Sí al referéndum
La decisión del Gobierno de convocar el referéndum sobre nuestra permanencia o no en la OTAN merece mi encendido aplauso. No veo ambigüedad alguna en el preámbulo de la pregunta, ya que el Gobierno se limita a exponer su postura y los términos en que plantea nuestra continuidad en la OTAN, y la pregunta me parece meridianamente clara. No creo que nadie haya tenido alguna vez confusión sobre qué es la Alianza Atlántica, y si la hubo la habrá disipado ya o tendrá motivos de sobra para hacerlo antes del 12 de marzo. Me viene a la memoria la tremenda confusión y ambigüedad de la pregunta que se formuló el 28 de febrero de 1980 en el referéndum sobre el Estatuto de Andalucía, y, sin embargo, los ciudadanos supieron perfectamente lo que querían responder. Los españoles tenemos muchos defectos, pero no se cuenta entre ellos la tontería o la debilidad mental.Merece también mi admiración que el Gobierno haya afirmado taxativamente que el referéndum será moral y políticamente vinculante. Cuestión ésta muy importante, sobre todo si tenemos en cuenta que, como Fraga recordó en el pasado debate parlamentario, fue la izquierda la que no quiso que el referéndum ocupase un papel más determinante que el que le confiere el artículo 92 de la. Constitución. Éste fue un error de la izquierda, que, más pendientes del pasado que del futuro, no comprendimos entonces que el referéndum podía convertirse dentro de un sistema parlamentario en uno de los instrumentos clave de la participación.
Y, sin embargo, hoy lo es, y en el tema que nos ocupa aún más. Por primera vez en la historia, un pueblo va a decidir libremente un tema tan capital como su pertenencia y en qué condiciones a un bloque militar. Sea cual sea la respuesta, la cuestión sienta un precedente vital pra nuestro futuro y, aunque esto parezca un poco pomposo, para el futuro de la humanidad.
Por eso son tantos los enemigos del referéndum: hay quien acepta la democracia, pero no quisiera que ésta llegara al extremo de consultar en materias cruciales la voluntad popular. Ampliar la participación de los ciudadanos es, en opinión del señor Fraga, "jugar a la ruleta rusa". Con demasiada frecuencia, al líder de la oposición se le ve el plumero: porque, si vamos al caso, tan ruleta rusa es un referéndum como unas elecciones generales, sobre todo para quien no las gana. Sólo que el horrible símil de Fraga no tiene nada que ver con la realidad: los electores saben perfectamente dónde está y dónde no está la bala, y además no tienen la más mínima intención de suicidarse.
La actitud abstencionista que preconizan Fraga y otros líderes de partidos más minoritarios de la oposición tiene el aspecto de una pataleta -infantil ante el temor de que el pueblo sea consultado, pero sus consecuencias son graves. Cuando la entonces oposición al franquismo preconizamos la abstención en el referéndum de la reforma política, estábamos negando la legitimidad para hacer tal consulta a un régimen al que no había elegido nadie. Hoy, preconizar la abstención en el referéndum sobre la OTAN tiene también el tono de negar esa legitimidad al Gobierno socialista, y esto es absurdo en un sistema constitucional.
Este absurdo es el que está propiciando la aparición de brotes desestabilizadores que no aparecían en los últimos cuatro años. Naturalmente, no creo que los partidos que preconizan la abstención quieran desestabilizar el país. Pero su negativa a entrar en el juego democrático del referéndum da pie para que otros lo hagan.
Yo quiero entrar a fondo en la lid del referéndum convencida de que, si la respuesta es un sí a las condiciones que plantea el Gobierno, no habrá nadie, ni dentro ni fuera del país, que se atreva a impedir nuestra voluntad de no instalar armamento nuclear en nuestro territorio, de no integrarnos en la estructura militar de la Alianza y de reducir las tropas americanas en España. Si la respuesta es no, tampoco habrá nadie que en lo sucesivo se atreva a meternos donde no queremos estar.
Y esto es exactamente lo que nos jugamos: ahora o nunca.
No vamos a votar en un plebiscito con votos de premio o de castigo hacia la labordel Gobierno. El juicio que nos merezca su actuación desde 1982 lo vamos a expresar en las urnas en las próximas elecciones generales. Ahora hay que pronunciarse sobre lo que se plantea. Con la cabeza muy alta y la máxima capacidad de reflexión: vamos a ser el primer pueblo en la historia que decide sobre esta cuestión. Yo, particularmente, me siento orgullosa de vivir en un sistema democrático que permite esta decisión y de contar con un Gobierno que ha sido coherente con ello.
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