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Marisa Paredes
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando Marisa Paredes descubrió el mar

Con su elegante porte y su fabulosa voz, irradiaba esa personalidad independiente y extraordinaria de las grandes de su oficio. Tan altiva como cariñosa, le bastaba un gesto para dominar la escena

Imagen de ‘Todo sobre mi madre’ de Pedro Almodóvar, en la que Paredes encarnaba a una diva del teatro, Huma Rojo.
Imagen de ‘Todo sobre mi madre’ de Pedro Almodóvar, en la que Paredes encarnaba a una diva del teatro, Huma Rojo.El Deseo. (©Sony Pictures/Everett Collecti)
Elsa Fernández-Santos

Cuando la primavera pasada entrevisté a Marisa Paredes para el proyecto Memoria colectiva del cine español, un archivo vivo impulsado por la Academia de Cine, le pregunté si sabía que su fecha de nacimiento, el 3 de abril, coincidía con la de Marlon Brando. Paredes, que obviamente lo sabía y entendió el cumplido, dio uno de esos golpes de melena tan suyos y sonrió con la dulzura que amortiguaba la fiereza de sus ojos claros. Lo que siguió aquella tarde fue el relato fascinante de una vida igual de fascinante. La actriz interpretó el despertar de su vocación (“¡Mi vocación nació conmigo!”) dándole voz, como en una pequeña pieza de cámara, a su padre, Lucio, y a su madre, Petra, cuando les anunció que, les gustara o no, el escenario era su destino. Paredes evocó sus inicios a lo Eva Harrington y la importancia de su barrio —“Yo nací en el barrio de las Musas”— en su forja.

Marisa Paredes descubrió el mar y la vida gracias al teatro y esa deuda no la olvidó nunca. El cine, sin embargo, se le resistió hasta los años ochenta. Aunque participó en El mundo sigue (1960), de Fernando Fernán-Gómez —uno de los grandes cómplices de su juventud—, su carrera no despegó hasta dos décadas después. La confianza le llegó con Tras el cristal (1986), de Agustí Villaronga, y el éxito internacional con Pedro Almodóvar. Gran amante del teatro, este último la descubrió a principios de los ochenta interpretando Motín de brujas en el María Guerrero, bajo la dirección de Josefina Molina y junto a Carmen Maura y Julieta Serrano. Su primera colaboración fue la sor Estiércol de Entre tinieblas (1983) y pese a la fama que le supuso Tacones lejanos (1991), de todas sus películas con el cineasta, la actriz siempre guardó un afecto especial por La flor de mi secreto (1995). A Paredes le encantaba comprobar cómo pasaban los años y el público más joven se sabía los diálogos de memoria: “¡Ay, qué pena, hija mía! ¡Tan joven y ya estás como vaca sin cencerro!”, le decía su madre (Chus Lampreave) o “¡Ay, Betty, excepto beber, qué difícil me resulta todo!”, se lamentaba ella ante su amiga Carmen Elías. Curiosamente, en Todo sobre mi madre (1999), Paredes era Huma Rojo, una diva del teatro que interpreta a Blanche DuBois en Un tranvía llamado deseo, la obra que catapultó a Brando. De alguna manera, Almodóvar siempre encontró en ella una extensión de sus mitos de Hollywood.

Marisa Paredes, en 'La flor de mi secreto'.
Marisa Paredes, en 'La flor de mi secreto'.

La última vez que vi a Marisa Paredes fue comprando, precisamente, flores a apenas un par de metros de su casa. Entró en la floristería para encargar un ramo sencillo, y todos los que estábamos dentro nos paramos al instante. Con su elegante porte y su fabulosa voz, irradiaba esa personalidad independiente y extraordinaria de las grandes de su oficio. Tan altiva como cariñosa, le bastaba un gesto para dominar la escena. Aquel día, saludó amablemente a todo el mundo, pero el guiño se lo dedicó a los más jóvenes, mi hija y Elliot, el encantador encargado de la floristería. Cuando se fue, todos nos miramos y expresamos en voz alta nuestra admiración por una mujer que sabía ser divina de una forma que ya nadie sabe serlo.

Paredes siempre nombraba a su abuela y a su madre, su “ángel de la guarda”, a sus viejas amigas y a su única hija, María Isasi, a quien fue a ver al teatro un día antes de su muerte. La crio con las tres cosas que consideraba fundamentales en la vida, libertad, educación y cultura: “Porque todo cambia menos El Quijote, Hamlet, Lorca o Picasso. El arte es lo único que permanece”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’
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