El verano del membrillo
Aunque sólo fuera por sus malas consecuencias para la gobernabilidad del País Vasco, los comicios del 23-O deberían ser objeto de interpretaciones. preferentemente autonómicas. De un lado, la superior abstención de este tipo de elecciones en relación con las legislativas -un dato constante desde 1980- castiga más a los grandes partidos de implantación estatal que a las formaciones nacionalistas. De otro, las cuestiones territoriales otorgan un carácter específico a las consultas autonómicas; el espectacular éxito de Unidad Alavesa (UA) se explica por su defensa de intereses provincialistas. La costumbre de utilizar otros puntos de referencia electoral (europeo, legislativo o municipal) para endulzar una derrota es una cuquería propia de jugadores que se hacen trampas en los solitarios.Desde esa perspectiva, la comparación del 23-O con los comicios autonómicos de 1990 arroja conclusiones poco discutibles. La caída de la participación en un punto no parece significativa. La actitud hacia la Constitución y el derecho de autodeterminación siguen dividiendo analíticamente a las fuerzas políticas vascas en dos grandes bloques. Mientras las formaciones nacionalistas (PNV, EA y HB) suman el 56,44% de los votos en toda la comunidad autónoma, los partidos de inequívoca lealtad constitucional (PSOE, PP, UA e IU) reúnen el 60% de los sufragios en Álava; si las ensoñaciones del zazpiak bat (siete en uno) del nacionalismo fundamentalista tropezaban ya con obstáculos insalvables en los tres territorios vasco-franceses y la comunidad foral de Navarra, ahora los votos de los alaveses socavan desde dentro cualquier proyecto independentista: la autodeterminación de Álava respecto a Euskadi es una pesadilla simétrica a la autodeterminación del País Vasco respecto a España.
La interpretación autonómica del 23-O resulta igual mente clara si toma como unidad de análisis a cada partido por separado. Las formaciones democráticas (nacionalistas o no) son abrumadoramente mayoritarias frente a HB, que pierde dos escaños y más de 20.000 votos. El PNV con serva sus 22 escaños y aumenta ligeramente sus sufragios; sin embargo, no logra reabsorber la escisión de Garaikoetxea, que aguanta con escasas pérdidas la huida de sus antiguos aliados de Euskal Eskerra (EuE), desertores a su vez de Euskadiko Eskerra (EE), hacia terrenos del PNV. El retroceso del PSOE alimenta un espectacular crecimiento desde la nada de IU y una remontada no menos impresionante de los populares, que recuperan su visibilidad política en el País Vasco tras un largo eclipse de quince años. Queda ahora por saber si los socialistas vascos han sido castigados por sus propias culpas (incluido el caso Osakidetza) o son más bien los paganos de los acuerdos del Gobierno de Felipe González con el PNV y de las luchas intestinas del PSOE.
Pero el carácter preferente de la interpretación autonómica de las elecciones del 23-O no significa ignorar las implicaciones de sus resultados para la política española en su conjunto. Al regreso de las vacaciones estivales, la enérgica ofensiva emprendida por el presidente del Gobierno y la falta de respuesta de los dirigentes del PP crearon la expectativa de un cambio de marea en la opinión pública capaz incluso de modificar el signo de la rotunda derrota sufrida por los socialistas en las elecciones europeas. Sin embargo, los resultados del 23-O dan buenos argumentos para sostener que la hemorragia de votos del PSOE por la derecha y por la izquierda es incontenible; la doble convocatoria municipal y autonómica de la próxima primavera se encargará de aclarar si la euforia socialista de las pasadas semanas tiene base real o se debió únicamente a los engañosos calores otoñales del verano del membrillo.
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