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CORRIDAS GENERALES DE BILBAO

Orejas peludas

Hubo dos orejas. En realidad tampoco es como para lanzar cohetes -en otras partes cortan doce y un rabo- pero al menos el público se había divertido viéndolas. Uno, que lleva años en esto de las orejas y los rabos, no acierta a comprender el gusto que le encuentra el público a ver orejas, con lo peludas que son. A lo mejor es por eso. Una oreja peluda puede representar el valor de la raza, mientras si no fuesen peludas parecería cosa menor y feble; una mariconada o algo así, dicho sea con perdón y mejorando lo presente.La verdad es que al público bilbaíno no le caracteriza el fervor especial por las orejas peludas -es tan orejista como todos; no más- sino por la música. La música constituye su capricho, su pasión, su exigencia. El público bilbaíno es incapaz de ver una corrida de toros sin música y se pasa la tarde pidiéndola. Le impacienta tanto, hasta tal punto teme quedarse sin ella, que ni siquiera espera a que los toreros empiecen a torear. Dos de tanteo han dado los toreros apenas y ya están pidiendo ¡Música!, primero según queda dicho, luego marcando bien las sílabas -¡Mú-si-ca!- con acompañamiento de palmas a ritmo sincopado.

Torrealta / Litri, Ponce, Juli

Toros de Torrealta (3º, sobrero, en sustitución de un inválido), justos de presencia tirando a regordíos, sospechosos de pitones, flojos, a 5º y 6º se les simuló la suerte de varas; pastueños en general.Litri: pinchazo, estocada y rueda de peones (silencio); espadazo atravesado que sale casi entero por el lado contrario y descabello (pitos). Enrique Ponce: pinchazo, estocada trasera desprendida, rueda de peones -aviso con retraso-y tres decabellos (ovación y salida al tercio); media atravesada trasera caída y rueda de peones; el presidente le perdonó un aviso (oreja). El Juli: estocada (silencio); estocada corta saliendo rebotado y ruedas de peones (oreja). Plaza de Vista Alegre, 20 de agosto. 7ª corrida de feria. Lleno.

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Si luego el toreo de los toreros se acomoda o no a la ¡mú-si-ca! y el ¡plas-plas! de las palmas, ese ya será problema de los toreros. Frecuentemente no se acomoda. En la corrida de marras se acomodaba poco, si bien carecía de relevancia pues para al final tener motivo de pedir (y el presidente otorgar) las orejas peludas bastaba el ambiente creado por la ¡mú-si-ca, plas-plas!

El torero musicado con mayor insistencia fue Enrique Ponce, beneficiario de una oreja. El que menos El Juli, beneficiario de otra, para quien los vizcaínos la pidieron con menor insistencia. Cuál pudo ser la causa de esta diferencia es pregunta que únicamente podrían responder la sociología, la psicología y la musicología.

Litri, que encabezaba la terna, quedó excluído de cualquier referencia musicológica pues ya la había tenido en exclusiva con el aurresku. Se lo marcó al comenzar la función un dantzari acompañado de txistu y tamboril, al parecer como homenaje al diestro, que se despedía de la afición bilbaína. La escena del dantzari dando el paso lateral, giros, patadas a la luna delante de Litri, atónito y con el capote de paseo liado, quedó muy propia. Los dos toros que le correspondieron a Litri eran pastueños, y como si se tratara de monstruos surgidos de las calderas de Pedro Botero, les pegó unos mantazos con el percal, unos trapazos con la franela y unas cuchilladas con el acero. Y se retiró a sus cuarteles de invierno.

Ponce, en cambio, tenía para sí y al completo las músicas, las ovaciones y las orejas peludas. Para eso se lo trabaja. Es evidente que no regatea esfuerzo y en la presente ocasión todo lo hacía corriendo: las verónicas, los ayudados, los derechazos, los naturales, los pases de pecho, los molinetes. Tiraba con fina composición cualquiera de las mencionadas piezas y apenas concluirlas apretaba a correr. Trotapases se llama esa figura.

Las calidades del día anterior, cuando derramó el toreo al natural en pureza, se le debieron agotar a Ponce y ahora ha de reponer el género. Cuestión de tiempo. De manera que recurrió al sucedáneo, y pues su segunda faena transcurría monótona y reiterativa, recurrió a los molinetes y a los rodillazos, con indudable acierto, ya que provocaron en las masas el delirio. Y obtuvo una oreja peluda, para general satisfacción.

Faltaba la oreja de El Juli y se la dieron en el sexto toro por los méritos contraídos en el manejo del variado instrumental toricida. Y, sin embargo, el toreo excelente se lo había hecho al tercero. Sólo un rato, dado que el toro se lastimó una mano. Ya de principios El Juli instrumentó una emocionante tanda de redondos, seguida de otra con buen corte torero, y de ella salió el toro cojo, encogiendo la patita. Naturalmente concluyó la faena y entró a matar.

Al sexto le hizo El Juli un quite por faroles, lo banderilleó rápido, lo muleteó valiente y empeñoso, instrumentó naturales sin trampa ni cartón, remató una de las tandas enlazando toreramente el molinete, el afarolado y el pase de pecho, hizo la faena justa, se entregó en el volapié y la oreja fue suya con pleno derecho.

El público abandonó la plaza complacido. Dos orejas peludas, aparte la satisfacción de verlas, constituyen prueba fehaciente de que la corrida resultó buena (o, por lo menos, pasable), y ya se puede contar a la familia y a los amigos que uno estuvo en los toros sin que le llamen tonto, según suele suceder cuando no hay oreja alguna. Cierto que, en cambio, no se vieron ni toros íntegros, ni lidia completa, ni toreo verdadero, pero ¿a quien puede importar semejantes menudencias?

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