La simbólica gabarra del Athletic surcará la ría
Su victoria reclama que festeje no sólo su gran éxito, sino el del fútbol de toda la vida
No hay referencia alguna a la gabarra en la constitución del Athletic. La utilizó por vez primera en 1983 para celebrar el título de campeón de Liga, después de 27 años de sequía. La hinchada se agolpó en los dos márgenes de la ría de Bilbao, abarrotó los puentes, y saludó al equipo desde factorías, grúas y balcones. Toda la felicidad que puede procurar el fútbol se expresó aquel día.
La gabarra reeditó su viaje la siguiente temporada, con ocasión del doblete en la Liga y en la Copa. Patxo Unzueta escribió en EL PAÍS crónicas maravillosas de aquellos partidos y celebraciones. Nadie ha reunido con tanto estilo y rigor las emociones del hincha y las obligaciones del periodista.
En sus artículos habitaba una paradoja del tiempo. Sin decirlo, Patxo sospechaba, con razón, que aquel esplendor duraría poco. Escribía tanto para narrar los hechos como para fijarlos en la memoria de la gente. “A nadie se le escapa que la felicidad reside en el pasado”, solía comentar. Era imprescindible relatar aquellos momentos con el magisterio que merecían, pues estaban destinados a convertirse en el largo pretérito que ha precedido al éxito en la Supercopa.
Huérfano de éxitos durante tanto tiempo, el Athletic observa la gabarra con dudas existenciales. ¿En qué ocasiones cabe reclamar su regreso al Nervión? Si el equipo gana la Liga, por supuesto, y también si levanta la Copa, como no puede ser de otra manera en el club que más aprecia el torneo. ¿Son esos los límites? ¿Podrían vulnerarse? ¿Por qué razones?
El Athletic conquistó la Supercopa en 2015. La final se jugó a dos partidos y el resultado fue memorable: 5-1. Habían transcurrido 31 años desde el último título, un océano de tiempo. Se debatió la idea de retomar la gabarra. Para dos generaciones de aficionados significaba la posibilidad de expresar colectivamente la felicidad que durante tres décadas se les había negado.
El club celebró el éxito con una multitudinaria ceremonia, pero prescindió de la gabarra. El orgullo pesó más que la impaciencia. Han pasado cinco años y el Athletic ha vuelto a levantar la Supercopa, pero esta vez el significado es diferente. La competición ha cambiado de formato, sin duda diseñado para favorecer la presencia del Real Madrid y Barça en las finales. No hay doble vuelta, no se juega en verano, ni parece un torneo de pretemporada con pretensiones.
Esta Supercopa es otra cosa. La disputan cuatro equipos y cada partido es una eliminatoria directa, según el viejo formato copero. Se juega con media temporada ya escrita, sometida a todos los arcanos del fútbol, con los equipos tironeados por su recorrido y las cumplidas o incumplidas expectativas de cada uno. Las fechas y el nuevo modelo de competición han cambiado el paso a la Supercopa, que ha adquirido una nueva magnitud.
La victoria del Athletic se ha producido en un momento de dificultad. Ha sido el ganador imprevisto, pero merecido. Ha jugado con empaque, orden y ambición. Se ha impuesto al Madrid de Sergio Ramos, Modric, Kroos y Benzema. Ha derrotado al Barça de Messi, Ter Stegen, Griezmann y De Jong. Ha apeado, en fin, a los dos colosos del fútbol español.
¿Merece la gabarra su éxito? Desde luego, más aún después de la brecha abierta por los dos clubes que predican el modelo exclusivista de la Superliga europea y rechazan a sus viejos compañeros de viaje como si les oliera el sobaco. La victoria del Athletic reclama esta vez una gabarra que festeje no sólo su gran éxito, sino el del fútbol de toda la vida. Lo impedirá la pandemia, pero simbólicamente la gabarra ya recorre el Nervión.
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