Leones y cristianos
Está visto que por complejos que sean ciertos fenómenos relacionados con las grandes transformaciones sociales, y por plurales que sean los procesos que generen, siempre habrá quienes, a través de simplificaciones gratuitas, sean capaces de proporcionar versiones maniqueas que enganchan en la opinión pública. Así creo que está ocurriendo con la situación que acontece en la extinta Unión Soviética o, por ceñirlo a términos más concretos, con las pugnas que se producen en el Parlamento y en la sociedad de Rusia.La versión maniquea ya está acuñada: existen los buenos, los cristianos, bajo la etiqueta de reformistas, que están dispuestos a sacar la situación rusa del atolladero actual y dirigirla hacia una economía de mercado y una democracia política que sean homologables a las occidentales; existen los malos, los leones, bajo la etiqueta de neocomunistas, que están empeñados en el fracaso de la política de los reformistas para seguir defendiendo sus intereses tras el derrumbe del viejo orden burocrático.
Una vez forjado el esquema interpretativo, todo encaja: la política económica del vicepresidente Yegor Gaidar es la única viable para conseguir una transformación positiva de la economía, y quienes la defienden son los representantes del proceso democratizador. Por tanto, cualquier crítica frontal a dicha política sólo puede proceder de los neocomunistas añorantes; cualquier signo de corrupción, especulación y autoritarismo se asocia igualmente a los viejos intereses comunistas; cualquier debate parlamentario se reduce a una pugna entre ambas posiciones: el futuro frente al pasado.
Todo encaja perfectamente y la versión se vende con facilidad. únicamente presenta un problema: no se ajusta a la realidad de los hechos. Sea por pereza intelectual, sea por los tics ideológicos que implícitamente mantiene, el ostensible maniqueismo que difunden ciertos creadores y transmisores de opinión proporciona una interpretación desajustada de lo que acontece en aquel circo, de modo que los romanos asistentes, sean rusos o extranjeros, reciben una información mediatizada y deformada.
El programa económico de Gaidar constituye una de las peores opciones posibles entre las varias que admite el enfoque neoliberal en la economía. La política suicida que centra la estrategia de la reforma en la liberalización de los. precios -incluso postergando el proceso de privatización y asistiendo impasible a la distorsión de los (seudo)mercados que aparecen- no es un signo de valentía, sino una gravísima equivocación desde el punto de vista de las posibilidades de transformación de aquella (hundida) economía. El fuerte deterioro social que está ocasionando no es, sólo una factura que necesariamente ha de pagar el cambio económico, sino que, además de un gravísimo atentado contra decenas de millones de personas, es un error económico y político de primera magnitud. El reclamo de poderes especiales para el presidente Yeltsin y para su Gobierno, en el contexto de esa política económica, marca una clara tendencia hacia el autoritarismo contra la mayoría social. La proliferación de mecanismos especulativos está siendo fomentada por esa misma política económica y por los fuertes grupos de presión que apoyan al Gobierno porque se benefician manifiestamente de su política. No es cierto que en el interior de Rusia, y aun dentro del Parlamento, quienes se oponen sean exclusivamente los neocomunistas.
Éstos existen, sin duda y tanto por su trayectoria pasada como por sus intereses presentes son absolutamente impresentables. Sin embargo, la oposición a la política gubernamental es mucho más amplia, si bien bastante desorganizada y limitada en cuanto a las opciones estratégicas que a veces proponen.
Se trata de políticos y economistas que no tienen dudas acerca de la necesidad de un cambio radical en la economía. Existe acuerdo sobre la necesidad de acabar con el omnímodo poder de la propiedad estatal y, consecuentemente, de abrir un proceso de privatización. También sostienen que es preciso desarrollar las funciones mercantiles de la economía y generar una apertura creciente al exterior. Pero todo ello no les conduce necesariamente al programa Gaidar, pues éste, en su estrechez de miras y en la unilateralidad de sus medidas, sólo puede conseguir un empeoramento de la situación. Quienes formulan esta crítica también son reformistas y también son demócratas que en estos años han luchado contra el viejo orden. Muchos de ellos se aglutinaron en torno a Yeltsin y siguen pensando que éste es la única alternativa política existente, pero discrepan de modo radical del grupo que ahora dirige la economía, cuya estrategia ha sido elaborada tras un raudo aprendizaje del mercado a través de libros de texto y de la experiencia chilena de Pinochet, lo que difícilmente les puede convertir en la única alternativa posible frente al hundimiento económico actual.
En cualquier caso, parece que no es ocioso insistir en el profundo enredo de la situación, en la que se entrecruzan intereses sumamente dispares que provocan alianzas inauditas de grupos políticos y económicos que en otro contexto parecerían inverosímiles. A tono con el dramatismo del momento, los vericuetos políticos y las propuestas económicas que se gestan hacen ciertamente imposible un pronóstico concreto siquiera para un horizonte de varias semanas o algunos meses.
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