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El futurismo pierde su contexto político en la gran apuesta cultural del Gobierno Meloni

Una ambiciosa exposición inaugurada esta semana en Roma pasa de puntillas por las relaciones del movimiento de vanguardia con la guerra o el fascismo para centrarse en su vínculo con la tecnología y “la belleza de las obras”

'Prima che si apra il paracadute' (1939), de Tullio Crali, expuesta en la exposición 'El tiempo del futurismo'.
'Prima che si apra il paracadute' (1939), de Tullio Crali, expuesta en la exposición 'El tiempo del futurismo'.Museo de Arte Moderno y Contemporáneo Casa Cavazzini

“Queremos glorificar la guerra —única higiene del mundo—, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas que matan y el desprecio a la mujer”. Quienes visiten la exposición El tiempo del futurismo, que se inauguró el 2 de diciembre en la Galería de Arte Moderno y Contemporáneo de Roma, no leerán esta frase entre las muchas que sí ha querido destacar en grandes carteles el comisario Gabriele Simongini en las 26 salas que ocupa la muestra. Y eso que se trata de uno de los puntos clave del Manifiesto futurista de 1909, escrito por el poeta Filippo Tommaso Marinetti. La exposición conmemora el 80º aniversario de la muerte del fundador de un movimiento artístico con el que se inauguraron las vanguardias del siglo XX y que falleció durante la Segunda Guerra Mundial tras regresar del frente ruso, donde combatió junto a los alemanes, y adherirse a la República de Saló (los estertores del gobierno fascista tras el inicio de la liberación de Italia).

Pero correr un tupido velo sobre el militarismo declarado de Marinetti o de pintores futuristas como Giacomo Balla, y su relación explícita con el fascismo —de la que el propio Balla también renegó con la edad—, es solo una de las diversas ausencias que sobrevuelan una exposición con 350 obras y un centenar de objetos cargada de contradicciones que no solo son evidentes en sus salas, sino en la propia concepción de una iniciativa a la que ha perseguido la polémica desde sus inicios. Fue ideada por el exministro de Cultura Gennaro Sangiuliano (que mientras tanto ha dimitido por un lío de faldas y posible malversación de fondos), con una aportación pública de dos millones de euros, y aspira a demostrar que la extrema derecha puede organizar grandes eventos culturales. Aunque Sangiuliano pidió que incluyeran algunos de sus cuadros favoritos, según comisarios posteriormente defenestrados.

Vista de una de las salas de la exposición.
Vista de una de las salas de la exposición.Remo Casilli (REUTERS)

La muestra estrella del Gobierno Meloni, abierta hasta el 28 de febrero, se inauguraba este lunes con bombo y platillo y la presencia de varios pesos pesados de la política cultural italiana y el nuevo ministro, Alessandro Giuli. Juntos dieron una rueda de prensa que dejó frases como: “Esta es una exposición total para un arte total y no creo que se pudiera hacer nada mejor”. “Es inmensa por su calidad y su cantidad”. “Es bellísima y espectacular”. “Es grandiosa y no recuerdo nada tan imponente”.

Y eso que solo ha quedado un comisario activo, Gabriele Simongini, pese a que comenzó trabajando hace dos años junto a un experto del futurismo, Alberto Dambruoso, y otros colaboradores que finalmente no aparecen en ningún documento oficial. Denuncias y acusaciones varias en la prensa italiana han precedido a una exposición de la que también se han retirado coleccionistas privados pero que, según su comisario, es única en su género porque “se concentra en subrayar la relación entre arte y tecnología”. Es cierto que los futuristas querían romper con el pasado, veneraban coches y aeroplanos, la velocidad, la tecnología que transformaba el mundo a principios del siglo XX, pero no es la primera vez que eso se destaca puesto que son ideas centrales del movimiento.

La muestra combina las obras mayores y menores de Giacomo Balla (una treintena de lienzos), Carlo Carrá, Luigi Russolo, Gino Severino, Fortunato Depero o Umberto Boccioni, principales representantes del género, con un reguero de coches, motos, aeroplanos o motores de época que rellenan el espacio en salas muy grandes con cuadros en su mayoría de mediano formato, a menudo muy pegados entre sí. Libros, cartelería, dibujos de arquitectos futuristas como Antonio S’Antelia, películas, obras de clásicos italianos como Fontana o Burri (supuestamente influidos por el futurismo) y de otros futuristas como Tullio Crali o Enrico Prampolini, además de una instalación multimedia de sonido y color con la voz de Marinetti, son la receta del comisario para atraer a un público joven hacia los futuristas, “los primeros en hablar de la humanización de la máquina y la robotización del humano”, según Simongini.

Ese aspecto visionario de la obra futurista “puede y debe interesar a los jóvenes”, aseguró Simongini, para una muestra “que quiere ser para todos los públicos”. Sin duda, saberse mainstream haría revolverse a Marinetti en su tumba, puesto que proclamó la muerte del museo y de la gente que los visitaba. En esa búsqueda por conectar arte y tecnología hay una sala entera dedicada a Guglielmo Marconi.

En ningún lugar puede leerse que los futuristas fueron los primeros provocadores del siglo XX, nacionalistas pero anticlericales, revolucionarios pero sin reivindicaciones sociales, antifeministas pero a favor del sufragio universal. Febriles militaristas, algunos participaron en la Primera Guerra Mundial, como Carlo Carrá o Luigi Russolo, pero su salud mental se resintió para siempre. Otros como Boccioni murieron jóvenes, ironías de la vida, porque la velocidad de un coche asustó al caballo del artista y al caer de él se mató. Esas contradicciones ni se reflejan ni se explican. Falta contexto que ayude a comprender este movimiento y sus conexiones con la historia y la política. Tampoco hay casi fotografías de los futuristas.

'Lampada ad arco' (1911), de Giacomo Balla.
'Lampada ad arco' (1911), de Giacomo Balla. Hillman Periodicals Fund / Cortesía del Museum of Modern Art (MoMA).

Preguntado por EL PAÍS sobre la ausencia de cartelas explicativas sobre las dos guerras mundiales o los coqueteos políticos del movimiento, Simongini respondía molesto: “De eso se habla en el catálogo”. ¿Y qué ocurre con quien no se lo compre? “Se menciona en la línea del tiempo [en una esquina donde no aparecen ni las guerras mundiales ni la marcha fascista sobre Roma] y algo se dice en el panel dedicado a Balla, pero sobre todo, hay cuadros donde se ven aviones, paracaidistas…”. Pero ¿por qué consideró que hablar del aspecto político en profundidad no era necesario? “El futurismo dio lo mejor de sí mismo antes de la Marcha sobre Roma de 1922. [Marinetti y otros asistieron en el 19 a la creación del Fascio en Milán]. Si nosotros continuamos haciendo esta asociación nos perdemos lo mejor del futurismo [la muestra llega hasta los años setenta y gran parte de los cuadros son del llamado segundo futurismo de entre guerras]. Yo quería subrayar la calidad y la grandeza de las obras futuristas como obras de arte porque aún hoy continúa este equívoco de la contaminación con la política que daña el futurismo. Me gustaría que las admiráramos por su capacidad de revolución estética”.

Hace tiempo que el mundo del arte reconoció el valor del futurismo, que durante algunas décadas quedó de lado por su relación con el fascismo, pero la exposición “más grandiosa e imponente” sobre el tema, como la definió la directora del museo, borra completamente ese vínculo. El propio comisario declaró a EL PAÍS: “La relación entre el futurismo y la política no se merece unas pocas líneas, sino al menos un ensayo, que es lo que encontrará en el catálogo”.

El comisariado de Simongini refleja algunas de las lecciones del llamado segundo futurismo. Hay una sección dedicada a la cartelería y la publicidad. “El arte del futuro será potencialmente publicitario” es una de las frases impresas en grande en la muestra sacadas del Manifiesto del arte publicitario futurista de 1931. Firmado por Depero, autor del legendario cartel de Bitter Campari, profetizaba así la llegada de artistas como Andy Warhol, Maurizio Cattelan o Jeff Koons. Y ahora, de esta nueva forma de propaganda artística.

'Trasformazione forme-spiriti' (1918), de Giacomo Balla.
'Trasformazione forme-spiriti' (1918), de Giacomo Balla.Studio Idini (Galleria Nazionale d'Arte Moderna e Contemporanea,)

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