Una sentencia para la historia
LIDIA FALCÓNUna reciente sentencia de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Barcelona, en la que se absolvió a cinco jóvenes de un presunto delito de violación, alegando que la víctima los provocó, da pie a la autora del artículo para analizar las connotaciones machistas de la justicia y la escasa protección de las víctimas de este tipo de delitos cuando se enfrentan a los prejuicios sociales dominantes.
En Barcelona, su patria y la mía, aquella que fuera antaño sede del feminismo español, donde durante unos años florecieron toda clase de disturbios sociales provocados por las mujeres, que amenazaron a las honestas familias con la corrupción que tal ideología predicaba, infectando con proclamas de libertad sexual a los jóvenes inocentes y causando trastornos apreciables en el orden ciudadano con continuas manifestaciones y algaradas callejeras, la Sección Segunda de la Audiencia Provincial se ha atrevido, por fin, a condenar a una representante del perverso género femenino, en una sentencia que, sin lugar a dudas, alcanzará la inmortalidad.En la noche del 4 de septiembre de 1983, C. B. P. presentó denuncia ante la comisaría de policía contra cinco jóvenes, acusándolos de haberla violado, sucesivamente, en un descampado.
Hace unos días, y tras haberse celebrado el juicio, los magistrados de Barcelona han dejado las cosas claras: la única verdad es que C. B. P. indujo a su marido a asistir a una verbena en los jardines del parque Güell con el evidente propósito de encontrar cinco hombres jóvenes a los que seducir para sus deshonestos propósitos sexuales. Alcanzó pronto su designio porque hacia la medianoche los encontró todos juntos, y después de engañar a su marido para alejarlo del lugar de los hechos, copuló sucesivamente con cada uno de ellos, incluso, en su caso, contra los primeros deseos del favorecido por sus requerimientos.
A continuación, y para rematar tan indigna conducta, se dirigió, en compañía de su hipnotizado esposo, a la comisaría de policía más próxima, donde presentó denuncia por violación contra los inocentes muchachos.
No se sabe todavía si su marido se halla en plena posesión de sus facultades mentales, puesto que en el acto del juicio declaró que había sido obligado por los cinco muchachos a alejarse del lugar a donde condujeron a su esposa a punta de navaja, aunque lo más probable es que haya accedido a coadyuvar a la infame conspiración tramada por su mujer, obnubilado por alguna pócima o ungüento que la infame debe saber elaborar.
Para rematar su horrible acción, C. B. P no ha dudado en presentarse en el juicio, un año más tarde, para mantener su acusación de violación contra los desdichados jóvenes. Afortunadamente, en el curso de la vista oral -celebrada a puerta cerrada para salvaguardar el honor mancillado de los muchachos de las calumniosas informaciones a que la Prensa es tan aficionada-, los acusados han podido demostrar que la denunciante había provocado a todos y cada uno de los procesados para sostener relaciones sexuales voluntaria y gozosamente en el cómodo lecho que les proporcionaba el monte de los suburbios de la ciudad.
Amigos de los acusados
Gracias a los veraces y voluntarios testimonios de algunos amigos de los acusados, invitados también a asistir aquella noche a la orgía organizada por C. B. P., los magistrados comprendieron prontamente quién decía la verdad y hasta qué punto la denunciante es en realidad una ninfómana ducha en las artes brujeriles. Porque a los magistrados no es tan fácil engañarlos como a los pobres cinco jóvenes y al buen y honrado marido.
A quien, por cierto, no sé si los magistrados, en su razonada y ponderada sentencia, le habrán recomendado que tramite inmediatamente el divorcio, pero estoy segura de que si no han procedido a arbitrar otras medidas cautelares contra C. B. P., tales como su internamiento en un establecimiento psiquiátrico, o de redención de mujeres perdidas, o de rehabilitación social, ha sido por su infinita bondad y también por estos tiempos que corren de perversión, en los que es difícil para los supremos guardadores de la justicia disponer medidas contra los alteradores del orden sin que los eternos descontentos, pertenecientes a esas oscuras organizaciones que siempre han sembrado la discordia entre nuestro bueno y obediente pueblo, hubiesen orquestado una campaña de calumnias contra los heroicos magistrados, invocando las constitucionales garantías democráticas que utilizan siempre para defender sus extravíos antisociales.
Pero de muy buena gana, y con toda la razón, los magistrados de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Barcelona, presidida por el excelentísimo señor don Ezequiel Miranda de Dios, tenían que haber ordenado que C. B. P. fuese puesta a buen recaudo, a fin de evitar que con su desordenada conducta continúe poniendo en peligro el buen nombre y la tranquilidad de jóvenes inocentes como los juzgados ayer por la supuesta violación de C. B. P.
Menos mal que los magistrados de la Audiencia de Barcelona son perspicaces y han evitado, con su superior criterio y experiencia, que se cometiera una grave injusticia, como habría sido la condena -a tantísimos años como nuestra ley penal prevé contra la violación- a los inocentes muchachos que fueron seducidos una noche en plena calle por la malvada C. B. P. Pero la experiencia repetida de sucesos semejantes ha prevenido ya a los magistrados y les ha proporcionado suficiente conocimiento de los desafueros que las mujeres suelen cometer en cuanto no permanecen en casa sujetas a la superior autoridad marital, que debe prohibirles que pongan los pies en la calle, y mucho menos en noche de verbena. Porque de policías, jueces y médicos forenses es bien sabido que las mujeres tienen una extraña idea acerca de las actividades que pueden ser calificadas como entretenimientos que en nada coincide con el que mantienen los varones sensatos.
Así, una de las diversiones más apreciadas por las féminas consiste en dirigirse en plena madrugada -para arribar a la cual han tenido que esperar largas horas después de anochecer, acechando su oportunidad- a una comisaría de policía, después de haberse previamente rasgado los vestidos, ensuciado con tierra la cara y las piernas, roto los tacones de los zapatos y producido diversas lesiones y rasguños en varias partes del cuerpo para presentar denuncia por violación contra cualquier honrado ciudadano conocido por ellas -o totalmente desconocido como en el caso de C. B. P.- contra quien tuvieren cualquier querella o simplemente por el deseo de destrozarle la vida a un ser del sexo masculino.
Esta diversión resulta de su mayor agrado cuando después de haber respondido a las preguntas inquisitivas de la policía, que intenta descubrir las verdaderas intenciones de la fémina a través de hábiles preguntas que desmonten el tinglado de mentiras que ella ha construido pacientemente, la denunciante es sometida a una revisión facultativo-ginecológica, donde, mediante una minuciosa revisión corporal, el forense debe descubrir los restos de semen supuestamente vertido en la violación, para proveer el cual la embustera ha tenido que inducir a algún pobre hombre a sostener relaciones sexuales con ella mediante los trucos que sólo las pérfidas mujeres conocen.
Sometimiento a la autoridad
Como esta conducta se repite continuamente, sobre todo en nuestro país, donde las mujeres exceden en mucho en decisión, listeza y atrevimiento a las de otros países más adelantados, donde lo son precisamente por el sometimiento y obediencia que sus mujeres observan respecto a la autoridad varonil y marital, los magistrados de la Audiencia de Barcelona no se han dejado engañar esta vez, y superando en intuición y talento a otros colegas que en diversas ocasiones se dejaron convencer por la red de mentiras urdida por las denunciantes, han logrado el esclarecimiento del caso sin dejar ningún cabo suelto, lo que redundará, sin lugar a dudas, en la perfección de la justicia que se imparta en Barcelona y, en consecuencia, en la mayor credibilidad que los ciudadanos puedan concederle. Cuestión verdaderamente importante en estos tiempos en que la imagen de la justicia ha sufrido un deterioro provocado por las maliciosas quejas de los alteradores de la paz social de siempre.
A partir de ahora iniciaremos una nueva era de nuestra jurisprudencia, gracias a la cual lograremos eliminar esa molesta plaga de mujeres denunciadoras de violaciones falsas y ahorraremos al erario público los inútiles y abundantes gastos de procesos por violación.
Enhorabuena, pues, a los excelentes magistrados que han sido capaces de inscribir sus nombres en el libro de oro de la justicia.
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