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Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza

Volar, escalar, volar: la revolución del alpinismo en un pico virgen del Karakoram

Will Sim y Fabian Buhl escalan por primera vez la torre Gulmit aproximándose en parapente y regresan a la civilización con otro vuelo, lo que podría suponer una nueva forma de exploración de lugares remotos

Torre Gulmit alpinismo
Escalando la torre de Gulmit.

Podría tratarse de una revolución dentro del mundo del alpinismo… o quedar en una nota a pie de página. Pero lo que acaban de hacer el inglés Will Sim y el alemán Fabian Buhl observa aires futuristas: acercarse a una montaña virgen del Himalaya (la torre de Gulmit) volando en parapente, escalarla, y regresar a la civilización volando de nuevo. Podría ser la puerta de acceso a una nueva forma de exploración de picos remotos escondidos en la enormidad del Himalaya. La idea, por transgresora que parezca, no es nueva, sino que fue soñada en los años 80 del pasado siglo, cuando unos pocos empezaron a despegar desde las cimas primero con el ala delta y, después, con el parapente.

El alpinista francés Jean Marc Boivin ha quedado como uno de los grandes referentes de esta combinación de vuelo y alpinismo: “El parapente es sencillo y eficaz y me va a permitir realizar encadenamientos de ascensiones impensables, pero solo sirve para descender, uno no va muy lejos”, afirmaría hace 35 años Boivin. El parapente acababa de nacer como modalidad de vuelo a instancias de unos paracaidistas de competición franceses que, para mejorar su aterrizaje y poder practicarlo con frecuencia y sin el coste de movilizar un avión, empezaron a inflarlo corriendo en pendientes de hierba en la localidad alpina de Mieussy en 1978.

Apenas cuatro años después, en 1982, nacería un nuevo concepto: el paralpinismo, que consiste en escalar una montaña para despegar desde su cima: así partió el 6 de junio Roger Fillon de la cima de la icónica Aiguille Verte. Boivin enseguida se subió a esta ola y fue el primero alzar el vuelo desde la cima del Everest, en 1988. Dos años después, fallecería tras despegar con su vela desde el salto del ángel, en Venezuela, y sufrir un aterrizaje violento.

Will Sim (33 años), sonríe y apostilla: “Boivin tenía razón, pero los materiales y el conocimiento específico del vuelo han evolucionado tanto desde entonces que ahora se ha abierto un mundo de posibilidades: el parapente ya no sirve solo para descender, sino para desplazarse. Tampoco sé si lo que hemos hecho es paralpinismo, como afirmo en el documental: prefiero llamarlo volar y escalar, sencillamente”.

Sim, que ha promocionado en los últimos días el documental de su periplo en la torre de Gulmit (Karakoram, Pakistán) en el BBK Mendi Film Bilbao Bizkaia, todavía no da crédito a la aventura vivida el pasado verano. “El parapente se ha puesto muy de moda entre los guías y los alpinistas. Es como una enfermedad. No sé si es una moda que ha llegado para quedarse, o una ola pasajera, pero es muy excitante. Viajamos a Pakistán con nuestros esquís, velas y equipo de alpinismo abiertos a cualquier cosa menos a aburrirnos en un campo base. Allí supimos de la Torre Gulmit (5.800 m), todavía virgen pese a varios intentos de ascenso desde la vertiente noreste iniciados por unos franceses en 1988, y unos pocos desde el sur.

Trazado de la ruta abierta en la cara sur de la torre Gulmit.
Trazado de la ruta abierta en la cara sur de la torre Gulmit.

Ambas aproximaciones a la montaña resultan muy largas y peligrosas: entre tres y cuatro días de marcha esquivando riesgos de avalancha, de caída de rocas y glaciares muy traicioneros. No se puede someter a los porteadores a semejantes peligros. Después de invertir varios días en conocer las condiciones de vuelo de la zona decidimos que despegando desde las laderas próximas al pueblo de Karimabad, a unos 3.000 metros de altitud, podríamos cazar térmicas, ascender casi a 6.000 metros y aterrizar a 5.000 metros, a los pies de la cara sur de la torre Gulmit”. Pero antes debían resolver un serio problema logístico: ¿Cómo volar con todo el material necesario, con cuerdas y equipo técnico, equipo de vivac y comida sin superar el peso límite? A fuerza de minimizar su equipo, lograron superar en unos diez kilos de peso los límites fijados sin perder prestaciones de vuelo pero sin estar seguros de ser capaces de alcanzar la parte superior del glaciar de Gulmit, el punto deseado de aterrizaje.

Una hora de vuelo sirvió para evitar tres jornadas de aproximación. A media tarde, ambos alpinistas descansaban en una minúscula tienda en la parte superior del glaciar de Gulmit, a salvo de avalanchas. Esa misma madrugada, escalaron la pendiente de acceso al collado y ahí enfilaron la pared de granito, de casi 600 metros de desnivel. Enlazando tramos mixtos con otros de pura roca, pasado el mediodía la pareja se plantó en la cima, dando carpetazo a 34 años de intentos baldíos por conquistar la torre. Esa misma tarde, antes del anochecer, cenaban en una terraza de Karimabad.

Los Alpes como laboratorio

Curiosamente, la parte más sencilla de la aventura fue la escalada, pese a darse en un terreno sumamente técnico y de enorme compromiso: aquí los rescates son prácticamente utópicos. “Es tan importante ser buen piloto como buen alpinista. En ambos casos el aprendizaje lleva años de inversión. Necesitas dedicarle muchas horas y vivir en un lugar propicio para volar con seguridad. Si viviese en Inglaterra, bajo la lluvia, no sería posible. Por eso vivo en Chamonix (Francia), donde tengo todo a mano. Ser un experto lleva años, pero ser capaz de hacer vuelos modestos es casi instantáneo. En los Alpes lo hacemos a menudo: volamos desde cimas emblemáticas como las Grandes Jorasses y usamos los Alpes como un laboratorio, usando velas ultraligeras. Es una disciplina en plena ebullición”, reconoce Sim. Muchos alpinistas incluyen ahora en su mochila un parapente de menos de dos kilos de peso y, si las circunstancias los permiten, regresan al valle desde las cimas volando.

El documental sobre el Gulmit, firmado por Jake Holland, no es el único de ese estilo. Recientemente, The North Face ha lanzado una producción que recoge la figura del esquiador extremo Sam Anthamatten y su loca apuesta de despegar en los prados de su casa en Zermatt (a los pies de la vertiente suiza del Cervino), posarse en la base del Obelgaberhorn, escalarlo y esquiar su vertiginosa ladera norte. “No conozco a Sam personalmente, pero sé que es un esquiador superlativo y un gran piloto. En Pakistán, tendría las puertas abiertas para realizar grandes aventuras…”, concede Will Sim. El propio Anthamatten considera una suerte haber nacido en el momento justo, un momento de oportunidades en el que se mezcla una tecnología de vanguardia con las mismas ganas históricas de llevar el juego del alpinismo hasta límites insospechados.

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