Los vascólogos, hoy
La Euskaltzaindi o Real Academia de la Lengua Vasca, que tiene ya más de sesenta años de existencia, sobreviviente lozana de tantas situaciones difíciles, ha organizado, en Guernica y Bilbao, un encuentro de vascólogos en el. que del 25 al 29 de agosto próximos se tratará de la milenaria lengua.El tema del euskera o vascuence no es puramente científico. Entre los problemas políticos que nos preocupan a los españoles está el vasco, y en él un componente decisivo es la lengua misteriosa, arraigada profundamente en el país, que sabemos vio, en sus formas antiguas, llegar a los romanos con su latín, después de haber resistido, la única, a la indoeuropeización, unos mil años antes, de casi toda la Europa occidental. Unico resto viviente de aquel mundo es el vasco.
Y las lenguas tienen, naturalmente, la adhesión de los hablantes que quieren seguir hablándolas, y ello merece respeto de todos. Yo siempre he creído que el estudio imparcial y objetivo de este tema podía contribuir a que los políticos de un, lado y de otro encontraran soluciones de convivencia para las lenguas, es decir, para la gente que legítimamente siente el orgullo de su lengua, pero que no debe sentirse separada por ningún abismo del que habla otra que lleva siglos conviviendo.
Es seguro que si los estudios científicos del vasco se hubieran desarrollado en España, y en Fra ncia, más temprano, el problema no hubiera llegado a complicarse tanto. No sólo porque un conocimiento objetivo del tema hubiera evitado fantasías sin fundamento, sino porque tampoco se hubieran producido los actos de desconsideración y de persecución que han irritado a los vascohablantes.
Los estudios de lengua vasca, que se habían desarrollado entre eruditos y escritores del país a un lado y otro de los Pirineos, se encontraron sin base científica precisamente cuando la ciencia moderna empezó a existir. Después de 1800 el prestigio del sabio prusiano Guillermo de Humboldt, que se basaba en la información que había recogido de labios de Astarloa y Moguel, prolongó la vida del viejo vasco-iberismo (es decir, de la identificación del vasco con el ibérico) más tiempo del debido.
Fantaseadores como Erro y Chaho descaminaron el estudio de la realidad. Hubo que esperar casi al último tercio del siglo XIX para que el príncipe Bonaparte iniciara estudios científicos, con recolección de informaciones sobre el vasco real, el que hablaba la gente, sus dialectos, etcétera. Arturo Campión, en Navarra, aprendió de Bonaparte e inició entre nosotros el estudio. Y es una generación que empieza a florecer cuando termina el siglo XIX la que hace, por fin, posible: en España el estudio del vasco.
Señalemos la desgracia de que ni en España, ni tampoco en Francia, entrara en las universidades el estudio de esta lengua. La falta de universidad en el país también fue un factor negativo. Pero dos vizcaínos ilustres suplieron estas deficiencias y consiguieron crear las bases científicas para el estudio de la lengua. Comenzaremos por el más joven: Julio de Urquijo (1871-1950), cuya obra estuvo dirigida a recoger el legado de la literatura vasca, para lo cual reunió una biblioteca, y a dar por fin carácter científico a las desordenadas especulaciones sobre la lengua. Con este fin fundó en 1907 la Revista Internacional de Estudios Vascos, la cual subsistió hasta la guerra civil de 1936. Gracias a Urquijo, que como director seleccionaba cuidadosamente las colaboraciones, podía ya, en 1921, Menéndez Pidal celebrar el resurgimiento literario del país y decir que «cuando no pertenecen al mundo de las sombras extinguidas los eruditos capaces de alimentar su cabeza con logogrifos etimológicos, en que el vasco resulta la lengua primitiva de la cual todos los demás idiomas no son sino una corrupción», y cuando «alguno de esos arcaicos eruditos vive ahora, y le podemos ver y oír a nuestro lado con la misma curiosidad que veríamos y escucharíamos al erudito medieval autor de un libro de alquimia o de un elucidario», ya no son los vascos los que favorecen tales fantasías. Era Urquijo el representante del «buen sentido vasco» que, como entonces celebraba Menéndez Pidal, -«ha renunciado para siempre a la erudición quimérica y anárquica de los períodos precientíficos, y entra de lleno en el terreno del método, en el que vive y se mueve la parte superior de la humanidad que ha elevado su pensamiento a la disciplina organizada de las ciencias».
Urquijo, que había sido, en Deusto, discípulo de Cejador (el alquimista a que alude Menéndez Pidal), comenzó a publicar la primera revista científica sobre el vasco, superando los intentos franceses y alemanes del siglo anterior. En ella centró la colaboración de escritores vascos, de estudios sobre la literatura, y de vascólogos como Schuchardt y Gavel, Uhlenbeck y E. Lewy, G. Bähr y P. de Yrizar, Eleizalde y el viejo Linschmann, sin prescindir de romanistas como Meyer-Lübke y Saroïhandy, Menéndez Pidal y García de Diego, RohIfs y Navarro Tomás. Y supo negarse a Cejador, aun reconociendo su copioso y desordenado saber. Gracias a la Revista los vascos tomaron conciencia de la historia de su lengua y de su literatura y pudieron cultivarlas con conocimiento del pasado y con orientación científica.
Resurrección Mª de Azkue (1864-1951), el otro vizcaíno, reunió el más profundo conocimiento de la lengua tal cual era hablada en todo el país, pues, además, era gran folklorista y músico, con el afán de constituir una lengua literaria. En el afán de crear una lengua vasca que, sin destruir los dialectos, pudiera servir, convenientemente unificada, a las necesidades modernas, trabajó Azkue incansablemente como lexicógrafo y como gramático. Perteneciente a una generación de lingüistas historicistas, tuvo la preocupación académica de crear normas para la lengua, pero tales normas las buscaba en su conocimiento de los dialectos y de toda la literatura. Una vez creada la Academia de la Lengua Vasca, fue él su director imprescindible hasta su muerte.
Al reunirse los vascólogos actuales en Guernica y Bilbao, la memoria de estos patriarcas de los estudios vascos no puede faltar. Alrededor de ellos se convocaron, hace ya sesenta años, las sesiones promovidas por la Sociedad de Estudios Vascos. A ellas acudió el maestro de la filología española, Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), con su conocimiento de tantas cuestiones que rozan con el euskera en los orígenes de nuestra lengua. Desde las glosas vascas y romances del códice emilianense hasta la presencia de vascos en la Vieja Castilla y en la Rioja, Menéndez Pidal se había encontrado continuamente con temas por los que sentía interés especial, y pudo aportar varios estudios y su aplauso a los que habían hecho posible el conocimiento de tantas cuestiones antes oscuras. La academia vasca nombró a Menéndez Pidal miembro de honor, en reconocimiento a esta colaboración y apoyo.
Sin duda que los vascólogos de diferentes países que se reúnen llamados por la academia se sentirán seguidores de quienes hicieron posible el estudio científico de la lengua. Azkue, Urquijo, Menendez Pidal pueden valer bien como patronos de la reunión de vascólogos, que habla del interés internacional por tan extraordinaria reliquia lingüística, así como de la vitalidad de un idioma que se siente capaz de interpretar la cultura actual y de servir de vehículo en la vida del hombre de los finales del siglo XX.
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