulsivo (es decir, posible escritor futuro) no está muy lejos del perfil de James Dean en Al este del Edén: Steinbeck es una poderosa impronta en la función. Jacob tiene los ojos muy abiertos, y no hay una brizna de calma que pueda cerrárselos. Fue un niño salvaje que se resiste a dejar de serlo y no puede olvidar ciertas cosas. No puede olvidar, por ejemplo, que Alba fue una niña salvaje y riente, que lanzaba piedras desde el tejado de la escuela, pero Wendy (perdón, Alba) creció. Y tuvo que apagar muchos fuegos, propios y ajenos. Y no, tampoco parece feliz.

Aquí no hay lamentos con baba. Aquí hay mucho dolor, mucha fuerza y mucha verdad. Y humor que brota en los momentos precisos, es decir, en las esquinas más inesperadas. Y canciones hermosas y también muy bien puestas, escritas especialmente para la obra por The New Raemon. Marta Aran y Guillem Motos “smells like teen spirit”, a fondo y sin el menor cliché “moderno”, y Laura López se luce con un espléndido monólogo en el que se rompen las compuertas y el sentimiento baja en tumulto. Quiere sentir el peso de los muertos, llorar realmente a los muertos, no solo a los suyos. Saber llorarlos, saber sentir su ausencia. “Hemos de volver a sentir”, dice. “El único dolor que siento es porque soy incapaz de sentir dolor”. Palabras hondas, claras, verdaderas, necesarias; artesanía de texto, de interpretación y de dirección, que firma el propio autor. La pols (lo único que no me convence es el título, y en castellano —el polvo— se presta a equívocos obvios) juega en el mismo equipo de Claudio Tolcachir, de Romina Paula, del primer Mamet: respiran idéntica pasión. Importante función, que no solo debería girar por España sino también “representarnos” internacionalmente. No hay que perdérsela.

2. La emoción que nos faltaba en ese póquer reciente es la risa. Hay humor en todos los títulos citados, pero nos faltaba una comedia. Y Losers (Villarroel), la esperada nueva pieza de Marta Buchaca tras la conmovedora Litus, es una comedia que podía haber firmado el mejor Neil Simon. Risa fresca, espumosa, inteligente, nacida de la observación humana, y alzada ante nosotros como el clásico espejo. Sus protagonistas son dos criaturas a la deriva. Sandra, maniática, hiperneurótica, es un corazón de oro a la caza de amor. Manel es un niño mal crecido, como un personaje de The Big Bang Theory pero sin ciencia. El primer acto transcurre en una tienda de móviles donde trabaja Manel: “Un cuarentón”, como dice él, “en un trabajo de veinteañero”. Tras los monólogos iniciales, donde se presentan al público, Buchaca sostiene y hace crecer una situación única: cuando Manel conoció a Sandra, parafraseando la película. Hay senderos que podrían resultar trillados (la hercúlea tarea de dar de baja un móvil, por ejemplo), pero la autora hace auténticos juegos malabares con ellos, y las réplicas los propulsan en direcciones sorprendentes. Réplicas hilarantes, siempre al borde del patetismo, pero que permiten la identificación y nunca caen en la desmesura farsesca, en la inhumanidad. Humor muy judío, certero y autoflagelante, y a la postre lleno de afecto. Buchaca conoce al dedillo los patrones de la comedia romántica (como Clúa en Smiley) y la precisa alquimia de carcajada y emoción (momento diamantino: el episodio de las cartas familiares). A caballo de una elipsis muy eficaz, y de un juego escenográfico tan sencillo como imaginativo de Sebastià Brosa, llega el segundo acto: Sandra y Manel llevan un año juntos. Se autodefinían como raros y les atraían sus respectivas rarezas, pero la convivencia es ardua, y la tensión acumulada estalla mientras esperan a la desaforada familia de ella. El señor Simon les hubiera hecho pasar, pero no son tiempos de repartos extensos, de modo que Marta Buchaca utiliza la espera como guinda del conflicto, aunque ahí se apunta material para una secuela sugestiva. La dirección es una filigrana. Alba Florejachs, con un papel escrito a su medida, está de antología. Este ciclón que echó a volar en El año que viene será mejor es una máquina de precisión que no deja escapar ni un gag, ni un matiz, y hace brillar hasta la frase más aparentemente anodina. En la última parte, cuando la barca del amor roza los escollos, su rostro va cambiando en cuestión de nanosegundos: bizco me quedo admirando a esta actriz. Jordi Díaz, su compañero, estupendo de ritmo y de intención, tiene una leve pega: cierta tendencia a reblandecer su personaje. El papel, muy a lo Jack Lemmon, tiene ese riesgo. Creo que le faltaría un poco más de nervio en la primera parte. En la segunda, cuando las aguas se enturbian, se atreve a no gustar, a mostrar las aristas más incómodas, y alcanza, en mi opinión, el voltaje necesario. Salvo ese aspecto, fácilmente subsanable porque talento no falta, la puesta de Losers está cuajadísima y llamada a ser un gran éxito. Hay comedia para rato.

La pols. Texto y dirección: Llàtzer Garcia. Intérpretes: Marta Aran, Laura López y Guillem Motos. Sala Flyhard. Barcelona. Hasta el 5 de mayo.

Losers. Texto y dirección: Marta Buchaca. Intérpretes: Alba Florejachs y Jordi Díaz. La Villarroel. Barcelona. Hasta el 29 de junio.

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