El olivo
Durante mi infancia, en una bonita aldea de los valles del Ulla, allá por tierras de Galicia, observé un fenómeno natural que hoy viene a mi memoria por motivos obvios: "La Oliveira", un olivo plantado por mi bisabuelo, cuyo fin era dar ramos para bendecir él la iglesia el domingo de ídem. Un año, sin que nadie se explicara el motivo, se llenó de aceitunas remedando a sus congéneres andaluces.Acudieron los mirlos y estorninos a reclamar su parte. Y yo, para no ser menos, cogí un puñado de las más maduras e intenté comérmelas; ni que decir tiene que eran intragables, lo que me llevó a pensar que el fin de los olivos en Galicia no era dar aceitunas, sino ramos para ser bendecidos. Pero estos días en que un comisario europeo de agricultura, de forma arbitraria y dictatorial, pretende subvencionar los olivos dejando de lado las aceitunas, he pensado en el gran negocio que podían hacer los gallegos plantando olivos; porque, si bien no dan aceitunas, sirven para ser bendecidos, y para cobrar subvenciones.-
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