Una actriz capaz de vertebrar una película inconclusa
Al actor escocés Peter Mullan nada le añade que aquí le concediesen anoche el premio al mejor intérprete por su gran trabajo en Mi nombre es Joe. Ya lo obtuvo en el festival de Cannes y, desde entonces, su hasta entonces ignorado rostro ha recorrido el mundo. En cambio, es una decisión de gran finura profesional proclamar a Ariadna Gil la mejor actriz. Hubo disconformes entre los periodistas acreditados, pero es sabido que los analfabetos en materia de oficio y de profesionalidad cinematográfica abundan en este gremio. La actriz española construye por sí sola en Lágrimas negras, un personaje que es capaz de vertebrar una película que, al ser interrumpida por la muerte de su director, Ricardo Franco, era poco menos que insostenible.
Y eso, sostener lo insostenible, es lo que logra con admirable dominio de la graduación y la composición desde dentro, Ariadna Gil, que -a partir de Antártida- ha saltado la barrera de la simple eficacia fotogénica y ha entrado de lleno en el estadio superior, adulto, de la genuina intérprete creadora. Su esfuerzo creativo en el doloroso filme truncado que protagoniza es de primer rango.
Babelia
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