Jonas Vingegaard, maillot amarillo sin excesos en la París-Niza
El danés ataca a dos kilómetros de la cima de la primera llegada en alto a su compañero de equipo y líder Matteo Jorgenson, pero la victoria de etapa es para Joao Almeida


Sin exageraciones, por favor, pide el juez a un testigo, la realidad sin más, lo que vio, como sin exageraciones, y ahí se encuentra su forma, su fuerza, esa es su realidad a 12 de marzo, Jonas Vingegaard viste el maillot amarillo de la París-Niza. Regresa al Cuerpo de Guardia (Loge des Gardes), la estación de esquí en la montaña Borbón a la que se asciende entre bosques de robles de Allier, tan rectos, tan altos, madera tan excepcional, que los reyes de entonces se apropiaron de ellos para proveerse de mástiles para sus fragatas, pero Tadej Pogacar se la devolvió a la imaginación popular, su fantasía, con una victoria en la París-Niza de 2023. Aquel día, Vingegaard sufrió y perdió 43s.
Dos años después, ataca por necesidad, para despegarse de su compañero de equipo Matteo Jorgenson, líder de amarillo y ambicioso, y para transformar el recuerdo del lugar, del dolor a la alegría. Ataca después de haber trabajado de stopper de cualquiera que se quisiera mover —de Pablo Castrillo, que se siente más grande al sentir el aliento de uno como Vingegaard preocupado por sus cabeceos; de Lenny Martínez, el diminuto provenzal nieto de campeón que aprovecha que en el Bahrein él es el único líder después del abandono por caída del más temible Santiago Buitrago; de Florian Lipowitz, el alemán del Red Bull bullicioso…—, y sufre, y no asombra su fortaleza, hace pensar su flaqueza. Nunca alcanza más de 10s de ventaja sobre un grupo en el que mide, calcula, y controla Joao Almeida, agrimensor de Caldas da Rainha, que se mueve en el momento justo, a 400m de la cima, para adelantar al danés sobre la línea y hacerse con la etapa.
Gracias a la bonificación, Vingegaard birla el maillot amarillo a su compañero por 5s. Castrillo, el mejor español, es 10º, a 1m 22s. Romeo, 15º, a 2m 1s. Ambos jóvenes prosiguen su aprendizaje acelerado en medio de los mejores del pelotón.

En la Tirreno-Adriático, etapa antigua y dura por las tierras de los umbros, 235 kilómetros, lluvia todo el tiempo en los campos oscuros y las ciudades medievales hasta Colfiorito, un nido en los Apeninos, frontera con las Marcas, por su valico (paso montañoso) largo y muy tendido. Casi seis horas y media sobre la bici, empapados, a poco más de 36 de media. Pocos ciclistas del pelotón de ahora han experimentado etapas así, pero a Ayuso, uno de los jóvenes, otro ciclismo no le asusta ni le desgasta. Ataca al final, en los falsos llanos hacia la meta, como también atacan Richard Carapaz, el increíble Ben Healy y hasta Mathieu van der Poel, uno que cuando se sentía motivado, hace cuatro años, y quería darles motivos para meditar a sus enemigos íntimos, Pogacar y Van Aert, utilizó un recorrido similar para un raid de 63 kilómetros hasta el agotamiento y una victoria sobre la bocina.
Y también ataca Pippo Ganna, el líder de azul y barba de leñador, 90 kilos a toda velocidad después de subir una montaña, qué belleza. Ninguno logra irse. Un grupo disputa el sprint y a Tom Pidcock le frustra la victoria un veterano italiano, un especialista en este tipo de etapas, llamado Andrea Vendrame, que toda su vida ha corrido en Francia. Del segundo puesto de la general cae el esprínter Jonathan Milan y Juan Ayuso ocupa su lugar, a 22s. Y Mikel Landa, oculto pero con los buenos.
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