El día en que bajaron de los cerros
Lo que temía la Caracas acomodada, la irrupción de los marginados, ha bañado de sangre el país y "es sólo un aviso"
La boda del siglo tituló con todas sus cinco columnas de primera página el pasado 19 de febrero el Diario de Caracas, con un breve antetítulo que decía: La crisis tiene sus excepciones. Por encima de una foto de los novios escribía el periódico que "fue la de la pareja Fernández Tinoco-Cisneros Fontanels, Gonzalo y Mariela, quienes contrajeron nupcias en la capilla de las Siervas del Santísimo. De allí el cortejo partió en 20 pullmans y un Rolls Royce hasta el Alto Hatillo, donde un bufé rebosante de caviar, langosta y salmón fumée, regado por champaña La Grand Dame -de la cosecha más apetecida-, esperaban a 5.000 invitados, de los cuales 200 habían llegado desde el extranjero, con pasaje pagado desde Caracas.
Al mismo tiempo que los invitados degustaban el "bufé rebosante", en la cadena de supermercados Cada, la mayor del país, propiedad de la familia de la novia, Mariela Cisneros, el grupo financiero más fuerte de Venezuela, faltaban buena parte de los productos básicos. Lo mismo ocurría en gran parte de los comercios del país. El anuncio de la entrada en vigor de nuevas medidas económicas, anunciadas por Carlos Andrés Pérez, que había asumido la presidencia el 2 de febrero, desencadenó la codicia de los comerciantes. En espera de las subidas de los precios liberados, los comercios retenían mercancías en las bodegas. El mercado quedaba desabastecido en un país que había dejado de ser la Venezuela saudí de los años setenta, época de la primera presidencia de Pérez, y había entrado de lleno en la en crisis de los ochenta, de la deuda externa y la pauperización.Una cuestión semántica
Caracas está situada en un valle a casi 1.000 metros de altura y tiene un clima de eterna primavera. La ciudad creció por los montes que la rodean e invadió los cerros, donde sobreviven los pobres, y las colinas, donde moran los ricos. Geográficamente, no existen diferencias entre cerros y colinas, pero la nomeclatura se encarga de marcar claramente las fronteras: cerros para pobres y colinas para ricos. Por las noches desde el valle de Caracas se ven las miles de lucecitas de los cerros, que rodean de forma amenazadora la ciudad. Comentario habitual, con un leve toque de cinismo, en torno a una cara bebida de importación, solía ser en Caracas: "¿Qué ocurrirá el día que bajen de los cerros?".
El lunes 27 de febrero se juntaron en una constelación la deuda externa, el Fondo Monetario Internacional y las transnacionales; la voracidad y lujo desenfrenado de la oligarquía criolla con sus bodas del siglo; el desgobierno de años de despilfarro durante la Venezuela saudí; la falta de previsión de políticos tecnócratas, que no supieron, o no quisieron, creer en los altos porcentajes de población que vivían la miseria absoluta; también las expectativas despertadas por la nueva presidencia de Pérez que recibían una ducha fría en forma de subidas de precios, cuando todos esperaban la llegada de un Mesías populista que empezara con el reparto imposible. En el libro La reforma del Estado, editado por la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, se constata que entre 1984 y 1988 el número de hogares pobres pasó de 944.000 a 1.919.000, que no tienen acceso a la canasta de consumo normativo, considerada como básica para alimentación, vivienda y salud. Según el mismo estudio, "el 20% más rico de la población percibe el 60% del ingreso total, en tanto que el 20%, más pobre únicamente recibe el 7% de esa misma entrada".
La conjunción de todos estos factores en el cinturón de miseria que rodea a Caracas era un com6ustible capaz de provocar, en cualquier momento, un incendio. La chispa que desencadenó todo fue una subida de los precios del transporte. Venezuela se ufanaba de tener la gasolina más barata del mundo. Antes de la revuelta, un litro de gasolina Super costa 1,50 bolívares (4,50 pesetas). Con la subida de precios el litro de Super se puso en 2,75 bolívares (7,95 pesetas). Probablemente siga siendo, a pesar del incremento, la gasolina más barata del mundo, pero la subida fue el disparo de salida, que desencadenó los motines más graves de la reciente historia venezolana, incluida la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, según dicen los viejos del lugar.
La subida del transporte
Guarenas es una ciudad-dormitorio situada al Este de Caracas. Cuando el lunes 27 de febrero muchos tomaban los autobuses que trasladan a la capital, para ganarse el pan que faltaba en los supermercados, se encontraron con que los precios del transporte se habían disparado hasta un 300%. Los transportistas aprovecharon la subida de la gasolina, de un 75%, para elevar desorbitatamente el precio de los billetes. Con tonos agresivos, decían a los viajeros: "El precio es ese y, si no está conforme, se va". Allí prendió la chispa que hizo arder durante tres días Venezuela y llegó incluso a hacer reflexionar a los que en las metrópolis del primer mundo fijan los intereses de la deuda externa, si realmente no será verdad eso que se viene anunciado de que un fantasma recorre América Latina, la explosión de todo un continente.
A la quema de autobuses siguieron los saqueos. En los ranchos (chabolas) de Caracas falta todo, menos la antena de televisión, conectada a una electricidad probablemente pirateada de la conducción de energía. Esa televisión que atonta las mentes con culebrones telenovelados y, al mismo tiempo, despierta deseos frustrados con una publicidad obsesiva de un mundo inaccesible de bebidas importadas y lujos imposibles para los centenares de miles de marginados de la sociedad venezolana. Tras tomar las calles y quemar los carros (coches), la agresividad resultante de años de frustración se orientó hacia objetivos más prácticos y concretos: los supermercados y establecimientos comerciales. La periodista Estrella Gutiérrez describe que "como bandadas de langostas, habitantes de los cerros que bordean el valle de Caracas y donde se asientan los barrios más pobres, descendían, en grupos familiares completos, y arrasaban con todo a su paso, para volver a sus hogares cargados con lo más posible". Las imágenes de la televisión sirvieron de multiplicador y pauta de conducta, casi una invitación al pillaje. En un primer momento la policía no reprimió. Esto animó más a los que participaban en la orgía de un botín fácil de aquellos bienes que toda la vida les habían sido vedados.
En ocasiones era posible ver cómo bandas de gente de todas las edades saqueaban un comercio mientras que la Policía Metropolitana permanecía casi impasible, entre cómplice e impotente. Algún policía llegó incluso a advertir a los saqueadores que tuviesen cuidado y se apresurasen, porque "va a llegar la Guardia". Un sargento de la Policía Metropolitana comentaba a Estrella Gutiérrez: "Nos han dicho que no disparemos a la gente. Además, ¿por qué vamos a hacerlo, si nosotros somos del pueblo?".
Esta actitud permisiva inicial de la policía hizo incontrolable la explosión social. El Gobierno tuvo que recurrir a las Fuerzas Armadas, suspensión de garantías constitucionales e implantación del toque de queda en todo el territorio nacional.
El presidente Pérez explicó después a la Prensa internacional que "el movimiento especulativo, que se ha producido en sectores del comercio. y de la producción hoy ha tenido una lección tremenda, porque es bueno saber que estas manifestaciones, que se produjeron en Caracas, no tuviron el sesgo político de ser una protesta contra el Gobierno o contra los partidos, sino que fue una acción contra la riqueza fue una protesta contra los ricos".
Antes y después
La historia venezolana pasará a escribirse desde un antes y un después de la reciente explosión social. De momento, las organizaciones patronales parecen haber aprendido la lección. Días antes se habían mostrado reticentes, pero después de lo sucedido aceptaron un aumento salarial para el sector privado de 2.000 bolívares (6.000 pesetas).
"Lo ocurrido ha sido un aviso", comentaba Elisa, una madre de familia de clase media. Esa frase resume el sentir de muchos venezolanos. La cuestión ahora es saber si la explosión y la bajada de los cerros, con su secuela de casi un millar de muertos, han tenido un efecto de vacuna o sólo ha sido un comienzo.
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