La deriva de Medea
Mariana Dimópulos se suma con 'Pendiente' al colectivo de escritoras que toma la palabra para quebrar tópicos sobre el aura afectiva que rodea a la literatura femenina
De un tiempo a esta parte, las escritoras toman la palabra y hablan de deseo, cuerpo, maternidad y familia, sentimentalidad y sexualidad. La aproximación al género y a sus valores culturales se convierte en una opción política que rehúye esencialismos y frases hechas. La carga histórica de los relatos que han influido en la vida cotidiana y la vida cotidiana que ha inspirado los relatos sobre lo femenino, la relación entre la realidad y sus representaciones, se abordan hoy desde las grietas del discurso. Desde la revisión de los tabúes que condicionan el deber ser de las mujeres. Y de su escritura. En España, Belén García Abia sorprende con El cielo oblicuo (Errata Naturae) y, en Argentina, Ariana Harwicz escribe La débil mental (Mardulce), un texto más vivido que miméticamente autobiográfico. Se instaura un punto de vista que, si bien no es inaugural, ejerce de contrapeso frente a un marbete de “literatura femenina”, producida tanto por mujeres como por hombres, que quizá hoy constituya la literatura conservadora por antonomasia: la liberación de las mujeres se confunde con la hipersexualización, el tupper-sex, la violencia quirúrgica, el soft-sado y el bondage. Se configura otro tipo de comunidad lectora frente a esa mayoría que lee Cincuenta sombras de Grey y se siente parte de un grupo de consumo literario que desanuda rompedoramente las represiones sexuales femeninas.
En este ámbito, una serie de escritoras toma la palabra para quebrar tópicos sobre el aura afectiva que rodea al género. Quebrar tópicos sobre las rutinas eróticas de una feminidad estandarizada pasa por violentar, en la medida de lo posible, los lenguajes heredados y sus esquemas convencionales. Esa es la empresa que acomete la argentina Mariana Dimópulos en Pendiente: ahondar en las capas basales del conflicto de género, rasgando con un cuchillo la epidermis, igual que se agujerea la caja de zapatos en la que se ha metido un gatito. Si leen el texto, comprenderán que mi metáfora no es casual.
El hilo clásico del relato se pone en tela de juicio a través de una voz que no responde a las expectativas de su feminidad ni a las del orden cronológico de la narración. Una mujer acaba de tener un hijo, se tranquiliza resolviendo derivadas, nunca miente y, poco a poco, con su narración rota revisa algunas relaciones de su vida delineando una forma no tan excéntrica de identidad sexual. Los lectores descubren cosas que quizá no sospechaban y las lectoras acaso nos reconocemos en la desnaturalización. En ese reconocimiento hay cierta catarsis, pero también daño: una esquirla se clava en el ojo. La narradora de Pendiente no responde a la inercia de perpetuación, al vínculo con la naturaleza que se asigna a las mujeres: tierra, luna, maga, intuición, irracionalidad. Lo telúrico y lo doméstico. En la fusión de contrarios se mueve convulsamente esta voz, racional y dubitativa, que no prevé sus propias reacciones pese a haber hecho juramentos dentro de un gineceo rebelde: “No habría de casarme tampoco, ni dejaría lágrimas en ningún hombro que no lo mereciera, ni tendría hijos, ni atendería ningún otro llamado de la naturaleza, si es que la naturaleza llamaba”. Sin embargo, cuando la narradora no tiene hijos con el hombre que lo merecería, afirma que no es una mujer. Pero lo es, aunque nos eduquen o para parir o para ser hombres, y de ese desajuste nazcan dolor y desconcierto. Dimópulos problematiza la feminidad y coloca su contradicción básica en un compromiso con la perpetuación de la especie que para el hombre no es una exigencia.
La autora nos desgarra un poco más porque con una prosa cortante y salvaje habla de mujeres que no lo son por el amor incondicional a sus criaturas, sino por un miedo atávico: el de ser abandonadas, como una perra en mitad de una ruta, por el hombre que aman, por esa “naturaleza volátil de un hombre, si se lo quiere y se lo tiene apenas”. Entonces las mujeres se transforman en Medeas y la naturaleza deja de ser un argumento. Dimópulos circunda esa condena y ese dolor —físico y cultural, las dos cosas a la vez— con contadas y sencillas metáforas: bebés, gatos, cajas, nadar por el Tigre, la sequedad del desierto, el sexo endogámico, la violencia de una relación feliz, la actividad frenética —la impostura— que exigen esas felicidades… Dimópulos comunica sensaciones complejas con imágenes precisas que nos colocan en un filo de incomodidad: “Entre el derecho de tener un hijo y el deber de la misma cosa iban penando esas mujeres que mordían cucharas y mordían biromes, y formaban largas filas ante psicoanalistas y pedicuras”. Con su mirada agradablemente desnaturalizada, con su egoísmo, su frío y su pasión, su poder y su fragilidad, Mariana Dimópulos demuestra que la matemática es poesía planteando en Pendiente una bella derivada sobre el existir de las mujeres.
Pendiente. Mariana Dimópulos. Adriana Hidalgo. Buenos Aires, 2013. 145 páginas. 14 euros.
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