El tam-tam urbano
La imagen era, en cierto modo, impresionante. Las calles, cortadas, policías municipales desviando el tráfico y una larga procesión de gentes agitando banderas, algunas con el águila negra y el yugo y las flechas. Imágenes de santos. Cantos. Tristeza. Intolerancia. Imposición a los demás de una forma de entender la vida. Fue ayer mismo. En un mes de noviembre de 1996. El centro de Madrid quedó prácticamente tomado y la plaza Mayor "privatizada" por la celebración de un acto religioso en el que participaba el mismísimo alcalde de Madrid.Todo el respeto para las creencias de cada uno. El mismo respeto que cualquier ciudadano puede exigir a quienes hacen de la calle patrimonio exclusivo. Respeto, aunque ni siquiera se respete la bandera constitucional. Pero lo preocupante del espectáculo del otro día es esa vuelta al pasado. La vuelta a viejas formas de entender el poder municipal. La procesión del otro día, la misa en la plaza Mayor, las calles cortadas, los municipales ocupados en un acto de una confesión relgiosa, el alarde de banderas no constitucionales... incluso es pura anécdota. Lo ver daderamente preocupante es que el alcalde de todos los madrileños sólo se sienta alcalde de una parte de ellos, de los que comulgan -y no es broma- con sus ideas.
La gente, desde las aceras, contemplaba el espectáculo entre comentarios que iban desde la ironía a la resignación. Había, en cierto modo, una cierta impotencia en las palabras de los paseantes. Como si supieran que cualquier protesta era inútil. Era una especie de indefensión ante lo inevitable. Tal vez sea eso lo más terrible y lo más preocupante: la capacidad de este gobierno municipal para reducir al silencio asus ciudadanos. El "tiempo de silencio", que Martín Santos tan acertadamente utilizara para describir un periodo histórico tan cercano y tan odioso. Salvando todas las distancias, hay mucho de aquel Madrid oscuro, sin ilusión, agobiado por la tristeza y la falta de libertad, en el Madrid de hoy. Aquel Madrid en el que protestar era inútil. El Madrid del silencio.
Es el Madrid que quiere el Partido Popular. Un Madrid sin vitalidad, mediocre y dócil. El PP tiene claro el Madrid que quiere. Quiere un Madrid religioso y mariano, aunque la especulación haga imposible la vida en la ciudad. Quiere un Madrid de procesión y verbena, con monumentos a la violetera y excavadoras destrozando el patrimonio histórico. Quiere un Madrid sólo para unos pocos, los que vayan detrás de ellos en la procesión. Quiere un Madrid lleno de túneles y obras donde los coches sean los señores y los ciudadanos arrastren su tristeza entre el asfalto. Quiere un Madrid silencioso y callado, a ser posible muerto, que no de guerra. Un Madrid en el que la cultura sólo exista en los libros, viejos grabados. Un Madrid en el que la cultura viva, la de la calle, la de los jóvenes músicos, artistas, pintores, no tenga ni espacio ni presupuesto.
La derecha municipal quiere un Madrid del silencio. Y hay que reconocerle que, en parte, lo ha conseguido. Ha conseguido desalentar, callar las voces críticas, ignorar las protestas. Pero son victorias que duran poco, puede haber momentos en que parezca incluso que esa cultura del silencio, de la resignación, se ha impuesto entre los ciudadanos. Todo está callado. No se oye ni el vuelo de una mosca. Pero no es verdad. En un momento, sin avisar, poco a poco, algo empieza a moverse. Lo que era resignación empieza a convertirse en cabreo, en rabia. Y lo que era silencio comienza a hacerse rumor, grito imparable.
Es lo que yo llamo el tam-tam. Como en las viejas. películas de Tarzán, todos hemos oído en momentos muy determinados el tam-tam. Todos. Es un error no hacerle caso. O no querer oírle. Empieza muy bajito, casi sin ruido. Primero es una especie de rumor muy lejano. Apenas imperceptible. Luego, se acerca un poco más. Oímos ya su ritmo, aunque no identifiquemos la procedencia. Y el tam-tam sigue sonando. Oímos su son cada vez más cerca, hasta que se convierte en un ruido insoportable. Entonces ya no hay remedio.
El tam-tam urbano ha empezado a sonar para la mediocre gestión del PP en Madrid. Los madrileños han empezado a hacer oír su disgusto, su desacuerdo. El tam-tam ha empezado a retumbar en los bares y en la calle. Lo hace sonar esa gente que protesta por el disparate de la plaza de Oriente. Esa gente cuya firma se falsifica para conseguir aumentar la recaudación de las multas. Esa gente que sólo ve medidas represoras ante el caos del tráfico. Esa gente que recorre las calles de noche sin ver a un solo guardia de la policía de barrio. El tam-tam lo están haciendo sonar esos madrileños que ven cómo su ciudad se va ensuciando, envejeciendo. Esos madrileños que están hartos de que les suban los impuestos sin que aumenten los servicios, esos madrileños que ven que se cortan las calles y se privatizan las plazas para que la gente del pasado enarbole los símbolos de la intolerancia.
El tam-tam está sonando. Cada vez se oye más cerca. Y el señor Álvarez del Manzano no se ha enterado todavía. Él sólo oye cánticos religiosos.
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