Obra para leer
Estas obras de nuevas tendencias tienen 70, 80 años, no sé; siguen siendo tan viejas o tan nuevas como las que se escriben ahora. Mejor escritas, claro: la letra entra con la suavidad de los textos alucinados de Ramón Gómez de la Serna, con su doble vista; la crónica de una época mirada por detrás -como la que cuenta de los palcos de la ópera vistos por el pasillo, desde las puertas entreabiertas-, la magia de unos objetos cotidianos.
Imitadores
El lunático, Beatriz y El Palacio deshabitado
De Ramón Gómez de la Serna. Dirección: Emilio Hernández. Intérpretes: Álvaro Lavin, Ana Frau, Balbino Lacosta, Clara Sanchís, Marta Dualde, Tomas Sáez, Anabel Alonso, Sandra Toral, Joaquín Climent, Jesús Prieto. Música: Luis Mendo y Bernardo Fuster. Escenografía: Gabriel Carrascal. Iluminación: Josep, Solbes. Vestuario: Helena Sanchís. Madrid. Sala Olimpia, 10 de enero.
Esa prosa que inventó, que ha influido toda la prosa española, que va dejando epígonos en todos los rincones de periódico: algunos pueden ser mejores, o con un desarrollo más completo, con una densidad y una unidad en la prosa que el tic literario de Ramón no consiguió. Pero nadie es él, y en todos queda impreso el microfilme con la foto del maestro: imitadores.No era, decían entonces, teatro. No lo es ahora, en esta época en que es representable la guía de teléfonos o la de ferrocarriles, gracias a un aprendizaje del público y gracias también a los directores de escena capaces y normales (no siempre he sido justo con ellos).
Quiso hacer Ramón antiteatro, como una reacción al desastre que ya era entonces: y que era también, más o menos, el que ahora está de moda en Madrid gracias a las reposiciones; y sigue perdiendo su batalla. Esa fuerza siniestra del teatro burgués no la ha superado nadie; esos dramas triviales, esas comedias de costumbres falsas, esos textos trucados, y los juegos infantiles de los fines de acto y los coups de théâtre han pasado por encima de un par de guerras mundiales, de varias revoluciones burguesas en España, con su guerra civil y todo; y aquí está vencido este Lunático, cosido por Emilio Hernández con su talento propio a Beatriz y al Palacio deshabitado, como antiteatro que sale ya derrotado por el teatro inamovible.
Porque tiene su enemigo dentro: la forma de hablar y de hacerse entender a gritos -o no hacerse entender en absoluto- de los actores -salvo como puedo, a Clara Sanchís que tiene una fascinación ramoniana por su propio misterio humano heredado de su madre; y a Álvaro Lavin porque encuentra la forma de decir las greguerías-, y es que en los escenarios se sigue haciendo teatro burgués; vistiéndolo moviéndolo, diciéndolo, mirando al público, subrayando las frasezotas más explicativas (que se creen eso), o las más argumentales. Emilio Hernández, como director, aparte de los actores que tiene, se ve obligado a que haya movimiento, o acción externa, por encima de la acción interna; se pasa de ascensores, de artilugios que suben y bajan.
Inevitable humo
Y del inevitable humo: ya no hay otro símbolo para hacernos ver que la acción no es cotidiana que el chorro de humo de churrería extendido por el escenario. Por encima de todo está, si se desea, un juego de museo de cera en los trajes, un misterio añadido en la luz, una atracción morbosa por lo que pasa y lo que les pasa a esos seres.Y Ramón. Yo no me resisto a esa escritura, a esos artículos, a esas frases certeras e inigualadas; agradezco que se haya puesto en escena, pese a todas sus imposibilidades, para escucharle, y para tener una mínima emoción con sus personajes; y para distanciarme de ellos cuando el autor me lo manda con su ironía. Difiero del propio Ramón cuando se enfadaba con su teatro porque, nunca estrenado, no podía tener más vida que la infame del teatro para leer, que le parecía muerto: leído es enormemente válido.
Y esta representación vale, sobre todo, porque por dentro va leyendo las frases a menudo que se pronuncian.
Babelia
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