La ideología del "panda"
El empobrecimiento material, la crisis cosmológica, dan ocasión para acontecimientos de gran ternura. Podría decirse que en estos tiempos de deflación y cerramiento el corazón ciudadano se hace más blando y prensátil al argumento familiar y al melodrama. No se entendería de otro modo que la Seat vendiera sus primeros 7.000 Pandas en nueve días y haya consagrado -entre otros- los 1.800 obreros de Landaben (Pamplona) a es la fabricación rodada y sentimental. En estos instantes, cuando Seat pretende paralizar la producción de otros modelos, es necesario esperar hasta tres meses para que al solicitante le concedan un Panda.La Seat fue, durante muchos años, la madre antonomásica del automovilista español. Ella, única madre nacional o auténtica, cubrió el origen masivo de la condición automovilista; El conductor español nació y creció a lo largo de quince años, encarrozado en la placenta de la Seat, al punto que su edad socioblológica parecía fácilmente deducible de los centímetros cúbicos de :Seat. Se trataba, además, de una pertenencia casi natural, comprobable, clasificable y anafórica. una vinculación seudotribal y una homogénea álgebra de signos estatutarios que se había inaugurado tendencialmente con el seiscientos. Existían en el paisaje otras metáforas automovilísticas posibles, pero cuando alguien se había bautizado en el seiscientos (seiscientos millones fue el capital social con que se creó Seat), el cambio de marca suponía una apostasía activa para la que no siempre existía la fuerza y la dosis de rebeldía moral bastantes. Fue necesario que la misma «madre» mostrara primero reiterados gestos de desamor (muy patentes en el maldito acabado interior y en el tartamudeo de las puertas) para que se fuera menoscabando la fe. Pero, aun así, la ruptura con Seat no fue casi nunca un alejamiento sin traumas. En el desprendimiento latía bien la respuesta contra una traición, bien el hastío iconoclasta de los parricidas.
Abandonada la Seat, ninguna marca pudo ya ser para quienes se habían educado en el seiscientos una madre carnal, pero estos automovilistas lograron tras ello, y con su orfandad, una sensación de mayor aventura. Es decir, pudieron ensayar la adscripción a un nuevo emblema, más en atención a los cálculos portátiles del sistema objetual que a los inmóviles dictados de la sangre. Seat llegó de esta manera a perder gradualmente la hegemonía del mercado, sus modelos no fueron los más vendidos y perdió la veneración y verdad de las madres.
Con el Panda, sin embargo, Seat pretende escenificar ahora, en plena crisis, propia y ajena, la ceremonia de su autopurificación. Oscureciendo sus impiedades mecánicas y amorosas, le vanta a escala de gran redención la tierna epifanía del Panda.
El Panda es nominalmente un cochecito, pero no equivale, ni en significante ni en significado, a una miniatura de coche. El Panda es, antes que un coche reducido, un coche bebé. Nacido para ser una nueva especie de automóvil niño. El diseño de Giorgio Glugiaro tiene la facultad de no hacerlo parecer a ninguno de los coches de mayor escala, y a lo que se asemeja más es al dibujo rectilíneo que del coche traza un niño entre los tres y los seis años. De este modo, el Panda no es aerodinámico, no convoca la idea de velocidad ni de poder. Es un coche inocente, sin status, connotativamente sin sexo y alude, por metonimia, al supuesto autor nino que narra su morfología.
Con este automóvil, considerado aisladamente, nadie obtiene un billete de su nivel. El seiscientos fue durante unos años «el coche», respuesta redonda y positiva a la pregunta digital de las encuestas: ¿Tiene, o no tiene, usted coche?
Poseer un seiscientos en los sesenta era ingresar en un escalón cualitativamente superior y, por tanto, el seiscientos no era más grande o menos grande, era sencillamente el coche. Por el contrario, el Panda en sí no aporta ningún dato de ascenso económico; se trata menos de un suceso económico que emocional. El seiscientos, fueran cualesquiera sus dimensiones, constituía un objeto-signo vertido hacia la valoración pública, pero el Panda es un hecho hacia la privacidad. Con el primer coche era el usuario quien -por él- lograba un puesto en la gradación social y se situaba en la vida del mercado-signo. Con el Panda es el coche, como coche último o de regreso, quien se ubica en la vida de familia. Su llegada a la casa no se produce, en efecto, como signo de fortuna, sino como signo de necesidad- practicidad. Podría decirse que el seiscientos, aun en su modestia, fue siempre del orden del patrimonio, mientras que el Panda hoy es del orden del matrimonio.
Las características con que Seat ha dotado al Panda conforman un universo de ambigüedades circulares que trenzan este coche- muñeco- bebé. El coche está hecho para la familia-panda pero él mismo es como el (oso) panda (omnívoro, juguetón), parte interesante de la panda. El Panda es un cochecito-bebé respecto a la familia de los coches, pero, a la vez, es cochecito «de bebé» con el único asiento-cuna que ofrece el universo del automóvil. El Panda es bebé llevando el bebé referencial en su soma (diseño) y en su «espíritu» (funciones de acogimiento).
Funcionalizado, convertible, presto para todos los trastos, removible, adaptable, «multiuso», trasformable en cuna, en «cama de matrimonio», en camioneta de reparto, cuenta con todos los equívocos y versatilidades del objeto arquetípico en la sociedad de consumo. Una suerte de hábitat animado y plástico que le permite incorporarse fluidamente en los resquicios de la domesticidad. La cuna, la cama de matrimonio (no de ligue) en que pueden convertirse sus asientos, la «puerta de servicio», el cenicero transportable, la revolucionaria posibilidad de que sus revestimientos y tapicerías puedan lavarse en casa, etcétera, dan vida de familia y, por extensión, de madre-ama de casa sin cuyo énfasis es inimaginable el argumento familiar.
Hace veinte años, la Seat era madre legítima por méritos de producción; ahora busca lo mismo por el artificio de la representación. Con el seiscientos Seat alcanzaba la categoría de madre produciendo una realidad sociológica; con el Panda la Seat se autoproduce en la metáfora de la maternidad., Con el seiscientos la Seat fue la madre espontánea y sin ideología; se hizo madre por el uso de su oferta precisa y como efecto de ella. Actualmente, la Seat se escenifica como madre en el mismo momento de la oferta, porque en verdad lo que hace es autofabricar su maternidad (como reflejo de la natividad del Panda) y convocarnos «naturalmente» a ella. De esta manera, y cuando está más acucíada por las ventas, la Seat actúa para parecer menos interesada en colocarnos su mercancía que en hacernos participar de su ternura.
Mientras antes eran los usuarios quienes entraban en la casa Seat (en su grupalidad) inediante la adquisición del modelo Seat, es ahora la Seat quien busca ingresar en nuestra casa mediante el modelo, al punto en que se fuerce la ambigüedad entre el argumento doméstico y el argumento Seat. El Panda hoy no solamente se aparca más cerca y fácilmente a la puerta del hogar, sino que entra en él, ideal y físicamente, para ser lavado -como dice la publicidad- «en la lavadora con agua y detergente». Igual que un bebé al que se le cambiaron los pañales sucios por otros limpios, el Panda se ofrece al oficio maternal de su propietario (a) y llama directamente a la madre de familia para implicarla corporalmente en la maternidad simulada y delegada de Seat.
A estas alturas de su vida adulta, Seat parece abandonar el contoneo desafectivo de los modelos vistosos o los parachoques cromados para retraerse en esta cenicienta ceremonia del poliuretano faldero y de color aritracita. Como corresponde a. la penumbra y recogimiento de la crisis, la nueva ética de la periuria es también en muchos aspectos una estética del rescate melodramático o el intento de recuperar el amor original. No por azar, seguramente, cuando fue concebido el proyecto «Panda» se le dio el nombre de «Proyecto Cero»; un intento de reiniciación y vuelta al origen maternalque le haría ganar, según el marketing, de siete a ocho puntos en el reparto del mercado. A todo esto no es obviamente que el público comprador sea decididamente fácil o manipulable; ama los seriales.
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