¿Cuánto vale este cuadro: 4.200 euros o cuatro millones?
Sotheby’s subasta con un alto coste de salida un ‘corregio’ de atribución dudosa que fue comprado en 2018 al precio de una copia
Dos días de infamia. Sobre las 10:30 de la noche del 13 de febrero de 1945, las sirenas de Dresde (Alemania) comenzaron a sonar. Las bombas incendiarias aliadas caían en una cantidad (3.900 toneladas) difícil de recordar sobre una ciudad civil, convertida en algo parecido a un puerto seguro para los refugiados alemanes. Entre las llamas desapareció una pequeña pintura sobre cobre (atribuida a Cristofano Allori) que se consideraba la copia más cercana a la Maddalena leggente del maestro renacentista Correggio (1489-1534), cuya pista se había perdido hacía tiempo. Ahora, por sorpresa, Sotheby’s asegura que ha encontrado, siglos después, el original desaparecido. La Maddalena fue una de las pinturas más famosas y copiadas de los siglos XVII, XVIII y XIX. Se subasta este jueves (lote 23) en Nueva York por una cantidad que parte de 4,5 millones de dólares (unos 3,9 millones de euros, sin comisiones). Correggio era un genio. Su uso del color y el dibujo solo es comparable durante su época con Rafael.
Sotheby’s, para justificar su hallazgo y la venta, sostiene en la nota del catálogo de la subasta que la tabla estuvo en la colección Farnesio desde finales del siglo XVII hasta comienzos del XVIII, primero en Parma, en el Palacio Ducal, y luego en Nápoles, en Capodimonte. Después llegó a manos de una colección privada en Virginia (Estados Unidos). Ahí ha permanecido desde 1860. Sin embargo, el comunicado de la casa de subastas omite un dato clave que envuelve este descubrimiento en dudas: esta tela fue vendida por 4.750 dólares (4.200 euros al cambio actual) en enero de 2018 en una desconocida firma de subastas estadounidense: Phoebus Auction Gallery (Virginia). La atribución que figura en aquella venta afirma que se trata “de una copia del siglo XVII del original en el Palacio Pitti de Florencia”.
Sotheby’s —en conversación digital con este diario— sostiene que ha descartado este dato al “no considerarlo relevante”. De hecho, la atribución se basa, sobre todo, en la opinión del historiador del arte David Ekserdjian. “La primera vez que me mostraron el cuadro fue en Sotheby’s, a principios de julio de 2018. Nunca me contaron su historia anterior”, argumenta. Y aclara, por si hay dudas: “Nunca cobro por mi experiencia”.
—Entonces, ¿está seguro de que es La Maddalena leggente?—, inquiere el periodista.
—No tengo el móvil de Correggio, así que no puedo preguntarle —ironiza—. Pero estoy convencido totalmente de que es el original. No conozco a otros expertos que tengan dudas. Mi primera publicación sobre el artista es de hace más de 40 años. Sin embargo, no soy el Papa: no soy infalible.
El precio inquieta. Si la obra que subasta Sotheby’s fuera la auténtica Maddalena leggente de Correggio, un valor de salida de 4,5 millones de dólares resulta bajo. La casa de pujas defiende la tasación. El récord en subasta del maestro del Renacimiento es de 5,8 millones de dólares (5,1 millones de euros). “Está en consonancia”, subraya un portavoz de la firma. Toda la historia tiene un aire familiar. Recuerda a la del Salvator Mundi, cuya autoría más actual es un trabalenguas: taller de Leonardo siguiendo un diseño de Leonardo y con la participación de Leonardo. Fecha: ¿1507 o después? Un enigma.
Los historiadores creen que la obra original fue encargada por Isabel de Este, marquesa de Mantua (1474-1539) y llamada “la primera dama del Renacimiento” por su labor de mecenazgo, que se la pidió al propio artista debido a su devoción por la santa. Isabel era la hija mayor del duque de Ferrara, Hércules I de Este, y de Leonora de Nápoles. Cultísima. Desde niña traducía griego y latín, era experta en los textos clásicos y su círculo, tras casarse con Francisco II Gonzaga, marqués de Mantua, fue un ágora de poetas, filósofos, escritores. Uno podía conversar con Rafael, Tiziano o Leonardo (quien la dibujó, tras una gran insistencia, con lápiz negro y rojo; una pieza que conserva el Louvre).
Ekserdjian reconoce que ignora en qué tipo de madera está trabajada la obra y tampoco se han analizado los pigmentos. “Casi todas las tablas italianas de esa época —suponiendo que sea de Correggio— son de álamo y pintadas al óleo”, observa el historiador. Por equilibrar. Un portavoz de Sotheby’s aclara que el cuadro ha sido radiografiado, se le ha efectuado una reflectografía infrarroja y una exploración por fluorescencia de rayos X. ¿Suficiente?
Una ciencia inexacta
Atribuir es una ciencia inexacta. Hasta los genios se equivocan. En su segundo viaje a Italia (1649-1650), Velázquez —que había visto una de las maddalenas, o quizá el original, y admiraba a Correggio— rechazó comprar La educación de Cupido, otra obra de este pintor, porque pensaba que el cuadro que le ofrecían era falso. Hoy cuelga, como original, en la National Gallery de Londres.
Cuando una obra está en el mercado, los grandes museos internacionales evitan pronunciarse públicamente sobre ella. Pero uno de los principales expertos en pintura italiana consultados por El PAÍS ve “trazas de Correggio” (basándose en la imagen de la web de Sotheby’s). Otro resulta más directo. “El cuadro está muy mal conservado. Hay cosas que no comprendo: la alteración brutal del azul del manto, el cuello de ella (por su grosor y dureza), tampoco me gustan las hojas del primer término, demasiado perfiladas comparadas con el impresionismo floral que se ve en los cuadros de atribución segura, la línea bastante negra que define los contornos del brazo izquierdo o la raya del pelo. Ni entiendo lo mal que están los pies”. A cambio: “Me gusta cómo se ha comportado la pintura con el tiempo en los craquelados, que son cercanos a los originales”.
¿Y el mercado? Ni Jordi Coll, responsable de Colnaghi, la galería madrileña que gestiona el probable caravaggio madrileño, ni el anticuario Nicolás Cortés respaldan la tabla. “Está en mal estado y eso hace difícil apreciar su calidad”, coinciden. Pueden acertar, pueden errar. Atribuir, a veces, resulta imposible. Quizá hace falta más tiempo, mejor tecnología, menos intereses económicos y recordar el lema funerario de Isabel de Este: “Nada esperes, nada temas”.
Babelia
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