En memoria de Marcuse
En esta triste ocasión de la muerte de Herbert Marcuse, quisiera añadir a la excelente apreciación por Ludolfo Paramio algunas palabras sobre el ser humano. Tuve el honor de ser su colega y un amigo personal durante quince años. No obstante su fama mundial, era un hombre absolutamente sin pretensiones en su comportamiento. Lo he visto en muchos exámenes doctorales. Hizo interrogaciones agudas, incisivas, pero siempre escuchaba con paciencia y replicaba claramente, sin sarcasmo. Le invité cada año a dirigir la palabra a mi clase de humanities, doscientos alumnos de dieciocho o diecinueve años. No conferenciaba, pero contestaba con agudeza y con humor a preguntas vastas y, con frecuencia, imprecisas. Encontraba la ingenuidad de esos jóvenes con su candor y su sinceridad. Además de ser, como dice Ludolfo Paramio, «el último heredero de una tradición racionalista», era un hombre tierno y franco, apreciado como tal por cientos de alumnos universitarios.
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