Matteo Jorgenson sella la victoria en la París-Niza con una simple aceleración en el col d’Éze
El californiano del Visma repite victoria en la carrera francesa, marcada por la caída y abandono de su compañero Vingegaard


Los que se cayeron —su compañero en el Visma Jonas Vingegaard; el danés joven del Lidl Mattias Skjelmose— se eliminaron solos; con los rivales que no se cayeron, el Visma hizo una papilla en los abanicos del viernes y Matteo Jorgenson los remató con una simple aceleración el domingo en el col d’Éze, signo de la París-Niza, que concluyó, comme il faut, en el Paseo de los Ingleses de la capital de la Costa Azul. Ganó la etapa, solo, ataque en el col de la Peille, otro norteamericano audaz, el joven Magnus Sheffield, de 22 años, contrarrelojista que llega de las montañas y la nieve del norte de Nueva York, un prodigio que de juvenil lo ganaba todo y que ha tardado cuatro años en lograr, con el maillot del Ineos su primera gran victoria.
Brilló el sol y Jorgenson, de 25 años, hizo brillar su maillot amarillo para, con el dorsal número uno, imponerse por segunda vez consecutiva en la general de una carrera que, como al otro lado de los Alpes, la Tirreno-Adriático, recordó a todos que marzo no es primavera, sino invierno, y puede hacer mucho frío, y hasta nevar. Jorgenson, que es californiano, basó su victoria final en la superioridad de su Visma en la contrarreloj por equipos, que dejó escrito el guion principal de la carrera. Los acontecimientos que le puntuaron, como la caída de Vingegaard ambicioso, aterido de frío y una muñeca dañada, o como el codo herido de Skjelmose, estuvieron acompañados de lluvia, viento, nieve y miedo.
Por eso, quizás, brilló como nunca otro danés, Mads Pedersen, el dios de la lluvia y el frío, que ganó una etapa, aguantó, su cuerpo pesado de sprinter, gran promesa para las clásicas que llegan, la montaña de Auron el sábado y hasta se fugó el domingo en las subidas acantilado que encierran a Niza contra el Mediterráneo. Y quizás por eso, por encontrarse en el paisaje de su infancia y juventud, soñó Florian Lipowitz, de 24 años, alemán de Ulm, al oeste de Múnich, junto al Danubio. Hasta los 20 años, Lipowitz fue biatleta —esquí de fondo y tiro—, y muy bueno, pero se lesionó en la rodilla, pedaleó para recuperarse y se hizo ciclista en el Red Bull, el equipo en el que también corre Primoz Roglic, otro que empezó en el esquí. Y con optimismo y fuerza, Lipowitz, que empezó el último día como segundo en la general, a 37s de Jorgenson, tras una magnífica ascensión a Auron, no duda cuando acelera el norteamericano en el col d’Éze. Como un muelle responde y pocos segundos después estalla como una palomita. Plof. Jorgenson, en solitario, ganó la general, pero no pudo alcanzar a Sheffield, que le aventajó en 29s en la meta.
El día de Niza y sus montañitas tampoco fue demasiado bueno para los mejores españoles, ya machacados, como todos, tras una durísima semana. Pablo Castrillo cedió 2m 21s a Sheffield (y acaba 11º en la general) e Iván Romeo, 3m 59s (21º).
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