Maurice Ravel, el compositor dandi e “impío satánico” del piano y la orquesta, estrena música 150 años después de haber nacido
La Filarmónica de Nueva York celebra el aniversario del músico con una exposición y el estreno de una obra que ha podido identificarse gracias al diario personal de su amigo, el pianista catalán Ricardo Viñes


“Es un ser desgraciadísimo, una inteligencia y un artista superior que sería digno de mejor suerte. Es además muy complejo, y hay en él una mezcla de católico de la Edad Media y de impío satánico, pero con el amor del arte y de lo bello que también lo rige y le hace sentir cándidamente”. Pocas descripciones retratan de forma más completa, poética y certera a Maurice Ravel (Ciboure, 1875-París, 1937) que esta anotación en el diario del pianista catalán Ricardo Viñes, realizada el 1 de noviembre de 1896, tras compartir entre lágrimas una audición del preludio de Tristán e Isolda de Wagner con la Orquesta Lamoureux. Nadie conocía mejor a este dandi de 21 años, en sentido baudelairiano, que discutía con la mayor seriedad sobre colores de corbatas y camisas, al tiempo que sentía fascinación por la poesía, la fantasía, todo lo que era precioso y escaso, paradójico y refinado. Un músico incomprendido que comenzaba por entonces a buscar su propia voz creativa, tras haber sido expulsado de las clases de piano y armonía del conservatorio parisino.
Se cumplen 150 años del nacimiento de Ravel. Sin embargo, la conmemoración principal de su sesquicentenario no tendrá lugar en su natal Ciboure o en París, donde creció y se desarrolló, sino en el Upper West Side de Manhattan que visitaría en 1928. Con una exposición en el David Geffen Hall, sede de la Filarmónica de Nueva York, inaugurada el pasado lunes, y un concierto, el próximo día 13, en el que el director venezolano Gustavo Dudamel estrenará Sémiramis. “Se trata de una composición de 1902 que ha podido identificarse gracias a una entrada del diario de Viñes que también puede verse en la exposición neoyorquina”, aclara Màrius Bernadó, que recibe a EL PAÍS en su despacho de la Universidad de Lleida.

Este musicólogo y profesor está inmerso en un ambicioso proyecto para reconstruir toda la trayectoria concertística de Viñes (Lleida, 1875-Barcelona, 1943). Hablamos del pianista de referencia para la vanguardia francesa, que estrenó en París la mayor parte de la mejor música para piano de la época de compositores como Debussy, Ravel, Satie o Falla. “Desde el Laboratorio de Musicología de la Universidad de Lleida estamos trabajando en el proyecto pianoNodes: Ricardo Viñes en concierto, que será la base de un portal basado en datos abiertos enlazados que concentre todo el conocimiento disponible sobre Viñes y que permita, además de acceder a todos los recursos de su riquísimo fondo documental, cruzar datos, hacer búsquedas y generar visualizaciones, mapas, líneas de tiempo, etc.”. Pero el trabajo de Bernadó también se centra en el riquísimo diario inédito de Viñes. “Contiene más de 7.000 páginas redactadas en una treintena de cuadernos donde el pianista narra sus primeras tres décadas en la capital francesa, desde su llegada, en octubre de 1887, hasta su abrupto final, en agosto de 1915″, explica.
Sabemos que el manuscrito de Sémiramis fue adquirido en 2000 por la Biblioteca Nacional de Francia junto con otras páginas juveniles procedentes de la casa de Ravel en Montfort-l’Amaury. “Pero la partitura no está firmada ni incluye las habituales señas del compositor francés, por lo que no estaba claro si la música era suya o de otro autor”, indica Bernadó. Ravel utilizó exactamente el mismo libreto de la cantata Sémiramis, de su colega Florent Schmitt, que había obtenido el Premio de Roma en 1900. Puso música a su inicio, con un preludio y una danza ambientada en la fiesta de coronación del jefe asirio Manassès en los exóticos jardines del palacio de Assur a manos de Sémiramis, reina de Babilonia. Añadió tan solo el aria para tenor que canta Manassès en la primera escena, donde expresa su amor y fascinación por Sémiramis, aunque no prosiguió con las otras tres escenas del libreto. Y presentó el resultado en 1902 al premio de composición del conservatorio parisino, donde fracasó.

El musicólogo muestra la entrada del diario de Viñes del 7 de abril de 1902: “Por la mañana fui al Conservatorio a oir la cantata de Ravel Sémiramis que ensayó, estudió y tocó la orquesta dirigida por [Paul] Taffanel: es muy bonita y toda con sabor oriental. Estaba toda la familia Ravel, y [Gabriel] Fauré y Juliette Toutain, [Henry] Février y [Charles] Koechlin, etc!”. Ningún otro testimonio atestigua esta composición, ni entre la documentación administrativa del conservatorio ni en la prensa de la época, tal como aclara François Dru, director de la Ravel Edition que ha preparado la partitura del preludio y la danza para su estreno absoluto en Nueva York, ya que la interpretación de 1902 que documenta Viñes se produjo en una clase matinal de jueves en el conservatorio parisino. Pero para escuchar toda la obra compuesta por Ravel, es decir, el preludio y la danza con la mencionada aria de Manassès para tenor, habrá que esperar hasta final de año en la Philharmonie de la capital francesa, donde la Orquesta de París la tocará en diciembre bajo la dirección de Alain Altinoglu.
Un simple vistazo a esta nueva partitura de Ravel nos muestra a un músico con personalidad propia. Un compositor de 27 años que había asimilado la fuerza armónica de Wagner y la belleza colorista de Rimski-Kórsakov, así como detalles orquestales de Franck y Debussy. No obstante, en Sémiramis no se muestra todo su potencial creativo, ya que se trata de una obra escrita para agradar a un jurado conservador y se asemeja a las tres cantatas que escribió para optar infructuosamente al Premio de Roma, entre 1901 y 1903: Myrra, Alcyone y Alyssa. En su quinto y último intento, en 1905, fue injustamente eliminado en la primera fase del premio, lo que provocó el escándalo conocido como El caso Ravel, que culminó con la dimisión del director del conservatorio, Théodore Dubois, y el ascenso de su maestro y defensor, Gabriel Fauré.

Sin embargo, las innovaciones musicales de Ravel habían comenzado mucho antes y con Viñes como testigo excepcional. “El compositor y el pianista se conocieron en noviembre de 1888, cuando ambos tenían 13 años y coincidían en la clase de piano de Charles de Bériot en el conservatorio. Pronto se volvieron inseparables, pues compartían aficiones como la lectura y la recitación de poesía, la pintura y las visitas a galerías de arte y salas de subastas. Juntos descubrieron el mundo y la vida. Incluso mientras las madres respectivas se reunían para hablar en castellano, los dos adolescentes experimentaban nuevas armonías y ritmos españoles tocando el piano a cuatro manos”, cuenta Bernadó. De esa experiencia surgió una de las primeras composiciones importantes de Ravel, la Habanera de Sites auriculaires, que después orquestó como tercer movimiento de su Rapsodia española. Esta senda creativa prosiguió poco después con Alborada del gracioso, en versión tanto para piano como para orquesta, y así hasta su ópera La hora española (1911), que subirá al escenario valenciano de Les Arts el mes que viene, y su popularísimo Bolero (1927).
Bernadó recuerda que este año también se cumple el 150º aniversario del nacimiento de Viñes y que ha sido declarado conmemoración oficial del gobierno de la Generalitat de Catalunya, a la que se ha sumado el Ayuntamiento de Lleida. Además de impulsar múltiples actividades de todo tipo (conciertos, seminarios, publicaciones…), el objetivo final de la conmemoración es intervenir en la conservación y facilitar la accesibilidad de todo este patrimonio, que hasta el día de hoy ha estado francamente descuidado. “Este estreno de Ravel en Nueva York es una muestra clara de la oportunidad y la necesidad de invertir en el patrimonio para asegurar su preservación, pero también para generar conocimiento que permita diseñar y crear productos culturales”, reivindica el musicólogo.
El grueso de los riquísimos fondos documentales de Viñes ha sido depositado en Lleida por los descendientes del pianista en sucesivas entregas tras su muerte en 1943 y está necesitado de una urgente intervención para garantizar su conservación. Una parte importante de los programas de mano de sus conciertos ya está disponible en abierto en el repositorio institucional de la Universidad de Lleida. Seguiran carteles, recortes de prensa, fotografías, correspondencia, escritos… y la reconstrucción de su impresionante biblioteca musical que se encuentra disgregada en múltiples colecciones norteamericanas y europeas. Aprovechando el impulso de la conmemoración, todo este cúmulo de información se va a entrelazar mediante herramientas de las humanidades digitales.

“Viñes guardó hasta 15 ejemplares del programa de mano del concierto en el que estrenó la primera composición de Ravel interpretada en público, en la Salle Érard de París, en 1898: Menuet antique. Es una suerte que tuviese la manía de guardarlo todo”, indica Bernadó mientras nos muestra el Fondo Viñes de la Biblioteca de Letras de la Universidad. Poco después, estrenó la famosa Pavana para una infanta difunta (1899) y, especialmente, Jeux d’eau (1901), que abrió nuevos caminos en la escritura pianística con su mezcla de virtuosismo arrollador y refinado matiz impresionista, y que claramente impactó a Debussy, como explica Arbie Orenstein en su clásica monografía Ravel. Man and Musician.
A partir de entonces, Viñes creó el Círculo de Les Apaches con Ravel. Se trataba de una asociación de músicos, escritores y artistas que se reunía todos los sábados y a la que más adelante se unirían Manuel de Falla e Ígor Stravinski. Y prosiguió interpretando los estrenos de Miroirs (1904) y de Gaspard de la nuit (1908), este último inspirado en las inquietantes y efímeras imágenes nocturnas de tres poemas de Aloysius Bertrand que le había prestado el pianista.
La relación entre Ravel y Viñes se deterioró en los años veinte debido a desavenencias sobre la interpretación de sus composiciones. De hecho, entre las grabaciones que realizó Viñes entre 1929 y 1936 no se incluye ninguna obra de Ravel. En esos años finales de su vida, el compositor había encontrado en Marguerite Long a su pianista ideal, para la que escribió Le tombeau de Couperin y el Concierto en sol, al tiempo que comenzaba a padecer los primeros síntomas de una enfermedad neurológica degenerativa. Terminaría trágicamente convertido en una sombra de sí mismo, tal como retrató con magistral precisión e ironía Jean Echenoz en el final de su novela Ravel (2006).
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