Mirandés: otra manera de estar en el fútbol
Por su localización, el club es un buen punto de apoyo para los grandes del País Vasco, que lo aprovechan para dar ahí su último golpecito de horno a algunas promesas


La tabla de Segunda la encabeza el Mirandés, un club de los últimos en presupuesto y en coste de plantilla según la norma de LaLiga. Es un caso de éxito sostenido, un campeón en la relación calidad-precio y una noticia buena para el fútbol en tanto en cuanto demuestra que el éxito no sólo y no siempre depende del dinero. En su caso depende de la forma de hacer las cosas de un señor llamado Alfredo de Miguel, mirandés de origen riojano, que al inicio de la conversación me advierte con cortés firmeza: “Yo tengo mi propio método, y este es un mundo muy competitivo en el que no pretenda que le revele mis secretos. No voy a hacer un manual de eficacia al alcance de todos, entiéndame”.
Así que hay detalles de fondo que no revelará. Por ejemplo, si para la elección de jugadores prefiere el Big Data, agarrado al cual regresó a Segunda el Castellón, si el olfato de avezados ojeadores o si tiene algún sistema propio. Lo que sí está a la vista es una fórmula de renovación continua: contratos de un año y muchos cedidos. Ningún jugador actual lleva más de dos cursos, la mayoría está en el primero.
Jugadores jóvenes, aves de paso en busca de una oportunidad. Me habla del buen delantero que él hubiera querido para esta temporada (“no diga el nombre, por favor”); el chico prefirió ir a otro club de la categoría con mucho más nombre e historia y no juega. “Con nosotros hubiera jugado”, afirma. El Mirandés tiene esa posición en el mercado, la de club de oportunidad donde hacer un máster con el que acreditarse. Me habla con satisfacción de Juanlu y Camello, campeones olímpicos fogueados en Miranda. Por su localización, el club es un buen punto de apoyo para los grandes clubes del País Vasco, que lo aprovechan para dar ahí su último golpecito de horno a algunas promesas, como han sido los casos de Vivian, Ruiz de Galarreta y Beñat Prados, por ejemplo, en el Athletic.
La afición no se resiente de ese modelo de jugadores de paso a tono con la raíz de una ciudad consolidada como núcleo ferroviario, cruce de los ejes Galicia-Cataluña y Norte-Sur. Miranda tiene 35.000 habitantes y carece de entorno muy habitado, a pesar de lo cual tiene 3.500 abonados, un 10 % de la ciudad, porcentaje desorbitado si lo comparamos con cualesquiera otros clubes y ciudades. Las calles se vacían cuando juega el equipo, ahora que todos los partidos de Segunda se televisan.
Algunas máximas sí deja caer en la conversación, quizá las que no es fácil que otros apliquen: no enamorarse de jugadores, no hacer contratos largos… Digo que no es fácil que otros las copien porque la pasión por el fútbol envenena los cálculos, y eso es algo de lo que Alfredo de Miguel está a salvo, y eso le hace diferente. No es aficionado al fútbol. Iba de niño, porque su padre era directivo, que no le gustó. Cuando en la 2012-13, al año de subir a Segunda, el club tuvo que convertirse en SAD, los socios sólo alcanzaron a poner el 40% del capital y él sintió una responsabilidad como importante empresario de la localidad (ha tocado sectores tan distintos como concesionarios, seguros, funeraria y hostelería) de hacerse con el 60 % restante, un poco por Miranda y otro poco, me figuro, por el recuerdo de su padre. Pero no se lo va a llevar por delante el torbellino de pasiones que acompaña al fútbol, no está contaminado. Esa es su ventaja. La condición sine qua non al contratar un entrenador es “aquí no se habla de los árbitros”. Señal de que sabe más de fútbol que otros que llevan más años en él.
Lo demás son desventajas. Sólo tiene una pequeña ayuda del ayuntamiento, ninguna de la Federación, para construir una nueva grada, que le costará ocho millones al club. Progresar en la Copa puede ser hasta contraproducente, por el reparto de fondos y el impacto en la plantilla. La cantera, de 300 chicos, es casi imposible que alimente al primer equipo, porque en cuanto aparece alguno con buenas trazas lo absorbe algún club mayor.
Todo se resumiría en que a una ciudad de 35.000 habitantes no le corresponde un equipo en Segunda División. Y sin embargo estos días corre por las calles la ilusión de un ascenso a Primera. Algo así es bueno para el fútbol, porque consolida su raíz y amplía su universo.
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