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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un año de presidencia

HACE UN año, al tomar posesión de la presidencia de Estados Unidos, George Bush prometió que su país sería desde entonces "una nación más bondadosa y más amable". No es seguro que, a la vista de cómo se han desarrollado los acontecimientos en los últimos meses, ambos calificativos sean apropiados. Más bien al contrario: el presidente ha querido demostrar al mundo que no era el personaje blando que se suponía, pero los ejemplos de dureza que ha querido dar han estado marcados más bien por la intemperancia. El tiempo dirá si la ruptura de la bipolaridad de poder, al dejar a EE UU prácticamente como única superpotencia militar y económica, ha sido responsable del giro dado por la Administración de Bush desde la inacción exasperante de los primeros cinco meses hacia los intentos de reasumir un liderazgo mundial descafeinado por los importantes acontecimientos del año recién concluido.En el capítulo más claramente negativo de su mandato debe consignarse la acción contra Panamá. Con ella, Bush consiguió ciertamente capturar a su enemigo Noriega, pero lo hizo apoyándose en una intervención militar disparatadamente desmesurada y contraria a cualquier concepto del derecho internacional. La posterior presencia de su Armada frente a las costas de Colombia parecía confirmar un retorno a la política de la cañonera, más tarde rechazada explícitamente por el propio Bush. No debe desdeñarse, sin embargo, el hecho de que la condena con que han sido acogidas estas actuaciones en el mundo se ha visto contrarrestada en el interior del país por una ola de nacionalismo satisfecho: las últimas encuestas de opinión dan a Bush el mayor índice de popularidad (hasta el 80% tras la captura de Noriega) que ha tenido un presidente en las últimas administraciones.

Se diría que los acontecimientos en Europa del Este pillaron inicialmente a Estados Unidos por sorpresa y le dejaron sin capacidad de reacción. Lo mismo parecía ocurrir con el apoyo a Gorbachov, hasta que George Bush sorprendió al mundo con tres iniciativas verdaderamente positivas: la cumbre de Malta, el apoyo explícito a la perestroika y las propuestas de control de armamento convencional. Había tardado meses en ponerse en marcha, pero al final su conocimiento y respeto por Europa se hicieron patentes.

Ha sido en el interior en donde ha actuado con menor habilidad. Las relaciones de la Administración republicana con un Congreso dominado por los demócratas parecieron arrancar con buen pie, pero se estropearon pronto. Los enfrentamientos con las cámaras le han llevado a tratar con ellas lo menos posible y, por consiguiente, a ocuparse poco de algunas de las prioridades legislativas, como la reforma educativa, o, con más realismo, de otras, como el problema de las drogas. Esa relativa debilidad interior, marcada por el enorme lastre de los déficit presupuestario y comercial, impedirá probablemente una mayor colaboración norteamericana en la reconstrucción de la Europa del Este y redundará en la capacidad de liderazgo, que tanto añora Bush, en una de las regiones que marcará la historia de los próximos años.

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